viernes, 31 de diciembre de 2021

 Nunca he visto a un pájaro celebrando el año nuevo,  

ni ningún día especial marcado en un imaginario calendario.

Pero si lo he visto celebrar la vida, cantando y volando a diario.

Y eso mismo que cada día de su vida hace mi amigo pájaro, es lo que te deseo a ti, hoy y siempre.


Zen Toyo


 

 “Agua: no tienes gusto, ni color, ni aroma, no se te puede definir, se te gusta sin conocerte. No eres necesaria para la vida: eres la vida misma. Nos penetras de un placer que no se explica por los sentidos. Contigo vuelven a nosotros todos los poderes a los que habíamos renunciado. Por tu gracia se abren en nosotros todas las fuentes secas de nuestro corazón…” 


 

 


 Desde hace unos diez años soy cada vez más consciente de la muerte de mis coetáneos. Mi generación está ya en la puerta de salida, y siento cada muerte como un desprendimiento, como si me desgarraran una parte de mí. Cuando hayamos desaparecido, no quedará nadie como nosotros, pero lo cierto es que nadie es igual a los demás. Cuando alguien muere, no se le puede reemplazar. Deja un agujero que no se puede llenar, pues el destino —el destino genético y nervioso— de cada ser humano consiste en ser un individuo único, en encontrar su propio camino, vivir su propia vida, enfrentarse a su propia muerte.
    No voy a fingir que no estoy asustado. Pero mi sentimiento predominante es el de gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído y viajado, he pensado y escrito. He mantenido un diálogo con el mundo, ese diálogo especial que mantienen los escritores y los lectores.
    Por encima de todo, he sido un ser sintiente, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, en sí mismo, ha sido ya un enorme privilegio y una aventura.

 "Gentileza, gentileza, gentileza. Quiero hacer un rezo de Año Nuevo, no una resolución. Rezo por la valentía."

Susan Sontag

"Escribe en tu corazón que cada día es el mejor del año."

Ralph Waldo Emerson

"Las palabras del año pasada pertenecen al lenguaje del año pasado y las palabras del próximo esperan una nueva voz.”

T.S. Eliot

jueves, 30 de diciembre de 2021

Nunca he arañado la tierra ni buscado nidos, no he hecho herbarios ni tirado piedras a los pájaros. Pero los libros fueron mis pájaros y mis nidos, mis animales domésticos, mi establo y mi campo; la bi­blioteca era el mundo atrapado en un espejo; tenía el espesor infini­to, la variedad, la imprevisibilidad.


 

Un hombre de 30 años acudió al análisis porque "no tenía ninguna diversión en la vida". No creía realmente estar enfermo, pero —segiin dijo— había oído hablar del psicoanálisis y quizá le aclararía las cosas. Al interrogársele sobre sus síntomas, declaró carecer de ellos. Con posterioridad, descubrimos que su potencia sexual era deficiente. No osaba aproximarse a lavS mujeres, tenía relaciones sexuales con muy poca frecuencia, y entonces sufría de eyaculación precoz y la relación le dejaba insatisfecho. Tenia muy escasa comprensión de su impotencia y había llegado a aceptarla; después de todo, decía, había muchos hombres que "no necesitaban ese tipo de cosas".
Su comportamiento reveló de inmediato un individuo severamente inhibido. Hablaba sin mirar al interlocutor, en voz baja, en forma entrecortada y carraspeando de continuo de manera embarazosa. Al mismo tiempo, había en él un intento evidente de suprimir su intranquilidad y aparecer como persona valiente. No obstante, todo su aspecto daba la impresión de marcados sentimientos de inferioridad. Informado de la regla fundamental, el paciente comenzó a hablar entrecortadamente y en voz baja. Entre sus primeras comunicaciones figuró el recuerdo de dos experiencias "terribles". Una vez había atropellado con su automóvil a una mujer, que minió a consecuencia de las heridas. En otra oportunidad, como enfermero durante la guerra, se había visto obligado a practicar ima traqueotomía. El mero recuerdo de estas dos experiencias le llenaba de horror. En el curso de las primeras sesiones habló luego, en la misma forma monótona, baja y reprimida, sobre su juventud. Siendo el penúltimo de una serie de hijos, quedó relegado a un lugar secundario. El mayor de los hermanos, unos veinte años mayor que él, era el favorito de los padres; este hermano había viajado mucho, "conocía el mundo", se enorgullecía de sus experiencias y cuando regresaba  de sus viajes "toda la casa giraba alrededor tie él". Aunque del contenido de este relato surgía con claridad la envidia y el odio,a este hermano, el paciente —en respuesta a una cautelosa pregunta— negó haber .sentido jamás cosa parecida. Luego se refirió a la madre, a lo buena que había sido con él y a su muerte, acaecida cuando el paciente tenía siete años. En ese momento, comenzó a sollozar en forma ahogada; eso le avergonzó y se mantuvo en silencio algún tiempo. Al parecer, la madre había sido la única persona que le brindara algún cariño y atención, y su pérdida había constituido para el paciente un golpe muy severo. Después de su muerte, el paciente pasó cinco años en la casa del hermano mayor. No fué el contenido sino el tono de este relato, el que puso de manifiesto su enorme amargura ante el comportamiento inamistoso, frío y dominador del hermano. Luego relató en pocas frases breves que ahora tenía un amigo que le quería y admiraba mucho. Después de esto, se mantuvo en continuo silencio, pocos días después, contó un sueño: se veía a si mismo en una ciudad extraña, con su amigo; sólo que la cara de éste era diferente. El hecho de que el paciente hubiese abandonado su propia ciudad para someterse al análisis, sugería que el hombre del sueño representaba al analista. Esta identificación del analista con el amigo podría haber sido interpretada como el comienzo de una transferencia positiva. En vista de la situación total, sin embargo, esto hubiese sido poco prudente. El mismo paciente reconoció al analista en el amigo, pero nada pudo agregar a ello. Dado que se mantenía en silencio, o bien expresaba dudas en cuanto a que él pudiese llevar a cabo el análisis, le dije que guardaba algo contra mí, pero carecía de valor para expresarlo. Lo negó en forma categórica, ante lo cual le dije que nunca había tenido el valor de expresar sus impulsos inamistosos hacia el hermano, ni siquiera de pensarlos conscientemente; y eso había establecido al parecer cierto tipo de conexión entre su hermano mayor y yo. Esto era cierto en sí mismo, mas cometí el error de interpretar su resistencia en un nivel demasiado profundo. La interpretación no tuvo éxito alguno; por el contrario, se intensificó la inhibición. De modo que esperé algunos días hasta que estuviera en condiciones de comprender, a base de su conducta, el significado actual, más importante, de su resistencia. En ese momento resultaba claro que existía no sólo una transferencia del odio hacia el hermano, sino también una fuerte defensa contra una actitud femenina (cf. el sueño sobre el amigo) . Pero en ese momento hubiese sido poco aconsejable una interpretación en tal sentido. Por eso continué señalándole que por algún motivo se defendía contra mí y contra el análisis, que todo su ser indicaba un bloqueo contra el análisis. Estuvo de acuerdo, diciendo que en efecto, él era así generalmente en la vida: rígido, inaccesible, continuamente a la defensiva. Mientras le hice ver su defensa en todas las sesiones, en todas las ocasiones posibles, me llamó la atención la expresión monótona con que manifestaba sus quejas. Todas las sesiones comenzaban con la misma frase: "No siento nada, el análisis no tiene influencia alguna", etc. Yo no comprendía qué quería expresar con estas quejas, y sin embargo resultaba claro que allí estaba la clave para comprender su resistencia.'' Tenemos aquí una buena oportunidad para estudiar la diferencia entre la educación carácter-analítica y la educación activo-sugestiva, para el análisis. Yo podría haberle sermoneado de manera amable instándole a decirme algo más sobre esto o aquello; quizá hubiera podido establecer una transferencia positiva artificial; pero la experiencia con otros casos me había mostrado que con esos procedimientos no se llega lejos. Como toda su conducta no dejaba lugar a dudas en el sentido de que el paciente rechazaba el análisis en general y a mí en particular, yo podía limitarme a mantenerme en esta interpretación y esperar ulteriores reacciones. En una ocasión, al volver a referirse al sueño, dijo que la mejor prueba para no rechazarme era que me identificaba con su amigo. Sugerí que quizá hubiera esperado de mí cariño y admiración, tal como se los brindaba su amigo; mi reserva le había decepcionado y ofendido. Debió admitir que había abrigado tales pensamientos, pero sin osar decírmelos. Luego relató cómo siempre exigía amor y en especial reconocimiento, y que adoptaba una actitud muy defensiva hacia los hombres de aspecto particularmente masculino. No se sentía igual a esos hombres, y en la relación con el amigo desempeñaba el papel femenino. Volvía a haber material para interpretar su transferencia femenina, pero la totalidad de su comportamiento prevenía contra ello. La situación era difícil, pues los elementos de su resistencia que yo ya comprendía —la transferencia del odio a su hermano y la actitud narcisista-femenina hacia sus superiores— eran cuidadosamente evitados; en consecuencia, yo debía actuar con sumo tino, pues de no ser así podría
llegar a interrumpir su análisis. Además, continuaba lamentándose en todas las sesiones, en la misma forma, de que el análisis no le llegaba, etc.; yo no podía comprender esto aun después de cuatro semanas de análisis y, sin embargo, lo sentía como una resistencia caracterológica esencial y muy activa. Caí enfermo y debí interrumpir el análisis durante dos semanas. El paciente me envió una botella de brandy como tónico. Al reiniciar el análisis, parecía estar contento. Al mismo tiempo, siguió con sus antiguos lamentos y refirió que le molestaban sobremanera pensamientos de muerte, que temía constantemente que algo hubiese sucedido a algún miembro de su familia, y durante mi enfermedad había pensado todo el tiempo en mi probable muerte. Un día, cuando este pensamiento le molestaba en forma particular, me envió el brandy. En este momento, fué grande la tentación de interpretar sus reprimidos deseos de muerte. El material para hacerlo era abundante, pero sentí que tal interpretación seria infructuosa pues relataría en el muro de sus lamentos de que "nada me llega, el análisis no tiene influencia sobre mí". Entre tanto, se había aclarado el doble significado secreto de su lamento "nada me llega" ("nichl.s dringl in mich etn"): era una expresión de su profundamente reprimido deseo transferencial de relación sexual anal. ¿Pero hubiese sido justificado señalarle su impulso amoroso homosexual —que, es cierto, se manifestaba con suficiente claridad— mientras él, con todo su ser, continuaba protestando contra el análisis? Primero debía aclararse cuál era el significado de sus lamentos acerca de la inutilidad del análisis. Es (cierto, yo podía haberle demostrado que se equivocaba en sus quejas: soñaba sin interrupcion, los pensamientos de muerte se tornaban más intensos y muchas otras cosas se sucedían en su interior. Pero yo sabía por experiencia (jue eso no hubiese contribuido a aclarar la situación. Además, yo percibía claramente la coraza que se interponía entre el material inconsciente y el análisis, y debía suponer que la resistencia existente no permitiría que interpretación alguna penetrara en el inconsciente. Por estos motivos, no hice sino mostrarle en forma consecuente su actitud, interpretándola como la expresión de una violenta defensa y diciéndole que debíamos esperar hasta comprender este comportamiento. El paciente comprendía ya que los pensamientos de muerte en ocasión de mi enfermedad no habían constituido necesariamente la expresión de una cariñosa solicitud. En el transcurso de las semanas siguientes resultó cada vez más claro que su sentimiento de inferioridad, relacionado con su transferencia femenina, desempeñaba un papel considerable en su comportamiento y en sus lamentaciones. Con todo, la situación no parecía todavía madura para la interpretación; el significado de su conducta no era suficientemente claro. Podemos resumir los aspectos esenciales de la solución, tal como se la encontró con posterioridad: a) El paciente deseaba de mí reconocimiento y amor, tal como lo deseaba de todos los hombres que le parecían masculinos. El deseo de cariño y su decepción conmigo, habían sido ya interpretados repetidas veces, sin éxito alguno.
b) Tenia una definida actitud de envidia y odio hacia mí, transferida de su hermano. Esto no podía interpretarse en ese momento, pues hubiese sido desperdiciar la interpretación. c) Se defendía contra su transferencia femenina. Esta defensa no podía ser interpretada sin llegar a tocar la feminidad esquivada. d) Debido a su feminidad, se sentía inferior ante mí. Sus eternos lamentos sólo podían ser la expresión de este sentimiento de inferioridad. Entonces interprete su sentimiento de interioridad ante mí. En lui principio, esto no llevó a ninguna parte, pero después de exponerle su conducta en forma consecuente durante varios días, aportó algunas comunicaciones relativas a su ilimitada envidia, no de mi sino de otros hombres ante quienes también se sentía inferior. Se me ocurrió de pronto que este constante lamentarse sólo podía tener un significado: "El análisis no tiene influencia sobre mí", vale decir, "no es bueno", vale decir, "el analista es inferior, es impotente, nada puede lograr conmigo". Los lamentos eran en parte un triunfo sobre el analista, y, en parte, un reproche dirigido contra él. Le dije lo que pensaba de sus lamentos, con resultado sorprendente. De inmediato aportó una gran cantidad de ejemplos para demostrar que siempre actuaba en esta forma cuando alguien trataba de influir sobre él. No podía tolerar la superioridad de persona alguna, y siempre trataba de disminuir a los demás. Siempre hacía exactamente lo opuesto de lo que cualquier superior le indicaba. Aparecieron abundantes recuerdos de su conducta rencorosa y despreciativa hacia sus maestros.
Aquí estaba, pues, su agresión suprimida, cuya manifestación más extrema había sido hasta ahora sus deseos de muerte. Sin embargo pronto la resistencia reapareció en la misma forma anterior, se produjeron las mismas quejas, la misma reserva, el mismo silencio. Pero ahora yo sabía que mi descubrimiento le había impresionado sobremanera, lo que había aumentado su actitud femenina; esto, por supuesto, resultó en una intensificada defensa contra la feminidad. Al analizar la resistencia, volví' a partir del sentimiento de inferioridad ante mí, pero ahora profundicé la interpretación afirmando que no sólo se .sentía inferior sino que, debido a su inferioridad, se sentía ante mí en un papel femenino que hería su orgullo masculino. Si bien antes el paciente había presentado abundante material vinculado con su actitud femenina hacia los hombres masculinos, y había tenido plena visión de este hecho, ahora lo negaba todo. Esto constituía un nuevo problema. ¿Por qué se negaría ahora a admitir lo que antes él mismo describiera? Le dije que se sentía tan inferior que no quería aceptar de mí explicación alguna, aunque eso implicara retractarse. Comprendió la verdad de esta afirmación y se refirió a la relación con su amigo, extendiéndose sobre ella con cierto pormenor. Desempeñaba realmente el papel femenino y habían tenido a menudo relación sexual entre las piernas. Ahora pude demostrarle que su actitud defensiva en el análisis no era sino la lucha contra el hecho de entregarse al análisis, lo cual, .para su inconsciente, se vinculaba al parecer con la idea de entregarse al analista en ima manera femenina. Eso hería su orgullo y ése era el motivo de su empecinada resistencia a la influencia del análisis. Reaccioné) a esto con un sueño confirmatorio: estaba acostado en un sola con el analista, quien le besaba. Este claro sueño provocó una nueva lase de resistencia bajo la antigua forma de lamentos de que el análisis no le llegaba, de que era frío, etc. Volví a interpretar los lamentos como ui intento de menoscabar el análisis y una defensa contra el hecho de entregarse al tratamiento. Pero al mismo tiempo comencé a explicarle el significado economico de esta defensa: según lo que me había relatado hasta entonces acerca de su infancia y su adolescencia, era evidente que se había encerrado en sí mismo buscando refugio contra todas las decepciones provenientes del mundo exterior y contra el trato brusco y frío del padre, del hermano y de sus maestros; eso parecía haber sido su unica salvación, aunque exigía grandes sacrificios de felicidad.
