viernes, 26 de abril de 2024

  «¿Has leído a Kafka?», me pregunta Milán Kundera. «Por supuesto —le contesto—. Creo que es el escritor indispensable del siglo XX.» Kundera sonríe socarronamente: «¿Lo has leído en alemán?» «No.» «Entonces no has leído a Kafka.»

    La reflexión de Milán Kundera sobre la excelencia intraducibie de la lengua alemana empleada por Kafka admite ya, en castellano, una notable y muy honrosa excepción. La traducción de Miguel Sáenz (Franz Kafka, Obras completas. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona) es de tal manera espléndida que dudo mucho la afecte la ironía de mi amigo Milán.
    Kafka, el escritor indispensable del terrible siglo XX.
    Sin él, no entenderíamos nuestro tiempo.
    Pietro Citati, con valor intelectual y moral, se atreve a pensar lo impensable: que en El proceso de Kafka, Josef K. sea culpable. Que la aparente víctima sea el posible culpable.
    No obvia Citati los niveles biográficos de Kafka y su relación con el padre, el judaísmo, la vida burguesa y profesional y su ciudad, Praga, la madrecita con garras. Gregorio Samsa, después de todo, prefiere ser, nos dice Citati, un hijo sacrificado que un insecto libre. Es un Isaac cuyo sacrificio, en La metamorfosis, no lo interrumpe el Ángel de Dios.
    Y el escritor mexicano Sealtiel Alatriste, en su novela El daño, nos ofrece a un Kafka en íntima relación con su madre, que sacrifica su propia vocación musical al genio literario del hijo.
Carlos Fuentes

 Es la alegría ante la rima de unos versos o los colores de un cuadro, la emoción ante las notas de una partitura o la estructura de una novela, la capacidad de sacrificio por personas que no conocemos y nuestra manía de preguntarnos por cosas que no se ven. También la capacidad de sospechar, por el contrario, de las cosas que se ven y el esfuerzo por hacer reír y la invención de mundos más igualitarios después de que la cólera ante la injusticia se apacigua.

    Somos, como dice Hofstadter, «pequeños prodigios de autorreferencia […] impredecibles poemas que se escriben a sí mismos; vagos, metafóricos, ambiguos y, en ocasiones, insoportablemente bellos». En definitiva, y sin condiciones, «un extraño bucle».

Juan Carlos Monedero


 

miércoles, 24 de abril de 2024

– Y Ud., Borges, ¿en qué cree?

–  Bueno, yo soy ateo.

–  Déjeme preguntarle de otro modo. ¿Cree en una vida eterna?

–  No.

–  ¿Cree en la resurrección de Jesucristo?

–  Tampoco

–  ¿Y en Jesucristo como ser histórico?

–  Desde luego. Si no, tendría que pensar que los cuatro más grandes escritores de la antigüedad fueron cuatro novelistas.


 

  Creo en las ciudades. La naturaleza me inquieta demasiado. Su terror me resulta más próximo que prójimo. Me seduce la belleza natural. Puedo pasarme horas extasiado volando sobre los tronos blancos de los Andes y las Rocallosas. Quisiera perderme en la delicada e interminable belleza de un bosque de abedules en Rusia. Me corta el aliento la costa de Irlanda, agitada coraza de mar que defiende a todo un continente. Y me hundiría para siempre en la claridad verde limón del mar Caribe, tumba transparente de toda la plata y el oro de las ciudades fantasma de la América India. ¿Hay algo más sereno, ondulante y dotado de eternidad en movimiento que los trigales que son olas, la verde seguida de la parda y ésta del siguiente glauco temblor, en la Palusa de Idaho?

    Entonces oigo la voz sardónica de Schopenhauer, «Intenta por una vez ser enteramente naturaleza», y salgo de mi sueño de calendario, de mi embeleso culpable, de mi indeseada separación de quienes gozan sin reservas de las bellezas naturales. ¿Qué falla interna me impide hablarle con el amor deseado y deseable a la naturaleza? La admiro, pero la temo. La envidio. Todos los seres y cosas naturales parecen estar en su sitio. Los seres humanos nos desplazamos, queremos ser otra cosa, estar en otro lugar, inconformes siempre, como no lo son el cañón del Colorado o las cataratas del río Zambeze o los tigres de Bengala, si es que aún queda alguno. Aun las especies migratorias cumplen ciclos de eterno retorno comparables al bellísimo reflorecer del cornejo. Sí, admiramos un orden de la belleza natural. Pero sabemos que hay una catástrofe detrás de su creación. Y tememos que la siguiente catástrofe no la genere la naturaleza misma, con todos los peligros y salvajes tumultos que encierra, sino un apocalipsis peor que cualquier terremoto o marejada: la venganza final del ser humano contra la naturaleza. Hoy, por primera vez, tenemos la sospecha verificable de que podemos morir, la naturaleza y nosotros, al mismo tiempo. Antes, fuese cual fuese el desafío de la naturaleza —quédate, abandóname—, sabíamos que ella nos sobreviviría. La muerte del ser humano, inevitable, la asume hoy una naturaleza que, hasta ahora, nos ha consolado porque sobrevive. Hoy, nuestra locura puede obrar esta catástrofe simultánea. Muero yo y la naturaleza conmigo. Aprés nous, le néant…

Carlos Fuentes

martes, 23 de abril de 2024

   Don Quijote es un lector. Más bien dicho: su lectura es su locura. Poseído de la locura de la lectura. Don Quijote quisiera convertir en realidad lo que ha leído: los libros de caballería. El mundo real, mundo de cabreros y asaltantes, de venteros, maritornes y cuerdas de presos, rehusa la ilusión de Don Quijote, zarandea al hidalgo, lo mantea, lo apalea.

    A pesar de todas las golpizas de la realidad, Don Quijote persiste en ver gigantes donde sólo hay molinos. Los ve, porque así le dicen sus libros que debe ver.

Carlos Fuentes


 

 Bueno, mi interés por la educación es mi interés por sacar del ser humano lo que verdaderamente tiene dentro. Yo no creo que ningún ser humano esté llamado a la mediocridad, no lo creo, realmente es que no lo creo, creo que todo ser humano está llamado a la grandeza, y la grandeza no la define la cultura. La grandeza es una cosa que la define nuestra propia naturaleza. La palabra educación, en el fondo, quiere decir «sacar de dentro», es decir, no somos cubos vacíos que hay que llenar, si no fuegos que hay que encender. En este sentido, me gustaría contaros una historia que a mí personalmente me ha marcado mucho, he hablado en distintos foros sobre esta historia, porque señala lo que, para mí, es la diferencia entre profesores y maestros. En 1951, en la ciudad de Detroit, nace un joven, un chico de color que pronto nota lo que es la pérdida, porque siendo jovencito el padre se va y se queda la madre, una mujer que no tenía estudios, una mujer que, bueno, se había dedicado a cuidar de sus hijos, y se ve con esta situación, con la situación de que tiene que sacar adelante una familia sin que en ese momento entrara ninguna ayuda económica, se dedica a limpiar apartamentos, a limpiar hospitales, etcétera, etcétera, y claro, cuando uno ha vivido en la ciudad de Detroit como he vivido yo, yo trabajé en un hospital que se llama Henry Ford en neurocirugía. Cuando un ha vivido en la ciudad de Detroit pues se da cuenta que Detroit es una ciudad apasionante, pero en ciertas épocas de la historia ha sido una ciudad bastante complicada. En los años cincuenta verdaderamente había un apartheid, una especie de apartheid, es decir, las personas de color se tenían que sentar en sitios distintos que las personas blancas, tenían que ir a baños diferentes, etcétera, etcétera, y claro, este chico era un chico de color, era un chico pobre y que pronto pues fue destacando, no por su talento, sino por lo que consideraban que era su estupidez, tampoco por su serenidad, sino más bien por su tendencia, su temperamento violento. Cualquiera que hubiera tenido, digamos, una bola de cristal habría imaginado que este chico habría acabado, sin duda, en un penal en los Estados Unidos, si no muerto en un combate entre bandas enfrentadas. Pasaba sus ratos, se olvidaba de su triste condición viendo programas de televisión, hasta que un día su madre decidió que iban a ver menos televisión y se iban a dedicar más a leer libros, y les obligó a leer libros yendo a la biblioteca pública de Detroit, ya que ellos no tenían dinero para comprar libros, y el joven Ben, el joven Benjamin empezó a enamorarse de los libros. Un buen día, llega al colegio, quiero que entendáis que en el colegio este niño tenía las peores notas, su performance (perfórmans) era francamente lamentable, las notas eran pésimas y lógicamente en poco tiempo sería expulsado del colegio. Pero había un profesor, el profesor de ciencias, que verdaderamente era un maestro, él creía que en todo ser humano hay grandeza, que en todo ser humano hay potencial, y que la misión de un maestro es ayudar a que ese potencial se despliegue y florezca, pero no conseguía que este chico, de alguna manera, respondiera a los distintos intentos que había hecho para que ganara confianza en sí mismo. Un día, el maestro aparece con una piedra, una piedra muy rara, la levanta delante de la clase y pregunta: «¿Qué es esto?», se produce un silencio porque nadie sabe lo que es eso salvo una persona que ya os imagináis quien era, Benjamin, pero Benjamin era el tonto de la clase. La primera pregunta es: ¿por qué lo sabía Benjamin?, Benjamin lo sabía porque en la biblioteca pública se había dedicado a leer libros de ciencia y por casualidad o sincronicidad, quien sabe, había encontrado libros sobre minerales y había una foto de esa piedra. ¿Pero vosotros pensáis que el tonto de la clase se atreve a hablar? No, porque tú mismo ya matas la respuesta antes de que nazca, es imposible, si no lo sabe el resto, tengo que estar equivocado aunque parezca que estoy en lo correcto. Pero el profesor sostenía la roca: «¿De verdad que nadie sabe lo que es esta roca?», y, tímidamente, el joven Benjamin alzó la mano. Cuando una persona solo ve el performance (perfórmans) y solo enjuicia a los demás, es muy fácil decir: «Venga, Benjamin, ¿cómo lo vas a saber tú, si tú no sabes nada? Pero aquel profesor mantuvo un espíritu curioso, interesado, él sabía que en todo ser humano hay grandeza, la buscaba, la llamaba constantemente. «¿Benjamin, tú lo sabes?», «Sí», «¿Qué es?», «Obsidiana», «Correcto», pero el profesor podría haber dicho: «Todo el mundo puede tener suerte en esta vida», podría haber dicho eso, no, porque él estaba buscando el hilo que te lleva a la madeja. Dijo: «¿Sabes algo más de la obsidiana?», y vaya que si sabía el joven Benjamin, empezó a hablar sobre la obsidiana, las temperaturas elevadísimas, luego el frío cómo cristaliza la roca, etcétera, etcétera. Lo que podría parecer una cosa sencilla, sin más importancia, banal, supuso un antes y un después en la vida de este chico porque este chico recuperó la confianza en sí mismo, creyó que era posible aprender, creyó en sí mismo, creyó que a pesar de su triste cuna, por decirlo de una manera, podría tener un brillante futuro. Este chico pasó de ser el último de la clase a ser el mejor estudiante de su colegio, hizo realidad su más profundo sueño, que era absolutamente imposible, ser médico, se convirtió en el mejor neurocirujano infantil de la historia, el profesor Ben Carson. Ben Carson en 1987 hizo una operación de separar a dos gemelos siameses unidos a nivel craneoencefálico. Todas las cirugías que se habían hecho hasta aquel momento para separar lo que se llama un craneopago, esta malformación craneoencefálicas, todas, los niños habían muerto en la mesa de quirófano. En esta operación, en 1987, intervinieron setenta profesionales de la medicina y duró veintidós horas, los dos niños salieron adelante, vivieron y estuvieron bien y sanos. Él aplicó técnicas especiales de cirugía cardíaca a la neurocirugía, a nadie se le habían ocurrido. Entonces, lo que os quiero transmitir es esto, es un ejemplo de como en todo ser humano hay potencial, en todo ser humano hay grandeza, y tenemos, entiendo, que tener esta disposición a crear espacios de oportunidad para que esas personas puedan mostrar lo que en realidad siempre han tenido y siempre tendrán, pero que no todo el mundo mostrará si no ve ese espacio de oportunidad.

Mario Alonso Puig

lunes, 22 de abril de 2024

 algo

algo debía haber

algo en estos puntos suspensivos…

algo en este esperar sin reloj

algo en esta bajada sin frenos

algo en esta herida sin sangre

algo en este lugar común

algo que no parezca para alguien

algo que no se suponga que es de alguien

algo que distinga este poema de otros que hablan de alguien

algo tan sólo algo, no nada, enteramente nada.


Julio César Plata Rueda


 

 Sé por qué es así. No es el vino que bebí ayer, ni que haya dormido en una mala cama, ni tampoco el tiempo lluvioso. Han aparecido unos demonios y han desafinado una por una todas las cuerdas de mi ser. Ha vuelto el temor, el miedo de las pesadillas infantiles, de los cuentos, del destino de los colegiales. El temor, el acoso de lo inalterable, la melancolía, el tedio. ¡Qué insulso es el mundo! ¡Qué horrible tener que levantarse mañana, volver a comer, volver a vivir! ¿Por qué hemos de vivir? ¿Por qué es el hombre tan tímido y bonachón? ¿Por qué no yacemos desde hace tiempo en el mar?

Ni siquiera ha crecido la hierba. No se puede ser vagabundo y artista y al mismo tiempo un burgués sano y cuerdo. Si quieres embriaguez, ¡acepta también la resaca! Si quieres sol y bellas fantasías, ¡acepta también la suciedad y el hastío! Todo está dentro de ti, el oro y el barro, el deleite y la pena, la risa infantil y la angustia moral. ¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada, no intentes rehuir nada! No eres un burgués, tampoco eres un griego, no eres armónico y dueño de ti mismo, eres un pájaro en plena tormenta. ¡Déjala rugir! ¡Déjate llevar! ¡Cuánto has mentido! ¡Cuántas miles de veces, incluso en tus libros y poesías, has fingido ser el armonioso y sabio, el feliz, el iluminado! ¡Lo mismo han fingido ser los héroes al atacar en la guerra, mientras las entrañas temblaban! ¡Dios mío, qué simiesco y fanfarrón es el hombre, sobre todo el artista, sobre todo el poeta, sobre todo yo!

