Año Nuevo, Mentiras Viejas
Cada 31 de diciembre ocurre un milagro:
personas que llevan años sin cambiar nada creen que, porque el reloj hizo clic, ahora sí van a hacerlo.
Es fascinante.
No cambiaron en febrero, ni en junio, ni cuando tocaron fondo…
pero ahora, porque es enero, mágicamente sí.
“La gente cree que el universo respeta los calendarios que inventamos.”
El ritual moderno: desear sin hacerse cargo
El rito es siempre el mismo:
-
“Este año sí voy a hacer ejercicio”
-
“Ahora sí voy a leer”
-
“Ahora sí voy a cambiar”
-
“Este año será diferente”
No es un plan.
No es una decisión.
Es un deseo decorativo.
“No quieres cambiar. Quieres sentirte bien por cinco minutos.”
El deseo cumple su función emocional:
te calma la culpa sin exigirte acción.
El problema no es olvidar los propósitos
El problema es que nunca fueron reales.
Si realmente quisieras cambiar:
-
no esperarías a enero,
-
no lo anunciarías como ritual,
-
no lo convertirías en eslogan.
El propósito olvidado no fracasó:
nunca nació.
Fue solo una fantasía socialmente aceptada.
“La mayoría no quiere cambiar su vida, quiere cambiar cómo se siente respecto a su vida.”
Por eso los propósitos son vagos:
-
“ser mejor persona”
-
“cuidarme más”
-
“tener paz”
Nada medible.
Nada incómodo.
Nada que te obligue a confrontarte.
Son frases lo suficientemente ambiguas para que nunca puedas fallar… ni avanzar.
El calendario como excusa moral
El Año Nuevo es una absolución colectiva:
-
“No cambié, pero es que era el año pasado”
-
“Ahora sí empieza lo bueno”
-
“Borrón y cuenta nueva”
Mentira.
No hay borrón.
Hay continuidad.
El 1 de enero no te reinicia.
Te revela.
Si llevas años huyendo, enero solo te encuentra huyendo con confeti.
¿Por qué olvidamos los deseos?
Porque no estaban anclados a:
-
dolor real,
-
decisión concreta,
-
costo personal.
Cambiar duele.
Y el rito de Año Nuevo está diseñado para no doler.
Es cambio sin sacrificio.
Espiritualidad sin riesgo.
Ética sin incomodidad.
Una religión sin cruz.
La versión honesta (no apta para brindis)
Una versión menos vendible, pero más verdadera, sería:
-
“Este año voy a dejar de mentirme.”
-
“Este año voy a pagar el precio de cambiar.”
-
“Este año no prometo nada: actúo o me callo.”
-
“Si no cambio, asumiré que elegí no hacerlo.”
Eso no entra en una servilleta de fiesta.
Pero funciona.
Los propósitos de Año Nuevo no fallan porque los olvidamos.
Fallan porque los usamos como tranquilizantes morales.
El cambio real no empieza en enero.
Empieza cuando ya no puedes soportarte como estás.
No cuando brindas.
Cuando decides.
“Si el próximo año eres igual… al menos no te mientas diciendo que fue una sorpresa.”
Salud amigos
Y menos deseos.
Más actos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario