El síndrome del rico imbécil
En
2007, Gary Rivlin escribió un artículo en el New York Times sobre
personas muy exitosas de Silicon Valley. Uno de ellos, Hal Steger, vivía
con su mujer en una casa de un millón de dólares con vistas al océano
Pacífico. Su patrimonio neto ascendía a 3,5 millones de dólares.
Suponiendo una rentabilidad razonable del 5 por ciento, Steger y su
mujer estaban en condiciones de coger todo su dinero en efectivo,
invertir su capital y disfrutar durante el resto de su vida de unos
ingresos pasivos que ascendían a unos 175.000 gloriosos dólares anuales,
año tras año. En lugar de eso, escribía Rivlin: «Casi todas las mañanas
[Steger] está en su escritorio a las siete. Generalmente trabaja doce
horas al día y dedica otras diez horas extras el fin de semana». Steger,
que en aquel momento tenía cincuenta y un años, era (un poco)
consciente de la ironía : «Sé que habrá gente que lo vea desde fuera y
se pregunte por qué alguien como yo trabaja tanto —explicaba a Rivlin—.
Pero tener varios millones ya no es como antes, no llegas muy lejos con
ellos».[117]Steger probablemente se refería a los efectos corrosivos de
la inflación sobre la moneda, pero parecía ignorar de qué manera la
riqueza estaba afectando a su propia psique. «Silicon Valley está lleno
de lo que podríamos llamar millonarios de clase trabajadora —escribe
Rivlin—, gente como el señor Steger que se mata a trabajar y que, para
su gran sorpresa, sigue trabajando tan duro como siempre, incluso a
pesar de encontrarse entre los pocos más afortunados. Sin embargo,
muchos de estos miembros tan exitosos y ambiciosos de la élite digital
no se consideran particularmente afortunados, en parte porque están
rodeados de personas que son más ricas que ellos, a menudo mucho más».
Después
de entrevistar a una serie de ejecutivos para su artículo, Rivlin
llegaba a la conclusión de que «los que tienen unos pocos millones de
dólares a menudo perciben su riqueza acumulada como minúscula, un
reflejo de su modesta posición en la nueva edad dorada, en la que
cientos de miles de personas han acumulado fortunas mucho mayores». Otro
claro ejemplo era Gary Kremen: con un patrimonio neto de unos diez
millones de dólares como fundador de Match.com, Kremen era consciente de
la trampa en la que se hallaba, pero aun así no estaba preparado para
soltarse: «Aquí todos se fijan en los que están por encima de ellos
—explicaba—. Con diez millones no eres nadie». Si no eres nadie con diez
millones, ¿cuánto cuesta ser alguien?
Quizás
estéis pensando: «Que les jodan a esos tíos y sus aviones privados». Eso
está muy bien, pero lo que pasa es que esos tíos ya están jodidos. Se
han dejado los cuernos para llegar al lugar donde están —y tienen acceso
a más riqueza que el 99,99 por ciento de los seres humanos de la
historia—, pero aún no están donde ellos piensan que necesitan estar.
Sin que se produzca un cambio fundamental en la forma en que ven sus
vidas, nunca alcanzarán sus objetivos, que cada vez son más lejanos
Christopher Ryan
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