Esta interpretación le pareció altamente plausible y pronto aportó recuerdos de su actitud hacia los maestros. Siempre los sintió fríos y distantes —clara proyección de su propia actitud— y aunque se irritaba cuando le castigaban o regañaban, permanecía indiferente. Relacionado con esto, dijo haber deseado a menudo que hubiesen sido más severos. Este deseo no parecia en ese momento adaptarse a la situación; sólo mucho más tarde se aclaró que con este rencor deseaba presentarme a mí y a mis prototipos, los maestros, bajo un aspecto desagradable. Durante unos días el análisis prosiguio sin asperezas, sin resistencias; ahora recordaba un período de su infancia en el cual había sido salvaje y agresivo. Al mismo tiempo, produjo sueños con una marcada actitud femenina hacia mí. Sólo pude suponer que el recuerdo de su agresión había movilizado el sentimiento de culpa expresado ahora en los sueños pasivo-femeninos. Evité analizar esos sueños, no sólo porque no tenían conexión inmediata con la situación  transferencial presente, sino también por(jue me parecía que el paciente no estaba preparado para comprender la relacion entre su agresión y los sueños que expresaban un sentimiento de culpa. Muchos analistas considerarán esto como una selección arbitraria del material. La experiencia demuestra, sin embargo, que cabe esperar el mejor efecto terapéutico cuando ya se ha establecido una conexión inmediata entre la situación transferencial y el material infantil. Sólo aventuré el supuesto de que, a juzgar por sus recuerdos de su comportamiento infantil agresivo, en una época el paciente había sido muy distinto, todo lo contrario de lo que era hoy, y el análisis debería descubrir en qué momento y en qué circunstancias se había producido tal cambio en su carácter. Le dije que su actual feminidad era probablemente un tratar de evitar su masculinidad agresiva. No mostró reacción alguna, salvo recayendo en su antigua resistencia, lamentándose de que no podía lograr resultados, de que el análisis no le llegaba, etc.
Volví a interpretar su sentimiento de inferioridad y su recurrente intento de demostrar la impotencia del análisis, o del analista; pero ahora traté también de trabajar sobre la transferencia a partir del hermano, señalando que segun lo relatado, éste desempeñaba siempre el papel dominante. El paciente se adentró en este tema sólo con gran vacilacié)n, al parecer porque estallamos frente al conflicto central de su infancia; volvió a aludir a la atención que la madre dedicara a ese hermano sin mencionar, sin embargo, ninguna actitud subjetiva al respecto. Como lo demostró un cauteloso acercamiento a la cuestión, la envidia al hermano estaba completamente reprimida. Al parecer, esta envidia se asociaba en forma tan estrecha con un odio intenso que ni siquiera se le permitía llegar a la conciencia. Abordar este problema provocó una resistencia de particular violencia, que duró varios chas y tomó otra vez la forma de sus estereotipados lamentos acerca de su incapacidad. Como la resistencia permanecía incólume, debíamos suponer que había aquí un rechazo particularmente agudo de la persona del analista. Le pedí una vez más que hablara libremente y sin temor del análisis y en particular del analista, y me contara qué impresión le había producido yo en ocasión de nuestro primer encuentro.* Al cabo de grandes vacilaciones, dijo que le había parecido muy masculino y brutal, un hombre absolutamente despiadado con las mujeres. Le pregunté entonces cuál era su actitud hacia los hombres que le daban la impresión de ser potentes.
Esto sucedió hacia el fin del cuarto mes de análisis. Ahora, por primera vez, irrumpió esa actitud reprimida hacia el hermano, que guardaba la más estrecha relación con su actitud transferencial más perturbadora, la envidia de la potencia. Con gran alecto, recordó haber condenado siempre al hermano por estar de continuo persiguiendo mujeres, seduciéndolas y jactándose luego de ello. Yo le había recordado de inmediato al hermano. Le explique que evidentemente veía en mí a su hermano potente y que no podía abrirse ante mí porque me condenaba y porque mi supuesta superioriclad le hería tal como solía herirle la del hermano; además, ahora resultaba claro que la base de su sentimiento de interioridad era un sentimiento de impotencia. Sucedió