jueves, 18 de diciembre de 2025

 

La muerte como motor de la cultura

Mira a tu alrededor. Cada iglesia que cruzas, cada museo que visitas, cada estatua que admiras… todas están construidas para decir lo mismo: “No voy a desaparecer”. Ernest Becker, en La negación de la muerte, nos revela algo que preferimos ignorar: toda nuestra cultura—religión, arte, leyes, incluso dinero—es, en esencia, un escudo contra el miedo a morir.

Las religiones prometen inmortalidad: el alma que sigue, la recompensa eterna, el ciclo que se renueva. La literatura nos presenta héroes que desafían la muerte y villanos que encarnan nuestro miedo. Los artistas buscan inmortalizarse con un lienzo, una sinfonía, un poema. Incluso nuestra obsesión con el éxito, el dinero y la fama no es más que un intento de dejar una huella, aunque sea simbólica, que nos haga sentir que hemos vencido lo inevitable.

Becker nos obliga a mirar de frente lo que muchos evitan: la cultura no surge de la belleza ni de la creatividad por sí sola; surge de la ansiedad por nuestra finitud. Cada acto humano significativo es un intento de trascender, de decir: “Existí y, de alguna forma, perduraré”. Desde las pirámides de Egipto hasta los rascacielos de Nueva York, todo está impregnado de esta lucha silenciosa contra la muerte.

Pero reconocer esto no es deprimente; es liberador. Comprender que nuestro arte, nuestras tradiciones y nuestras leyes nacen de un miedo compartido nos permite elegir conscientemente cómo enfrentamos la vida. Podemos vivir atrapados en la ilusión de la eternidad, persiguiendo fama o riquezas, o podemos mirar la muerte a los ojos y usarla como motor para crear algo que tenga sentido aquí y ahora.

Entonces pregúntate: si supieras que todo lo que construyes, persigues o admiras nace del temor a desaparecer, ¿seguirías haciendo lo mismo? ¿O empezarías a vivir de una manera más auténtica, con la conciencia de que la única inmortalidad real está en lo que eliges hacer con cada instante que te queda?

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