lunes, 29 de diciembre de 2025

 A simple vista, parece absurdo pensar que para hacer una mala canción o un mal guion se requiera talento. “Mala” implica defectuosa, carente de valor estético, superficial, olvidable. Sin embargo, si observamos bien la cultura popular y el éxito comercial, descubrimos que incluso lo que muchos consideran “malo” demanda habilidades específicas, en ocasiones sofisticadas, que revelan otro tipo de talento.

Tomemos el caso de artistas o ciertas canciones que se vuelven éxitos a pesar de su sencillez o incluso mediocridad artística. ¿Cómo es posible que obras aparentemente poco originales o profundas logren impactar a millones? La respuesta no está en la calidad clásica, sino en la habilidad para conectar con un público, para tocar una fibra emocional inmediata, para jugar con códigos y estereotipos culturales compartidos.

Primero, el talento como afinidad con el público

Una mala canción exitosa suele tener ritmo pegajoso, frases simples pero memorables, y un mensaje o imagen con la que la gente se identifica fácilmente. Esto no sucede por azar; requiere alguien que comprenda los gustos y hábitos del público objetivo. Es un talento para leer el zeitgeist —el espíritu de la época— y moldear el producto para que encaje en ese espacio.

De igual forma, un guion que carece de complejidad narrativa o profundidad temática, pero que resulta en una película taquillera, se sostiene porque sabe qué emociones evocar: la nostalgia, el romance idealizado, la comedia ligera, el escape de la realidad. No todos los públicos buscan el arte elevado; muchos buscan sentirse acompañados en sus emociones cotidianas, aunque sea mediante clichés.

Segundo, la paradoja del talento funcional

Este talento es funcional y pragmático. Se orienta a la efectividad, a cumplir objetivos específicos: generar ventas, views, retuits. La industria del entretenimiento es un mercado, y como tal, se rige por reglas distintas al arte puro. Aquí, hacer “malo pero popular” es un resultado de conocer las fórmulas que funcionan, dominar el timing y aprovechar las tendencias sociales y tecnológicas.

Este tipo de talento suele ser subestimado o desvalorizado por quienes privilegian lo artístico elevado, pero es innegable que no cualquiera puede lograrlo. Intentar escribir un guion con fórmulas de éxito y fracasar no es raro; encontrar esa fórmula requiere intuición, experiencia y sensibilidad hacia la cultura popular.

Tercero, la dimensión cultural y social

Detrás de las obras consideradas “malas” hay un reflejo de la sociedad que las consume. La repetición de estereotipos, mensajes simples o humor plano puede responder a necesidades reales de identificación, pertenencia y evasión. Criticar estas obras sin reconocer su función social es perder una dimensión esencial del arte popular.

En este sentido, el “talento para lo malo” también es una forma de inteligencia cultural, pues implica conocer los códigos que mantienen cohesionada a una comunidad, o que la entretienen en un contexto particular.

Conclusión

No es contradictorio que haya talento en hacer obras de escaso valor artístico. Más bien, es una paradoja que revela la complejidad de la cultura contemporánea y las múltiples formas que el talento puede adoptar. El desafío para el crítico o el creador es reconocer que el talento no es una sola cosa ni siempre se manifiesta en la profundidad o la belleza, sino que también habita en la superficie, en la conexión inmediata y en la capacidad para captar la atención masiva.

Así, la mediocridad aparente muchas veces esconde una inteligencia aguda para leer a la audiencia y moldear contenido acorde a sus expectativas. Entender esta paradoja es clave para comprender la cultura popular actual y el fenómeno del éxito en sus diversas formas.

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