entonces lo que uno siempre ve en un análisis correcta y consecuentemente llevado a cabo: el elemento central de ¡a resistencia caracterológica ascendió a la superficie. De pronto recordó haber comparado muchas veces su pene pequeño con el de gran tamaño de su hermano, y con qué intensidad le envidiara por ello. Como cabía esperar, se presentó una nueva ola de resistencias; otra vez el lamento: "No puedo hacer nada". Pude ahora ir algo más allá en la interpretación y mostrarle que estaba haciendo un acting out de su impotencia. Su reaccicm fué totalmente inesperada. Refiriéndose a mi interpretación de su desconfianza, dijo por primera vez que nunca había creído a persona alguna, que en nada creía y probablemente tampoco en el psicoanálisis. Esto era, por supuesto, un importante paso adelante, ])ero la conexión entre esa aseveración y la situación analítica no estaba del todo clara. Durante dos horas habló de las numerosas decepciones por él experimentadas y creyó que constituían una explicación racional de su desconfianza. Volvió a aparecer la antigua resistencia; como no resultaba claro cu;il hain'a sido esta ve/, el factor precipitante! aie mantuve a la espera. El antiguo comportamiento continuó varios días. Sólo volví a interpretar aquellos elementos de la resistencia con los cúsales me hallaba bien lamiliari/ado. Luego, de pronto, apareció un nuevo elementíj tic la resistencia: dijo tener miedo al análisis porque podría despojarle de sus ideales. La situación volvía a aclararse. Había transferido su angustia de castración desde el hermano hacia mí. Me temía. Por siqniesto, no aludí a su angustia de castración; volví a partir en cambio de su sentimiento de inferioridad y su impotencia, preguntándole si sus elevados ideales no le lia( ían sentirse stqjcrior y mejor (jue todos los demás. Lo admitif) abiertamente; m;ís aún, dijo ser en verdad mejor que todos (juiencs pasaban su tiempo persiguiendo nnijeres y viviendo sexualmeiue (omo los am'males. Agregó sin embargo (|ue este sentimiento se veía demasiado a menudo ])erturbado por el sentimiento de impotencia y (jue al ])arecer no había llegatlo a reconciliarse del todo con su debilidad sexual. Pude mostrarle entonces la manera neurótica en cjue trataba de superar su sentinn'ento de impotencia: estaba tratando de recuperar ini seruimiento de ])oten<ia en el dominio de los ideales. Le hice ver el mecanismo de compensación y le .señalé su secreto sentimiento de superioridad: no s(')lo se consideraba, en secreto, mejor y más inteligente que los demás;, por este mismo motivo se resistía al análisis. Pues si el tratamiento tenía cíxito, significaría haber recinrido a la ayuda de alguna otra jjersona y haber vencido su neurosis, cuyo secreto placer acababa de ser cleseruerrado. De.sde el pinito de vista de la neurosis, esto sería una derrota c]ue además, ])ara su inc;onsc:iente, significaría convertirse en una nuijer. Kn esta forma, partiendo del yo y sus mecanismos de defensa, preparé el terreno ])ara una iiuerpretación del complejo de castración y de la fijacicHi femenina.
El análisis del carácter había logrado, jjues, penetrar desde su modo de conducta directamente hasta el centro de la nein"osis, su angustia de castración, la envidia hacia el hermano debido al favoritismo de la madre, y la decepción sufrida con ésta. Lo importante no es acjuí cjue estos elementos inconscieiues ascendieran a la superficie; eso ocurre a menudo en forma espontánea. Sí lo es la sucesión lc)g¡ca en que se presentaron y el estrecho contacto con la defensa yoica y la transferencia: además, esto tuvo lugar acompañado de los corres])ondientes afectos. Esto es lo cpie constituye un análisis del carácter consecuente: es una minuciosa elaboración de los conflictos, asimilada por el yo.
A título de contraste, consideremos lo c|ue hubiese sucedido sin un consistente hincapié en las defensas. Al comienzo mismo, existía la posibilidad de interpretar la actitud homosexual pasiva ante el hermano, y los deseos de muerte. A no dudarlo, sueños y asociaciones hubiesen aportado material adicional para la interpretación. Pero sin una previa elaboración sistemática y pormenorizada de su defensa yoica, ninguna interepretación hubiese penetrado en forma efectiva; el resultado habría sido un conocimiento intelectual de sus deseos pasivos, junto con una violenta defensa afectiva contra ellos. Los afectos pertenecientes a la pasividad, así como los impulsos criminales, habrían continuado subsistiendo en la función defensiva. El desenlace final hubiera sido una situación caótica, el típico cuadro de desesperanza de un análisis rico en interpretaciones y pobre en resultados.