Hermann Hesse,

sábado, 20 de abril de 2024


 

 "Más allá de donde

aún se esconde la vida, queda
un reino, queda cultivar
como un rey su agonía,
hacer florecer como un reino
la sucia flor de la agonía:
yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte y hacer
de mi cadáver el último poema."

Leopoldo María Panero 

  El tema final del siglo XX se prolonga ya en el XXI y se llama la globalización (la mundialización para la excepcionalidad francesa). Y yo, que he vivido las cuatro etapas, digo ahora que la globalización es el nombre de un sistema de poder. Y, como el Espíritu Santo, no tiene fronteras. Pero como el Monte Everest, está allí. Y como la ley de la gravedad, es una evidencia irrebatible. Pero como el dios latino Jano, tiene dos caras. La buena cara es la del avance técnico y científico más veloz de toda la historia. El libre comercio, postulado de la libertad económica desde los días del zoelverein prusiano que preparó la unificación de Alemania. Las inversiones foráneas productivas. La accesibilidad y difusión de la información que deja desnudos a muchos emperadores que antes se cobijaban con las hojas de parra de las selvas asiáticas, africanas y latinoamericanas. La universalización del concepto de los derechos humanos y el carácter imprescriptible de los crímenes contra la humanidad: el caso de Pinochet, el asesino y torturador chileno, fuente de toda orden criminal durante su dictadura.

    Pero Jano tiene otra cara menos atractiva. La velocidad misma del desarrollo tecnológico deja atrás, quizás para siempre, a los países incapaces de mantener el paso. El libre comercio acentúa las ventajas de las grandes corporaciones competitivas (muy pocas) y arrumba a la pequeña y mediana industria sin la cual los niveles de empleo, salario y bienestar de las mayorías sufren y restan soporte al desarrollo del tercer mundo. En consecuencia, la globalización acentúa la división entre ricos y pobres, internacionalmente y dentro de cada nación: el 20 por ciento de la población del mundo consume el 90 por ciento de la producción mundial. Se levanta el espectro de un darwinismo global, como lo ha llamado Óscar Arias. Las inversiones especulativas privan sobre las productivas: el 80 por ciento de los seis mil millones de dólares que circulan diariamente en los mercados globales son capitales de especulación. Las crisis de la globalización, por este motivo, no son crisis de las empresas ni de la información ni de la tecnología: son crisis del sistema financiero internacional, provocadas por la ruptura de los controles sociales de la economía y la disminución del poder político frente al poder cresohedónico.

    Unión de Creso —dinero— y Hedoné —placer—, la cultura global se convierte en un desfile de modas, una pantalla gigante, un estruendo estereofónico, una existencia de papel cauché. Nos convierte en lo que C. Wright Mills llamó «Robots Alegres». Nos condena, según el título de un célebre libro de Neil Postman, a «divertirnos hasta la muerte». Mientras tanto, millones de seres humanos mueren sin haber sonreído nunca. Un vasto traslado del mundo rural a las ciudades acabará, en el siglo XXI, por erradicar una de las más viejas formas de vida, la vida agraria. Sólo habrá vida citadina. Y sólo habrá una crisis generalizada de la civilización urbana: pandemias incontrolables, gente sin techo, infraestructuras desmoronadas, discriminación contra las minorías sexuales, la mujer, el inmigrante.

Carlos Fuentes

viernes, 19 de abril de 2024

 Y entonces te fuiste dando cuenta, de a poco, de que el mundo no te pedía acciones y sacrificios, que la vida no era un poema heroico con papeles protagónico y cuestiones por el estilo, sino una cómoda sala burguesa donde la gente estaba satisfecha con comer y beber, con tomar café y zurcirse las medias, con echar el tarot y escuchar la música de la radio. 

Y quien desee lo otro, lo heroico y lo hermoso, quien lleve adentro la admiración por los grandes poetas o los santos, es un tonto y un Don Quijote.

Hermann Hesse,

 "Amar a alguien

es preguntarle:

¿qué te duele?"

Simone Weil


 

jueves, 18 de abril de 2024


 

 "Cuando lees un poema, lo que importa no es entenderlo; lo que importa es que te guste. Y si te gusta, ya lo entenderás, alguna vez lo entenderás. Si te pones a pensar en por qué te ha gustado, acabarás entendiendo el poema. […] Un poema se tiene que leer de una vez, porque es un organismo acústico; es decir, el sentido del poema es un sentido de la totalidad y ningún verso se entiende ni se explica por sí mismo; cada verso está en función del todo; tienes que conocerlo todo antes de comprender cada cosa que haya que comprender en el poema. Resumiendo, tienes que estar con una alerta total de los sentidos, pero a la vez, con una completa pasividad".

Jaime Gil de Biedma

 She walks in beauty, like the night

Of cloudless climes and starry skies;

And all that’s best of dark and bright

Meet in her aspect and her eyes;

Thus mellowed to that tender light

Which heaven to gaudy day denies.


Lord Byron. "She Walks in Beauty" 

miércoles, 17 de abril de 2024


A la salida del Luna Park un cronopio advierte que su reloj atrasa, que su reloj atrasa, que su reloj.

Tristeza del cronopio frente a una multitud de famas que remonta Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marcha a las once y cuarto.

Meditación del cronopio: "Es tarde, pero menos tarde para mi que para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas más tarde, se acostarán más tarde.

Yo tengo un reloj con menos vida, con menos casa y menos acostarme, yo soy un cronopio desdichado y húmedo".

Mientras toma café en el Richmond de Florida, moja el cronopio una tostada con sus lágrimas naturales.

Julio Cortázar 


 

— ¿Qué es la soledad del poeta?

Un número de circo no anunciado en el programa.

 

— ¿Qué es una lágrima?

Una balanza en espera de una pesa.

 

— ¿Que es la embriaguez?

Una página blanca entre otras de colores.

 

— ¿Qué es el olvido?

Una manzana verde arponeada.

 

— ¿Qué es el retorno?

Casi nada, pero podría ser un copo de nieve.

 

— ¿Qué es la última noche antes de partir?

Apartarse de una exposición de porcelana antigua.

martes, 16 de abril de 2024


 

 ¿Quiénes son, entonces, los inmortales? Hay seres que no nos hablan, pero nos miran. No nos ven, pero nos recuerdan. No nos recuerdan, pero nos imaginan. ¿Quiénes son los inmortales? Los que vivieron mucho tiempo, los que reaparecen de tiempo en tiempo, los que tuvieron más vida que su propia muerte, pero menos tiempo que su propia vida.

Carlos Fuentes

Love is more thicker than forget
more thinner than recall
more seldom than a wave is wet
more frequent than to fail

it is most mad and moonly
and less it shall unbe
than all the sea which only
is deeper than the sea

love is less always than to win
less never than alive
less bigger than the least begin
less littler than forgive

it is most sane and sunly
and more it cannot die
than all the sky which only
is higher than the sky

e.e.cummings


lunes, 15 de abril de 2024

 Era domingo aquel 2 de julio hace veinte años en que llegó a México Gabriel García Márquez y nos enteramos de que, a las siete de la mañana, en Ketchum, Idaho, había muerto Ernest Hemingway. (El suicidio no fue reconocido oficialmente hasta 1964.)

Hemingway, el escritor más famoso del mundo. Resentimos su muerte como una pérdida personal, el comienzo del fin de una edad habitada por los gigantes que dejaban monumentos insuperables para la veneración de los humanos. Las revistas que hacíamos entonces se llenaron de cándidos epitafios y homenajes adolescentes. Pensamos que la gloria de Hemingway iba a durar para siempre. Sólo el más escéptico de nosotros recordó la frase cruel e irrefutable de Paul Valéry: “Todo gran hombre muere dos veces: una como hombre y otra como grande”.
El pesimista se quedaba corto: los anales de la literatura no registran otro desplome como el sufrido por el prestigio de Hemingway. Las dos décadas, semejantes a un par de siglos, que nos separan de su muerte transcurrieron en una atmósfera vital e intelectual enteramente hostil a cuanto significó Hemingway.
En primer lugar, asistimos a la bancarrota del machismo tan gráficamente encarnado en la imagen pública de Hemingway. En un mundo que se suicida por la destrucción del medio ambiente, las fotos de Hemingway con las piezas cobradas y sus jactancias de cazador lo hicieron el paradigma del ecocida. Su amor hacia España y Cuba fue denunciado como la hipocresía del turista de safari, el colonizador que vivió en San Francisco de Paula como un amo blanco en su plantación.
~ Fiestas oscilantes ~
La psicocrítica desmanteló sus poses heroicas. La exhaustiva biografía de Carlos Baker (1969) lo presentó con un detalle y proximidad que ninguna estatua puede resistir sin mostrar grietas y oxidaciones. El libro póstumo más importante que hasta hoy se ha publicado: «A Moveable Feast» (París era una fiesta, 1964) refutó la hipótesis de la final decadencia. “What a writer!”, exclamó Cyril Connolly al reseñarlo en el «Sunday Times». Pero humanamente el relato no le hizo ningún favor al mostrar su mezquindad para con sus amigos como Scott Fitzgerald y John Dos Passos.
Finalmente, aunque en primer término, la literatura de una época que ya también ha terminado volvió la espalda al “realismo” de Hemingway, olvidando que la suprema ficción y el máximo artificio están constituidos por aquellas estrategias de lenguaje que, si triunfan, nos dan la ilusión de haber estado allí, el espejismo de que eso que se narra en la página nos está ocurriendo a nosotros.
Contra toda la evidencia anterior, cada año la editorial Scribner’s vende los libros de Hemingway en más de un millón de ejemplares. Por otra parte las traducciones no han cesado. Esto puede significar dos cosas opuestas: (primera) aun dentro del ámbito literario hay dos culturas incomunicables entre sí: al público —a los hombres y a las mujeres desconocidas a quienes se dirige el novelista— le tiene sin cuidado el monólogo del pedante, la viscosidad del envidioso, el discurso de los chacales. O bien (segunda), cuentos y novelas hallan su cementerio de elefantes y su mar de los Sargazos en el aula: las obras de Hemingway siguen vendiéndose sólo porque figuran como requisito en muchos cursos. No se leen como libre placer sino como obligación torturante. De todos los destinos que aguardan inexorablemente a los escritores ninguno tan atroz como este último.
~ En primera persona ~
En el vigésimo aniversario Carlos Baker publica un volumen de casi mil páginas, «Selected Letters, 1917-1961», y Michael S. Reynolds un comentario e inventario (computarizado) de «Hemingway’s Reading, 1910-1940». Uno se pregunta si estos libros sacarán a Hemingway del purgatorio por el que pasa todo autor destinado a ser clásico, o si acabarán de hundirlo en el infierno donde yacen los escritores célebres que murieron con su época.
Mary Welsh Hemingway cuenta en «How It Was» (1976) que al volver a Cuba para entregar Finca Vigía al gobierno revolucionario encontró un recado de su marido: “Deseo, pido y ordeno que no se publique ninguna de mis cartas”. En 1979 la viuda cedió y autorizó al profesor Baker a publicar estas seiscientas cartas que cubren desde la adolescencia del novelista hasta la víspera de su autodestrucción, cuando escribe para darle ánimos al hijito enfermo de su médico y asume plenamente su papel santaclósico de “Papá Hemingway”. Se había consumido en su llama: a los sesenta años parecía por lo menos de ochenta. El joven que entró en el teatro de la literatura representando el papel de Hamlet terminó como el inconsolable rey Lear.
No hay grandes revelaciones chismográficas en estas cartas porque la correspondencia fue la espina dorsal de la información manejada por Baker hace doce años en «A Life Story». La historia, pues, ya es conocida pero ahora la escuchamos de viva voz y en primera persona. Nos enteramos, por ejemplo, de que el gran Hemingway —como Fitzgerald, como usted y yo— cometía faltas ortográficas. Era ridículamente competitivo pero también capaz de gran generosidad, sobre todo respecto a su maestro Ezra Pound a quien ayudó a salir del manicomio y auxilió con dinero.
~ El Flaubert de San Francisco de Paula ~
Lo más sorprendente de las «Selected Letters» es también lo que debiera ser más obvio: son las cartas de un escritor cuya verdadera pasión fue su trabajo y su más auténtica aventura consistió en escribir bien. Si algo se nos derrumba en 1981 es la imagen antiintelectual de Hemingway: el feroz combatiente, el rudo cazador, el insensible conquistador, el macho a la intemperie pasa a segundo plano ante el humilde, estudioso y denodado trabajador de las letras, el Borges de Montparnasse (quién lo diría) y el Flaubert de San Francisco de Paula.
En el mar de la posteridad los tiburones que rodean al viejo en su barca solitaria ya no son los críticos de revista que le exigen la siempre intentada pero nunca escrita “gran novela” sobre la Segunda Guerra Mundial: ahora son los profesores, Carlos Baker a la cabeza, para quienes Hemingway es un recurso natural inagotable, de gran consumo interno y fácil exportación.
Un nuevo producto de Industrias Hemingway, S. A. es la lista de sus lecturas que han elaborado el profesor Reynolds y su servicial computadora. Aquí aparecen todos los libros que Hemingway compró, recibió, pidió prestados a las bibliotecas entre sus años de secundaria y su partida a Cuba en 1940. Lo que leyó en Finca Vigía seguramente aparecerá en el libro que prepara Norberto Fuentes. (Hay volúmenes en todos los cuartos de la casa y un estante repleto figura al lado del inodoro.)
Ya en «Hemingway’s First War: The Making of A Farewell to Arms» (1976), el propio Michael S. Reynolds había pulverizado las pretensiones anticulturales de algunos admiradores hemingwayanos: nada hay más literario que el vitalismo. Hemingway escribió «Adiós a las armas» con sus experiencias en el frente italiano, claro está: pero sobre todo, y no podría ser de otra manera, con su lectura de otros libros.
Hemingway leyó a pocos autores estadounidenses y a muchos ingleses y europeos. Su imagen pública la tejió sobre tres modelos: Lord Byron, T. E. Lawrence y D. H. Lawrence. Contra sus declaraciones, devoraba reseñas y textos críticos y estaba suscrito a revistas como «Partisan» cuyo intelectualismo fingía despreciar.
Sería interesante explorar un tema no mencionado por Reynolds: la influencia de la literatura española en Hemingway y su generación. En 1956 visitó a Pío Baroja en su lecho de agonizante (hay una foto) y más tarde asistió a su entierro. La prosa concisa, austera y rápida de Baroja es, para decir lo menos, prehemingwayana. 
En su célebre entrevista de «Paris Review» con George Plimpton, Hemingway menciona entre los escritores de quienes más aprendió a Quevedo, San Juan de la Cruz y Góngora, y entre los pintores a Goya. En cambio, no parece haber tenido relación alguna con los jóvenes hispanoamericanos que frecuentaban al mismo tiempo que él las brasseries de Montparnasse, ni con el grupo reunido en torno de Lezama Lima que mantuvo viva la literatura cubana durante los años en que Hemingway vivió en la isla. ¿Habrá conocido siquiera a Lino Novás Calvo, traductor de «El viejo y el mar»? No fue el único de su generación que algo recibió de países que han tomado tanto de ellos: Dos Passos hablaba perfecto español y era hijo del dueño de lo que fue la “zona roja” y confesó que su idea de la novela panorámica nació en México ante las obras de los muralistas. Thornton Wilder fue especialista en Lope de Vega, objeto a su vez de la tesis con que se graduó Ezra Pound.
~ ¿Por quién doblan las campanas? ~
Hay cerca de doscientos libros sobre Hemingway pero tan sugestiva es una gran obra y tan insondable resulta una vida que todavía quedan muchos territorios por explorar, entre otros: la fundación por Hemingway del periodismo narrativo como literatura central de nuestro tiempo, o su relación con Estados Unidos. Los libros de Hemingway son los trabajos de un corresponsal: a diferencia de Dos Passos, que registró la existencia social de su país desde 1901 hasta la exploración lunar de 1969 (en «Century’s Ebb», 1970, su última novela), Estados Unidos sólo aparece en Hemingway como escenario de su infancia y adolescencia.
La brutal reacción contra Hemingway lo ha expulsado en estos veinte años del Olimpo donde moran los grandes progenitores que engendraron y concibieron la expresión literaria de nuestro siglo. Al dispersar las cenizas descalificamos a los enterradores y encontramos otro hecho olvidado y evidente: nadie, ni siquiera su maestro Joyce, ha tenido una influencia tan planetaria como la suya. De algún modo su huella está presente no sólo en los nuestros, como en García Márquez, Rodolfo Walsh y Vargas Llosa, sino también en los suyos (Graham Greene, John Steinbeck, J. T. Farrell), en los franceses, de Malraux a Camus, y en los italianos, de Vittorini a Pavese.
Ernest Hemingway no puede regresar porque jamás se ha alejado de nosotros. Y quien hoy se levanta de sus cenizas no es tanto el campeón vencido, el cazador desmoronado que cobró su última pieza en sí mismo, como aquel muchacho que en un Montparnasse que ya no existe miraba lleno de valor y de esperanza un porvenir que hoy es nuestro terrible pasado. ~
Por José Emilio Pacheco 

