martes, 30 de diciembre de 2025

 

Un perro andaluz: aprender a ver duele

Un perro andaluz es un cortometraje de 1929 dirigido por Luis Buñuel y escrito junto a Salvador Dalí. Dura apenas dieciséis minutos, pero es suficiente para incomodar a generaciones enteras. No tiene argumento, no tiene mensaje explícito y no sigue ninguna lógica narrativa tradicional. No hay inicio, nudo ni desenlace. No hay héroes. No hay moraleja.

La película está hecha a partir de imágenes soñadas, impulsos inconscientes y asociaciones libres. Buñuel fue claro: no querían que el espectador entendiera, querían que reaccionara. Quien entra buscando sentido se frustra; quien entra dispuesto a dejarse golpear, sale transformado o irritado. Ambas cosas sirven.

En ese contexto aparece una de las escenas más famosas —y más temidas— de la historia del cine.


1. El ataque al ojo: ver no es un acto inocente

Un hombre afila una navaja. Mira al cielo. Una nube atraviesa la luna. Corte.
Un ojo humano es seccionado en primer plano.

No hay metáfora amable. No hay preparación emocional. No hay advertencia. Buñuel no pide permiso: te agrede.

Ese ojo no es solo el de la mujer en pantalla. Es el del espectador. Es el nuestro. Buñuel parece decirnos:

Si vienes a mirar cine como siempre, mejor te quito el ojo desde ahora.

Ver, en Un perro andaluz, no es un acto pasivo ni inocente. Es una experiencia dolorosa. El cine deja de ser entretenimiento y se convierte en intervención quirúrgica. Buñuel corta el órgano con el que creemos entender el mundo, porque sabe que ese ojo está educado, domesticado, acostumbrado a ver sin cuestionar.

El gesto es radical: para ver de otra manera, primero hay que destruir la forma anterior de mirar.

Hoy, casi un siglo después, la escena sigue siendo insoportable, pero por razones distintas. Vivimos rodeados de imágenes de violencia real: guerras transmitidas en tiempo real, cuerpos destrozados convertidos en contenido, tragedias convertidas en scroll. El ojo ya no se corta; se anestesia. Vemos todo y no sentimos nada.

Buñuel, en cambio, quería lo contrario: que mirar doliera. Que la imagen dejara marca. Que el espectador no saliera intacto.

El corte en el ojo es una advertencia que sigue vigente:

si el arte no incomoda, solo adormece.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Buscar este blog