miércoles, 29 de diciembre de 2021

Una conciencia de nada es una nada de conciencia, la caída en el no ser, en la niebla y la muerte en vida.



 


Llegan las huestes conquistadoras. El fuego de las lombardas (cañones) que los indígenas creían que salía de la boca de los que las manejaban, les llena de terror. Luchan, no obstante, y resisten durante tres meses para acabar refugiándose en la miseria de los montes, a donde los van a buscar. Se repiten los gestos de siempre, las mismas aprehensiones, las mismas torturas a los prisioneros para hacerles delatar el refugio del cacique, y a pesar de resistencias heroicas, falla el más débil y habla y el jefe es hecho prisionero. Hatuey es condenado a muerte, a ser quemado vivo por el delito de haber huido, de haberse opuesto a la servidumbre. Ya preparada la hoguera, a punto de ser prendido el fuego, un sacerdote trata de convertir al cacique y de bautizarlo. Hatuey le pregunta por qué quiere hacerlo cristiano, por qué quiere que sea igual a los españoles que son malos. El sacerdote le explica que si se bautiza podrá ir al cielo. "Tornó a preguntar el cacique si iban al cielo cristianos; dijo el padre que sí iban los que eran buenos". Entonces el cacique Hatuey se negó rotundamente a ser bautizado para no encontrárselos. "Esto aconteció al tiempo que lo querían quemar y así luego pusieron fuego a la leña y lo quemaron".
 

 Pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad»: los cambios son difíciles de conseguir, pero incluso los más grandes son posibles si uno se esfuerza lo suficiente y durante el tiempo que sea necesario

martes, 28 de diciembre de 2021

 Es cierto que hace dos mil años Jesús de Nazaret dijo que los pobres siempre estarían con nosotros. Pero entonces casi todo el mundo se dedicaba a la agricultura. La economía no era lo bastante productiva para permitir una existencia confortable para todos. Y así, hasta bien entrado el siglo XVIII, la pobreza fue sólo una realidad más. «Los pobres son como las sombras en una pintura: proporcionan el contraste necesario», escribió el médico francés Philippe Hecquet (1661-1737). Según el escritor inglés Arthur Young (1741-1820), «cualquiera que no sea un idiota sabe que las clases bajas han de seguir siendo pobres o de lo contrario no serían productivas».  Los historiadores se refieren a esta lógica como «mercantilismo»: la noción de que la pérdida de uno implica la ganancia de otro. Los primeros economistas del mundo moderno creían que los países sólo podían prosperar a costa de otros países; era todo una cuestión de aumentar las exportaciones. Durante las guerras napoleónicas, esta manera de pensar condujo a algunas situaciones absurdas. Inglaterra no tenía ningún problema en enviar comida a Francia, por ejemplo, pero prohibió las exportaciones de oro porque a los políticos británicos se les había metido en la cabeza que la falta de lingotes aplastaría al enemigo más deprisa que el hambre. El principal consejo de un mercantilista siempre es reducir salarios: cuanto más bajos, mejor. La mano de obra barata proporciona una ventaja competitiva y por lo tanto potencia las exportaciones. En palabras del famoso economista Bernard de Mandeville (1670-1733): «Es manifiesto que en una nación libre donde no se permiten los esclavos, la riqueza más valiosa es tener una multitud de trabajadores pobres.»  Mandeville no podría haber errado más el tiro. Ahora hemos aprendido que la riqueza produce más riqueza, tanto si nos referimos a personas como a naciones. Henry Ford lo sabía muy bien y por eso en 1914 dio a sus empleados un buen aumento; ¿cómo si no habrían podido comprar sus coches? Por su parte, el ensayista británico Samuel Johnson dijo en 1782: «La pobreza es un gran enemigo de la felicidad humana; es evidente que destruye la libertad y hace que algunas virtudes sean impracticables, y otras, extremadamente difíciles.» A diferencia de muchos de sus contemporáneos, comprendió que ser pobre no es carecer de carácter. Es carecer de dinero.

 El principio de «control» de Sandman también explicaría por qué la gente suele tener más miedo a volar en avión que a conducir un coche. Su pensamiento funciona así: «Puesto que yo controlo el coche, mi seguridad depende de mí mismo; puesto que yo no controlo el avión, me encuentro a merced de miles de factores externos».