 "Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha, al mismo tiempo, fue el no aceptar las cosas como me eran dadas. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas."

Julio Cortázar 


 Susana fortes

domingo, 14 de abril de 2024

 "Los viejos libros, los amigos justos,

un poema mediocre, pero nuestro, 
y la costumbre extraña 
de ser al fin felices en la sombra".

Vicente Gallego


 

sábado, 13 de abril de 2024

 I need so much time for doing

nothing that I have no time for work.

Pierre Reverdy


 

Hermann Hesse

 Siempre ha sido así y siempre será igual, que el tiempo y el mundo, el dinero y el poder, pertenecen a los mediocres y superficiales, y a los otros, a los verdaderos hombres, no les pertenece nada. Nada más que la muerte. -¿Fuera de eso, nada en absoluto? -Si, la eternidad. -¿Quieres decir el nombre, la fama para edades futuras? -No, lobito; la fama, no. ¿Tiene ésta, acaso, algún valor? ¿Y crees tú por ventura que todos los hombres realmente verdaderos y completos han alcanzado la celebridad y son conocidos de las generaciones posteriores? -No; naturalmente que no. -Por consiguiente, la fama no es. La fama sólo existe también para la ilustración, es un asunto de los maestros de escuela. La fama no lo es, ¡oh, no! Lo es lo que yo llamo la eternidad. Los místicos lo llaman el reino de Dios. Yo me imagino que nosotros los hombres todos, los de mayores exigencias, nosotros los de los anhelos, los de la dimensión de más, no podríamos vivir en absoluto si para respirar, además del aire de este mundo, no hubiese también otro aire, si además del tiempo no existiese también la eternidad, y ésta es el reino de lo puro. A él pertenecen la música de Mozart y las poesías de los grandes poetas; a él pertenecen también los santos, que hicieron milagros y sufrieron el martirio y dieron un gran ejemplo a los hombres. Pero también pertenece del mismo modo a la eternidad la imagen de cualquier acción noble, la fuerza de todo sentimiento puro, aun cuando nadie sepa nada de ello, ni lo vea, ni lo escriba, ni lo conserve para la posteridad. En lo eterno no hay futuro, no hay más que presente. -Tienes razón -dije. -Los místicos -continuó ella con aire pensativo- son los que han sabido más de estas cosas. Por eso han establecido los santos y lo que ellos llaman la «comunión de los santos». Los santos son los hombres verdaderos, los hermanos menores del Salvador. Hacia ellos vamos de camino nosotros durante toda nuestra vida, con toda buena acción, con todo pensamiento audaz, con todo amor. La comunión de los santos, que en otro tiempo era representada por los pintores dentro de un cielo de oro, radiante, hermosa y apacible, no es otra cosa que lo que yo antes he llamado la «eternidad». Es el reino más allá del tiempo y de la apariencia. Allá pertenecemos nosotros, allí está nuestra patria, hacia ella tiende nuestro corazón, lobo estepario, y por eso anhelamos la muerte. Allí volverás a encontrar a tu Goethe y a tu Novalis y a Mozart, y yo a mis santos, a San Cristóbal, a Felipe Neri y a todos. Hay muchos santos que en un principio fueron graves pecadores; también el pecado puede ser un camino para la santidad, el pecado y el vicio, Te vas a reír, pero yo me imagino con frecuencia que acaso también mi amigo Pablo pudiera ser un santo. ¡Ah, Harry, nos vemos precisados a taconear por tanta basura y por tanta idiotez para poder llegar a nuestra casa! Y no tenemos a nadie que nos lleve; nuestro único guía es nuestro anhelo nostálgico.

viernes, 12 de abril de 2024


 

 «Sé paciente, pues el mundo es ancho y extenso."

