lunes, 29 de diciembre de 2025

 No cesaremos en la exploración

y el fin de todas nuestras búsquedas
será llegar adonde comenzamos
y conocer el lugar por vez primera.
T. S. ELIOT, Cuatro cuartetos

En sus reflexiones sobre las crueldades «normales» de la crianza de los niños en las sociedades civilizadas, Sarah Hrdy cuestionaba el futuro de nuestra especie: «Cuando oigo a la gente preocupada por el futuro de la humanidad por causas como el calentamiento global, las enfermedades emergentes y los virus agresivos, los meteoritos que se estrellan y los soles que explotan, me pregunto: pero, aunque persistamos, ¿seguirá siendo humana nuestra especie?». Hrdy teme que la supervivencia de la especie humana no incluye necesariamente la supervivencia de nuestra humanidad.
Como siempre, es ahora o nunca. Nuestra especie parece congelada en un perpetuo punto de no retorno, como si cada paso a dar fuese una encrucijada. Otras civilizaciones se han derrumbado antes que la nuestra; de hecho, a todas les ha pasado. Pero ninguna se ha derrumbado tanto como lo hará la nuestra cuando ocurra. Los colapsos previos fueron regionales; el nuestro será planetario, y no habrá ningún sitio donde correr a esconderse. A lo largo de los siglos, muchos ríos y lagos han sido objeto de sobrepesca o envenenamiento, pero ahora somos testigos de la destrucción de ecosistemas oceánicos enteros. La atmósfera del planeta está inflamada, y nuestra comprensión de los peores escenarios posibles se ve constantemente ampliada. En 2015, el huracán más violento jamás registrado —clasificado como de nivel 7 en una escala que había sido diseñada para alcanzar solo el nivel 5— arrasó la costa de México.
Decir que vivimos en una época de cambios acelerados es una auténtica perogrullada, pero nada puede continuar acelerando para siempre. Si miramos más allá del horizonte, tanto adelante como atrás, distinguimos claros indicios de vastos periodos de estabilidad y tranquilidad que no hacen sino empequeñecer nuestro breve momento de frenesí civilizador. Los arqueólogos llevan largo tiempo desconcertados por las decenas de miles de años en los que no parece que haya ocurrido gran cosa que implique un progreso. Los restos óseos demuestran que la anatomía de nuestros antepasados era moderna, y sus cerebros, que en realidad eran un poco más grandes que los de los humanos contemporáneos, sugieren que tenían una gran capacidad mental, pero sus vidas no cambiaban. Los objetos hallados revelan muy pocos avances en el diseño de puntas de lanza o flecha, en los ritos funerarios, en la decoración, etc. ¿Por qué estuvieron tanto tiempo atascados? Mi propuesta es que no estuvieron en absoluto atascados: estaban en casa. Si la necesidad es la madre de las invenciones, ¿por qué nos cuesta tanto suponer que se encontraban cómodos y felices, sin ninguna aparente necesidad de «progreso»? En nuestro mundo, donde es habitual menospreciar el presente como una zona de calentamiento para un futuro mejor, y donde la desinformación acerca de la larga prehistoria de nuestra especie está completamente generalizada, es difícil reconocer que la vida de nuestros ancestros no era solitaria, pobre, desagradable, brutal o corta. Nos resulta casi imposible concebir que podrían haber estado contentos de permanecer donde estaban. Sin embargo, esto es lo que la evidencia sugiere.
Christopher Ryan 

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