domingo, 28 de diciembre de 2025

 Una persona culta no es un diccionario con piernas ni un loro con biblioteca.

Es otra cosa. Más peligrosa. Más bella.
Una persona culta sabe, sí, pero sobre todo sabe que no sabe todo.

Lee para dudar, no para presumir.
Escucha para entender, no para ganar.
No confunde títulos con pensamiento ni datos con sabiduría.

Puede citar a Sócrates… y también reírse de un meme bien hecho.

Porque la cultura no es rigidez: es elasticidad mental.

Una persona culta conecta:
historia con presente, ciencia con ética, arte con calle.
Entiende que un poema puede explicar el mundo
y que un taco en la esquina también es antropología aplicada.

No grita verdades: argumenta.

No desprecia lo popular: lo analiza.

No idolatra autores: los discute.

Y cuando habla, se nota que antes pensó.

Es alguien que ha leído libros, sí,
pero también personas, contextos, silencios.

Alguien que puede cambiar de opinión sin sentir que pierde identidad.

En resumen,

una persona culta no vive acumulando respuestas,
vive afinando preguntas.

Y eso —aunque no dé likes—
es una forma elegante de libertad. 

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