Edwin Abbott Abbott

  Lévi-Strauss nos ayuda a entenderlo: en un cementerio de París, un hombre negro deposita sobre una tumba alimentos variados, pan, frutas, agua. Unas tumbas más allá, un hombre blanco ve aquello y se acerca con ironía a preguntarle: «¿Va a salir su pariente a tomarse esos alimentos?», a lo que le contesta el hombre negro: «Cuando salga el tuyo a oler y ver las flores que le has traído, saldrá el mío a tomarse estos alimentos.» Desde la propia cultura se es incapaz de entender que las flores, como los alimentos, son metáforas que significan lo mismo: las dificultades que tienen los seres humanos para aceptar que la vida se acaba, pretendiendo una continuación en el más allá.

Juan Carlos Monedero

jueves, 11 de abril de 2024

 Yo fui muy afortunada porque, aunque vivía en China, mis padres amaban los libros y teníamos una biblioteca en inglés en la casa. Así que desde que yo era una niñita me leían de esos libros. Desde muy temprana edad me leyeron a Robert Louis Stevenson, a Beatrix Potter o a A.A. Milne, todos escritores ingleses: los norteamericanos somos colonialistas. Cuando comencé a leer por mí misma me gustó mucho El jardín secreto de Frances H. Burnett, que es norteamericano pero vivía en Inglaterra. Cuando tenía ocho años la guerra entre Japón y China había comenzado y parecía inminente la guerra entre Japón y Estados Unidos, así que nos vimos obligados a regresar a los Estados Unidos.

Por primera vez descubrí las bibliotecas; era como una exploradora española descubriendo El Dorado; fue una experiencia maravillosa ver que había tantos libros allí. Comencé a leer autores norteamericanos en ese momento. Leía mucho. A mi familia le gustaban mucho los libros, pero yo no tenía libros que fueran sólo míos, porque eran de todos en la familia; no teníamos tanto dinero. Eramos cinco hermanos y teníamos que compartir todo los cinco, incluidos los libros. Pero a los once años mi madre me regaló un libro que era sólo para mí The Yearling, de Marjorie Kinnan Rawlings; era un libro para adultos, que gano el premio Pulitzer de 1938. De alguna forma mi madre, que lo había leído, pensó que ese libro me iba a gustar; y ella tuvo razón totalmente. Para mí fue como entrar en otro mundo; yo quería parecerme a los personajes, jugaba a ser ellos. Durante muchos años yo no lo había vuelto a leer y alguien me pidió que escribiera un artículo para una revista sobre un libro que me hubiera impactado de niña; volví a leerlo años después y lo que me asombró es cómo me había afectado este libro a la forma en que yo escribía. Era casi vergonzoso. Espero que nadie se haya dado cuenta.

Katherine Paterson

 Darwin embarcó en el Beagle siendo un creyente y volvió convertido en un pensante.

    E UDALD C ARBONELL,

 There is only one heroism in the

world: to see the world as it is, and

to love it.

— Romain, Rolland —

miércoles, 10 de abril de 2024

Durante mi juventud, cuando llegué a París, 1953, para subsistir trabajé en lo que pude: recolectar en las casas papeles de diarios para venderlos por kilos, durante el invierno empaquetar supositorios contra la gripe o salir a vender dibujos en las terrazas de los cafés. Tuve la oportunidad de trabajar con un grupo de música folclórica latinoamericano “Los Guaranís” bailando bailecito y carnavalito, disfrazado de indio peruano. Los acompañé durante su gira por Grecia. Cierta noche, después de la función, se me acercó un hombre pequeño, gordo, de ojos abultados, elegante, con aliento a vino blanco. Me dijo: “Me presento, soy una reencarnación de Esopo, y tengo un mensaje para usted.” Al verme retroceder, poseído por el disgusto de tener que lidiar con un loco, murmuró: ” Haga un esfuerzo, joven, le traigo un regalo. Venza su desconfianza y escuche a un antiguo campesino…” Su cuerpo pareció estirarse, cambió la expresión de su cara, su voz se hizo ruda y emotiva:

“Trabajo la tierra desde que sale el sol hasta que se pone. Los bueyes que arrastran el arado llevan la misma vida que yo padezco. Nos desgastamos mucho, comemos poco, hacemos fructificar una tierra que no es nuestra. Apenas tengo un momento libre, lo empleo en extender redes, y así, de vez en cuando, puedo gozar del sabor de una perdiz. Ayer tuve la sorpresa de ver un águila prisionera en mi trampa. ¡Qué dignidad de mirada: ahí estaba, decidida a no rogar, esperando la muerte, inmutable! Sentí tal respeto por su belleza que fui incapaz de enjaularla. ¡La dejé libre! Subió como una flecha hacia el centro del cielo y desapareció entre las nubes. ¡Confieso que le tuve envidia! Hoy, como de costumbre, me senté a masticar un pedazo de pan duro a la sombra de un viejo muro. Vi un punto negro en el cielo que se acercaba a mí con velocidad sospechosa. ¡Era el águila! Antes de que pudiera levantarme, extendió sus garras. “¡Pájaro maldito, ingrato, has venido a sacarme los ojos!” Se me echó encima. Cubrí mi rostro con los brazos. El animal, graznando terroríficamente, se apoderó del pañuelo que yo llevaba atado a la frente y huyó a ras de tierra, levantando con su aleteo potente nubes de polvo. Furioso por este robo, lo perseguí agitando mi cayado. Pronto el pájaro vil y cobarde, soltó el pañuelo. Mientras lo volvía a amarrar en mi cabeza no cesé de insultar: “¡Sinvergüenza, traidor, hipócrita, ni eres noble ni valiente! ¡Atacas a quien te concedió la libertad!” Un ruido atronador vino a sacarme de mi cólera. Fui envuelto en una gran polvareda. ¡El muro en cuya sombra yo reposaba, se había derrumbado! ¡Si el águila no me saca de ahí, habría muerto aplastado! ¡Claro, el ave no hablaba mi idioma y yo era incapaz de entender el suyo! Me mordí la lengua, rojo de vergüenza. Me estaba ayudando , y yo, por ignorancia, había maldecido a mi benefactor.”

Terminada su historia, el extraño señor volvió a ser él mismo. Murmuró: “El mundo te devuelve aquello que le haces”, hizo una reverencia y se fue.

Jodorowsky

 "La ciencia no me interesa.

Ignora el sueño, el azar, la

risa, el sentimiento y la

contradicción, cosas que

me son preciosas. "

Luis Buñuel

 ¿Cómo saben estos gansos cuándo es el momento de volar hacia el sol? ¿Quién les anuncia las estaciones? ¿Cómo sabemos los seres humanos cuándo es el momento de hacer otra cosa? ¿Cómo sabemos cuándo ponernos en marcha? Seguro que a nosotros nos ocurre igual que a las aves migratorias; hay una voz interior, si estamos dispuestos a escucharla, que nos dice con toda certeza cuándo adentrarnos en lo desconocido.

Elizabeth Kubler Ross

martes, 9 de abril de 2024

 «Me senté por ahí y lloré. El agua sucia, abajo, me tentaba constantemente. ¿Para qué sufrir? El s*ui*ci*d*io seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla.

