Walter Lewin: el péndulo, el genio y el límite
Walter Lewin colgándose de un péndulo frente a sus estudiantes no era un truco pedagógico: era una declaración filosófica. El conocimiento no debía ser observado a distancia, sino vivido. Si la física decía que no iba a morir, entonces había que confiar en la física con el cuerpo entero. Ese gesto —arriesgado, teatral, honesto— explica por qué miles de personas se enamoraron de la ciencia viéndolo en una pantalla.
Lewin no enseñaba fórmulas: enseñaba asombro. Y el asombro, en una época saturada de cinismo, es un acto casi subversivo.
Pero toda historia que empieza con admiración corre el riesgo de terminar con idolatría.
El problema no es la caída, sino el pedestal
Cuando estalla el escándalo que termina con su expulsión del MIT, muchos reaccionan como si la física misma hubiera sido traicionada. Otros celebran el derrumbe con el entusiasmo del verdugo moderno: el linchamiento digital como forma de justicia moral.
Ambas reacciones fallan.
Porque el verdadero problema no es que Lewin haya caído, sino que lo habíamos colocado demasiado alto. El carisma se confundió con autoridad moral. La genialidad intelectual con madurez ética. Y ahí está la trampa recurrente de nuestra cultura: creer que saber mucho sobre el mundo equivale a saber habitarlo.
El genio no es un salvoconducto
La pregunta incómoda no es si Walter Lewin fue un gran divulgador. Lo fue.
La pregunta real es otra:
¿qué hacemos cuando alguien que nos enseñó a pensar no supo comportarse?
Separar obra y persona suena elegante, pero suele usarse como coartada. No se trata de borrar lo que enseñó ni de minimizar el daño causado. Se trata de sostener dos verdades a la vez, algo que incomoda profundamente a una cultura adicta a los juicios simples:
- Su pedagogía puede seguir siendo brillante.
- Su conducta fue inaceptable.
No hay contradicción. Hay complejidad.
El poder del aula
El caso Lewin también revela algo más profundo y menos discutido: el poder del maestro. No el poder institucional, sino el simbólico. El aula no es un espacio neutral. La admiración genera asimetría. Y donde hay asimetría, hay responsabilidad.
Aquí el error no es solo individual, es estructural. Idealizamos al maestro apasionado, al genio excéntrico, al sabio carismático… pero evitamos hablar de límites, ética y cuidado. Preferimos el mito al marco.
Contra la cancelación y contra la amnesia
Cancelar a Lewin como si nunca hubiera existido es una forma de pereza moral. Convertirlo en mártir incomprendido, también. Pensar exige más trabajo.
Tal vez la lección más valiosa que deja no está en sus experimentos, sino en su caída:
el conocimiento sin ética no ilumina, deslumbra;
y el asombro sin límites puede volverse peligroso.
Epílogo: el péndulo sigue ahí
El péndulo de Lewin sigue oscilando, aunque él ya no esté frente al aula. Oscila entre lo que la razón puede explicar y lo que la ética debe contener. Nos recuerda que la ciencia necesita pasión, sí, pero también humildad. Que admirar no es obedecer. Y que ningún genio, por brillante que sea, está por encima de los límites que hacen posible la confianza.
Tal vez esa sea la física más difícil de aprender.
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