A simple vista, parece absurdo pensar que para hacer una mala canción o un mal guion se requiera talento. “Mala” implica defectuosa, carente de valor estético, superficial, olvidable. Sin embargo, si observamos bien la cultura popular y el éxito comercial, descubrimos que incluso lo que muchos consideran “malo” demanda habilidades específicas, en ocasiones sofisticadas, que revelan otro tipo de talento.
Tomemos
el caso de artistas o ciertas canciones que se
vuelven éxitos a pesar de su sencillez o incluso mediocridad artística.
¿Cómo es posible que obras aparentemente poco originales o profundas
logren impactar a millones? La respuesta no está en la calidad clásica,
sino en la habilidad para conectar con un público, para tocar una fibra
emocional inmediata, para jugar con códigos y estereotipos culturales
compartidos.
Primero, el talento como afinidad con el público
Una
mala canción exitosa suele tener ritmo pegajoso, frases simples pero
memorables, y un mensaje o imagen con la que la gente se identifica
fácilmente. Esto no sucede por azar; requiere alguien que comprenda los
gustos y hábitos del público objetivo. Es un talento para leer el
zeitgeist —el espíritu de la época— y moldear el producto para que
encaje en ese espacio.
De
igual forma, un guion que carece de complejidad narrativa o profundidad
temática, pero que resulta en una película taquillera, se sostiene
porque sabe qué emociones evocar: la nostalgia, el romance idealizado,
la comedia ligera, el escape de la realidad. No todos los públicos
buscan el arte elevado; muchos buscan sentirse acompañados en sus
emociones cotidianas, aunque sea mediante clichés.
Segundo, la paradoja del talento funcional
Este
talento es funcional y pragmático. Se orienta a la efectividad, a
cumplir objetivos específicos: generar ventas, views, retuits. La
industria del entretenimiento es un mercado, y como tal, se rige por
reglas distintas al arte puro. Aquí, hacer “malo pero popular” es un
resultado de conocer las fórmulas que funcionan, dominar el timing y
aprovechar las tendencias sociales y tecnológicas.
Este
tipo de talento suele ser subestimado o desvalorizado por quienes
privilegian lo artístico elevado, pero es innegable que no cualquiera
puede lograrlo. Intentar escribir un guion con fórmulas de éxito y
fracasar no es raro; encontrar esa fórmula requiere intuición,
experiencia y sensibilidad hacia la cultura popular.
Tercero, la dimensión cultural y social
Detrás
de las obras consideradas “malas” hay un reflejo de la sociedad que las
consume. La repetición de estereotipos, mensajes simples o humor plano
puede responder a necesidades reales de identificación, pertenencia y
evasión. Criticar estas obras sin reconocer su función social es perder
una dimensión esencial del arte popular.
En
este sentido, el “talento para lo malo” también es una forma de
inteligencia cultural, pues implica conocer los códigos que mantienen
cohesionada a una comunidad, o que la entretienen en un contexto
particular.
Conclusión
No
es contradictorio que haya talento en hacer obras de escaso valor
artístico. Más bien, es una paradoja que revela la complejidad de la
cultura contemporánea y las múltiples formas que el talento puede
adoptar. El desafío para el crítico o el creador es reconocer que el
talento no es una sola cosa ni siempre se manifiesta en la profundidad o
la belleza, sino que también habita en la superficie, en la conexión
inmediata y en la capacidad para captar la atención masiva.
Así,
la mediocridad aparente muchas veces esconde una inteligencia aguda
para leer a la audiencia y moldear contenido acorde a sus expectativas.
Entender esta paradoja es clave para comprender la cultura popular
actual y el fenómeno del éxito en sus diversas formas.
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