La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse con la muerte, que sería así, una especie de despertar. ¿Pero despertar a qué? Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna me ha detenido en todos los proyectos de su*i*ci*dio. A pesar de todo, el hombre tiene tanto apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que causa su fealdad, antes que aniquilar la fantasmagoría con un acto de propia voluntad. Y suele resultar, también, que cuando hemos llegado hasta ese borde de la desesperación que precede al su*ici*dio, por haber agotado el inventario de todo lo que es malo y haber llegado al punto en que el mal es insuperable, cualquier elemento bueno, por pequeño que sea, adquiere un desproporcionado valor, termina por hacerse decisivo y nos aferramos a él como nos agarraríamos desesperadamente de cualquier hierba ante el peligro de rodar en un abismo».


 Ernesto Sábato


 

  Es una derrota honrosa. Lo arriesgué todo —di todo lo que tenía— por primera vez. Si fui tan ingenua como para imaginar que la relación "debía" funcionar, por la inmensidad y la certidumbre de mis sentimientos, fue una ingenuidad honrosa y no hay de qué avergonzarse.

Susan Sontag

lunes, 8 de abril de 2024

 "Nada de lo que sucede se olvida, incluso si ya no lo recuerdas."

"El viaje de Chihiro", Hayao Miyazaki

 ¿Olvidarás las horas felices que enterramos

En las dulces alcobas del amor,

Hacinando sobre sus fríos cadáveres

Los ecos efímeros de una hoja y una flor?

Flores dónde la alegría cayó,

Y hojas dónde aún habita la esperanza.


¿Olvidarás a los muertos, al pasado?

Todavía no son fantasmas que puedan vengarse;

Recuerdos que hacen del corazón su tumba,

Lamentos que se deslizan sobre la penumbra,

Susurrando con horribles voces

Que la felicidad sentida se convierte en dolor.


Percy Shelley

Ernesto Sabato

“Son muy pocas las horas libres que nos deja el trabajo. Apenas un rápido desayuno que solemos tomar pensando ya en los problemas de la oficina, porque de tal modo nos vivimos como productores que nos estamos volviendo incapaces de detenernos ante una taza de café en las mañanas, o de unos mates compartidos. Y la vuelta a la casa, la hora de reunirnos con los amigos o la familia, o de estar en silencio como la naturaleza a esa misteriosa hora del atardecer que recuerda los cuadros de Millet, ¡tantas veces se nos pierde mirando televisión! Concentrados en algún canal, o haciendo zapping, parece que logramos una belleza o un placer que ya no descubrimos compartiendo un guiso o un vaso de vino o una sopa de caldo humeante que nos vincule a un amigo en una noche cualquiera.

Ahora la humanidad carece de ocios, en buena parte porque nos hemos acostumbrado a medir el tiempo de modo utilitario, en términos de producción. Antes los hombres trabajaban a un nivel más humano, frecuentemente en oficios y artesanías, y mientras lo hacían conversaban entre ellos. Eran más libres que el hombre de hoy que es incapaz de resistirse a la televisión. Ellos podían descansar en las siestas, o jugar a la taba con los amigos. De entonces recuerdo esa frase tan cotidiana en aquellas épocas: “Venga, amigo, vamos a jugar un rato a los naipes, para matar el tiempo, no más”, algo tan inconcebible para nosotros. Momentos en que la gente se reunía a tomar mate, mientras contemplaba el atardecer, sentados en los bancos que las casas solían tener al frente, por el lado de las galerías. Y cuando el sol se hundía en el horizonte, mientras los pájaros terminaban de acomodarse en sus nidos, la tierra hacía un largo silencio y los hombres, ensimismados, parecían preguntarse sobre el sentido de la vida y de la muerte.

Todo niño es un artista que canta, baila, pinta, cuenta historias y construye castillos. Los grandes artistas son personas extrañas que han logrado preservar en el fondo de su alma esa candidez sagrada de la niñez.

El arte es un don que repara el alma de los fracasos y sinsabores. Nos alienta a cumplir la utopía a la que fuimos destinados.

Creo que hay que resistir: éste ha sido mi lema. Pero hoy, cuántas veces me he preguntado cómo encarnar esta palabra. Antes, cuando la vida era menos dura, yo hubiera entendido por resistir un acto heroico, como negarse a seguir embarcado en este tren que nos impulsa a la locura y al infortunio. ¿Se le puede pedir a la gente del vértigo que se rebele? ¿Puede pedirse a los hombres y a las mujeres de mi país que se nieguen a pertenecer a este capitalismo salvaje si ellos mantienen a sus hijos, a sus padres? Si ellos cargan con esa responsabilidad, ¿cómo habrían de abandonar esa vida?

En esta tarea lo primordial es negarse a asfixiar cuanto de vida podamos alumbrar. Defender, como lo han hecho heroicamente los pueblos ocupados, la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre. No permitir que se nos desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una mesa compartida con gente que queremos, unas criaturas a las que demos amparo, una caminata entre los árboles, la gratitud de un abrazo. Un acto de arrojo como saltar de una casa en llamas. Estos no son hechos racionales, pero no es importante que lo sean, nos salvaremos por los afectos”.



domingo, 7 de abril de 2024

 There is a world beyond ours, a

world that is far away, nearby and

invisible.

Maria Sabina

Agradable sorpresa: Me envía una carta, desde Israel, la señora Ednna Glukman, mi primer amor cuando yo tenía 15 años y ella 14. Dejé de verla en el año 1944.

"Hola, querido amigo,

han pasado ya unos cuantos años. Ahora que por fin he encontrado tu email, te escribo pues no te he olvidado nunca y no como un primer amor, algo mucho más hondo y profundo me une a ti.

Cuando pienso en ti, me recuerdo de mí misma, la Ednna joven, sus sueños, sus esperanzas, su fuerza por ser útil en este mundo de mierda y luchar por algo mejor.

Tú eres parte de esos años llenor de un futuro mejor, de sentirnos ""ser humano"" antes de todo. Y yo, ser humano, mujer femenista y de izquierda,debo decirte que aún creo que sigo siendo yo misma,tal vez muera asi.

Hablo de la muerte, no la temo, tal vez la espero...

Tengo 87 (un año menos que tú) y según te veo en Videos, estás una maravilla,y tu cabeza como siempre, para envidiarte.

Yo, bueno, creo que lo único que aún funciona bien, es la cabeza (aun con ciertos achaques de la edad), en lo demás, bueno, vivo pensando en mi querido hijo y más aún que el mes de Febrero el 5 fue el día de su nacimiento y el 8 de Febrero su muerte. No trates de decirme nada, un hijo es un hijo y basta.

Estoy bastante imposibilitada, tengo síntomas de Parkinson, o sea falta de equilibrio y otras tonteritas, no hay mucho que hacer, solo ejercicios, tratar de caminar (no sola,por evitar caidas graves), queda mucho tiempo libre para pensar y pensar, sobre todo que hice con mi vida.....no lo sé exactamente, pero la viví plenamente y con mucho sufrimiento, muchos amores (lo unico bueno ) y con mucho dolor....

Mi gran dolor es sentirme sola, física y aún más en mi alma (o como se llama). Lo físico se puede aguantar pues mucho depende de nosotros mismos, pero la soledad del alma......es algo muy diferente y muy complicado.

Seguiré mas tarde, me cansé..."

