Flora Tristán: la mujer que caminó antes del camino
Flora Tristán nació fuera de lugar.
Fuera del matrimonio, fuera de la herencia, fuera del perdón.
Desde el inicio, el mundo le dijo no, y ella respondió con el gesto más subversivo: seguir caminando.
Fue hija de una promesa incumplida y de un apellido que nunca llegó. Aprendió pronto que la ley ama los papeles más que a las personas y que, para una mujer, la justicia es un lujo que se mira desde la vitrina. Casada por necesidad, golpeada por destino, perseguida por un marido que confundía el amor con la propiedad, Flora escapó. Y escapar, en el siglo XIX y siendo mujer, era ya una revolución sin manifiesto.
Viajó al Perú buscando una herencia y encontró algo más brutal: la confirmación de que la desigualdad habla todos los idiomas. Vio la aristocracia criolla jugando a ser europea mientras el pueblo cargaba siglos como costales rotos. Allí entendió que la opresión no es un error del sistema: es el sistema haciendo bien su trabajo.
Flora escribió con el cuerpo cansado y el espíritu en guardia. No pedía caridad; exigía justicia. No soñaba con mujeres “empoderadas” en solitario, sino con una humanidad completa. Su gran herejía fue decir lo obvio cuando lo obvio era peligroso:
que no hay emancipación del obrero sin la emancipación de la mujer,
y que no hay libertad posible si una mitad de la humanidad vive arrodillada limpiando el suelo de la otra.
Mientras los hombres discutían teorías en cafés bien iluminados, Flora hablaba en fábricas, en cuartos mal ventilados, en caminos donde la pobreza no se disfraza. Ella no pensaba el socialismo: lo caminaba. Su Unión Obrera no fue un libro; fue un grito organizado. Quería que los trabajadores se reconocieran como familia, no como competencia. Qué escándalo: fraternidad en un mundo diseñado para la pelea.
La llamaron exagerada, histérica, peligrosa.
Clásico.
Cuando una mujer piensa demasiado, el poder finge que delira.
Murió joven, agotada por la prisa de cambiarlo todo antes de que el cuerpo dijera basta. Pero no fracasó. Nunca fracasan quienes dejan huellas. Flora Tristán no vio la cosecha, pero sembró ideas que otros firmaron después con tinta más famosa. La historia suele ser así de injusta y así de predecible.
Hoy su nombre no suena en todas las aulas, pero debería. Porque Flora no fue solo una pionera del feminismo o del socialismo: fue una ética en movimiento. Una mujer que entendió que la dignidad no se negocia, que se ejerce. Que la libertad no se pide con flores, se arranca con palabras y con pasos.
Flora Tristán no quiso ser eterna.
Quiso ser útil.
Y lo fue.
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