No dudo que Ednna se haya cansado, pues ni siquiera tuvo la fuerza de despedirse de mí. Le contesté:

"Querida Ednna,

mucho me alegro que aún te acuerdes de mí. Acabo de cumplir 88 años y tengo la sensación de que recién estoy comenzando.

Me llegan recuerdos de nuestro pasado:, en especial este: las vacaciones de nuestra escuela mixta donde nosotros dos dormimos fuera del campamento, bajo una higuera (a la mañana siguiente nos esperaba un juicio colectivo con todos los niños sentados en el suelo formando un gran cuadrado, y un par de profesores, severos jueces, humillándonos a nosotros dos por ese inmenso pecado de dormir juntos).

Han pasado 72 años, sigo amando el Arte como entonces lo amaba, He vivido y estoy viviendo una vida de creador de Arte, y me siento muy bien. No creo que la vida humana sea tan corta como dicen. Conozco dos Maestros, uno judío, el Rabino Nassi, y uno japonés, Joshu, un gran monge budista Zen. Ambos vivieron 120 años. Nassi demoró esos 120 años en escribir el Talmud en forma de libros, porque los rabinos se lo comunicaban de viva voz y para eso tenían que aprenderselo de memoria. Joshu comenzó a estudiar el Zen a los 60 años, se iluminó a los 80, y antes de morir fundó un centenar de monasterios. También tengo la fotografía de un Yoga hindú que llegó a los 150 años.

La gente con sus prejuicios sobre la edad, acompleja a los "viejos": pasados los 80 años te consideran un muerto vivo, bueno solo para entregarte al Parkinson, a la soledad, a la inacción, como una momia envuelta por las vendas del recuerdo.

A mí también se me murió un hijo, al que yo adoraba, a los 24 años de una overdosis. Sufrí 10 años, incapacitado de gozar de la vida. Luego comprendí: todo es para bien. Si algo sucede es porque tenía que suceder, Esa ruptura de mi ego en mil pedazos, como un espejo quebrado, me separó del mundo, pero también de mi narcisismo. Aprendí a amar la vida, la existencia de los otros, del planeta entero, del universo entero, de esa entidad impensable que sostiene al infinito, a la eternidad, a la materia, a la conciencia. Le dí a mi hijo, Teo, un sitio sagrado en mi corazón, pero no dejé que su recuerdo me invadiera, me castrara, me imposibilitara para ayudar a la humanidad, a todos los seres humanos, los pasados, los presentes y los futuros. El amor por Teo se derramó como un torrente de mi corazón hacia el mundo, amor que compartí entre todos los seres, convertidos en mis hijos. Gracias a esto mis diez mil pedazos se fueron uniendo y volví a ser una unidad.

A los 87 años aún te queda mucho por vivir: pon en su sitio a tu hijo, hazle en tu corazón un altar con límites, no dejes que te haga perder más preciosos años de tu vida (LOS MUERTOS NO SUFREN, TÚ ERES LA QUE SUFRE INÚTILMENTE) y sal de tu pretendida vejez, encuentra una actividad creativa, regresa al mundo, que es horrible-horrible-horrible pero que está en contínuo cambio. No puedes cambiar al mundo, pero puedes comenzar a cambiarlo. Y para comenzar a cambiarlo, comienza por cambiarte a ti misma: toma cursos en grupos de danza, comienza a pintar cuadros, aprende a disparar con ametralladora, proponte enseñar a jovenes y niños lo que sabes, haz una crianza de plantas y de pájaros, qué se yo, haz lo que puedas hacer y ponte en acción. Te quedan muchos años de vida. Aún puedes enamorarte o desarrollar una profunda amistad con otras personas, viaja, canta, fabrica felafels, lucha por que las mujeres tenga derecho a ser rabinos, tíñete las canas, etc, etc, etc.

Lo más precioso que tienes en este moento es tu vida, no la malgastes en una pena excesiva. ¿Achaques? No es problema, los vas arreglando. Yo estoy en perfectas condiciones pero tengo un implante metálico en la cadera derecha (si no tendría que andar en silla de ruedas), han operado mis dos ojos de las cataratas, y luzco una buena cantidad de dientes artificiales.

No experimento la menor gana de morir, me queda muchísmo por hacer. Hace seis meses comencé un nuevo oficio: DIBUJANTE. Como mi esposa Pascale es muy buena pintora le propuse crear un pintor a cuatro manos. Yo hago los dibujos, y ella les da volúmen con los colores. Este pintor a 4 manos se llama "pascALEjandro.".. Ya tenemos pedidos de salones de exposiiones en París, Los Angeles y Londres. También nos han contactado museos...Ya ves, a los 88 años estoy practicando un nuevo oficio.

Deja de quejarte, nada de autocompasión, la vida entera es una guerra positiva y el dolor existe para que tu alma se desarrolle. Sin los dolores de la vida te convertirías en un estúpido parásito, consumiendo sin dar nada.

Un fuerte abrazo:

tu amigo Alejandro."

 País de contrastes, de acuerdo con el lugar común que es eso, comunidad de espacio, lugar de reunión. Las canciones más tristes y las más alegres. Los hombres más humildes y los más soberbios. La cortesía más natural y perfecta junto con la grosería más insoportable. Extremos de invisibilidad dolorosa y presencia aplastante.

    —¿Quién anda ahí?
    —Nadie, señor.
    —¿Quién anda ahí?
    —Su mero padre, hijo de la chingada.
    —Para servir a usted.
    —Vayanse mucho al carajo.
    —Mi casa es su casa.
    —Un paso más y me lo trueno.
    —No soy quién.
    —Usted no sabe con quién está hablando, muerto de hambre.
    —En mi hambre mando yo.
    —Mi dinero me lo gané yo, y no tengo por qué compartirlo con nadie.
    —Lo que sea su voluntad, señor.
    —Güey, aquí sólo se hace lo que yo diga.
    —Qué voy a ser, sí yo soy el abandonado.
    —Jalisco nunca pierde y cuando pierde arrebata.
    —Si ayer maravilla fui, ahora ni sombra soy.
    —A mí me hacen los mandados.
    —Mujer, mujer divina, tienes el veneno que fascina…
    —Usted es la culpable de todas mis angustias, de todos mis pesares…
    —Esto es un desmadre.
    —Qué va, esto está muy padre.
    —Qué bonitos ojos tienes debajo de esas dos cejas…
    —¿Qué me miras, pinche ojete?
    La verbalidad mexicana, rica, mutable, serpentina, esconde tanto como revela. Si escojo extremos de la expresión hablada, de la humildad auténtica al insufrible orgullo, no excluyo ese término medio de cortesía, inteligencia, capacidad de decir y de oír, que son la zona templada entre los trópicos bullangueros y las serranías silenciosas. El mexicano medio habla con voz más bien mesurada, tendiendo, es cierto, a la voz baja. La energía verbal de los españoles nos escandaliza.
    —¿Por qué habla usted tan fuerte? —le preguntó un día, en el café, un intelectual mexicano al poeta español León Felipe, quien además tenía un imponente aspecto de Júpiter tonante.
    —Coño —contestó con su vozarrón el poeta—. Porque fuimos los primeros en gritar ¡Tierra!

Carlos Fuentes

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