    Entonces, ¿qué debería producirnos mayor miedo: viajar en avión o en coche?  Si piensa salir de viaje y puede elegir entre el avión o el coche, tal vez le interese considerar el índice de muertes por hora de ambas opciones. Es cierto que en Estados Unidos cada año muere mucha más gente en accidente de carretera (aproximadamente 40.000 personas) que en accidente aéreo (menos de mil). Pero también es cierto que la mayoría de la gente pasa mucho más tiempo en el coche que en un avión. (Cada año muere más gente incluso en accidente de barco que en accidente aéreo; como comprobamos en el caso de las piscinas frente a las armas, el agua es mucho más peligrosa de lo que la mayoría de la gente imagina). No obstante, el índice de muertes producidas por hora al volante frente al que se produce en avión es prácticamente el mismo. Los dos aparatos presentan las mismas probabilidades (o, en realidad, la misma improbabilidad) de conducir a la muerte.
    Pero el miedo crece con mayor fuerza en tiempo presente. Por eso los expertos cuentan con él; en un mundo que se muestra cada vez más impaciente con los procesos a largo plazo, el miedo constituye un poderoso juego a corto plazo. Imagine que es un funcionario del gobierno encargado de reunir fondos para la lucha contra una de dos causas de muerte probadas: los ataques terroristas o las enfermedades cardíacas. ¿Por cuál de las dos causas cree que se abrirán las arcas del estado? La probabilidad de que una persona muera por un ataque terrorista es infinitamente inferior a la probabilidad de que esa misma persona obstruya sus arterias con una alimentación rica en grasas y muera a consecuencia de una enfermedad cardíaca. Sin embargo, un ataque terrorista se produce ahora; la muerte por una cardiopatía es una catástrofe lejana, silenciosa. Los actos terroristas se hallan fuera de nuestro control; las patatas fritas, no. Tan importante como el factor control es lo que Peter Sandman denomina el factor terror. La muerte por un ataque terrorista (o la enfermedad de las vacas locas) se considera espantosa; la muerte por una enfermedad del corazón, por alguna razón, no.


 

lunes, 27 de diciembre de 2021

  Tu palabra es una promesa que haces. Y cuanto más lleves una vida espiritual, más poder tendrá tu palabra y menos espacio tendrás para escabullirte. Viví un ejemplo de esto en un viaje reciente a la India. Me detuve en Rishikesh, una ciudad sagrada al borde del Ganges, donde los tenderos no dejaban de molestarme ofreciéndome sus mercancías. Después de un rato, para que no siguiesen insistiendo, les dije que regresaría más tarde. «¿Lo prometes?», me preguntaron, y yo respondí: «Sí, desde luego». Sabía que no tenía ninguna intención de regresar a esas tiendas, pero mi respuesta me proporcionó algo de paz mientras seguía mi recorrido por el mercado.

    Sin embargo, al regresar a los Estados Unidos, pasé la primera semana soñando que estaba atrapado en los bazares de Rishikesh, regateando con los mercaderes sobre el precio de productos que ni siquiera quería. Aunque no había regresado a esas tiendas, ¡tenía que cumplir mi palabra y volver a ellas durante mis sueños!
    Ser fiel a tu palabra desarrolla un poder espiritual que es esencial si vas a soñar y manifestar un mundo mejor. Sin este poder, tus sueños nunca toman forma y siempre acaban viniéndose abajo justo antes de dar fruto. ¿Has conocido alguna vez a alguien a quien todo parece salirle bien, pero a quien luego todo se le desmorona en el último momento? Su relación acaba justo cuando estaba a punto de casarse, su gran negocio fracasa a última hora o encuentra el lugar perfecto para abrir una consultoría y está listo para empezar, cuando el propietario se niega a alquilarle el local. Como estos individuos carecen de convicción y tratan sus palabras como si no tuvieran mucho poder, sus planes fracasan inevitablemente.
    En lugar de intentar forzar al universo para que acate tus deseos, practica la veracidad y aumenta tus reservas de poder personal. Esto hará que tus sueños se conviertan en una fuerza imparable que organice el mundo de la manera que hayas decidido. Cuando practicas la veracidad, dejas de buscarte excusas —lo que dices le comunica al universo que se puede confiar en ti.


 Días atrás, me encontraba yo en el tren con dirección a Estocolmo. Fuera anochecía y el vagón estaba bastante oscuro. Mis compañeros de viaje dormitaban cada uno en su rincón, y yo permanecía en silencio oyendo el traqueteo del tren que avanzaba retumbando sobre los raíles.

Mientras estaba ahí sentada, me dio por pensar en todas esas otras veces que había viajado a Estocolmo. En la mayoría de los casos había sido por algo difícil. Había viajado para graduarme y también con mis manuscritos en busca de editor. Y ahora viajaba para recibir el Premio Nobel. Si aquellas fueron cosas difíciles, esto también lo era.

Todo el otoño anterior había estado viviendo en mi antiguo hogar en Värmland, en la más absoluta soledad , y ahora me veía obligada a presentarme ante mucha gente. Era como si el aislamiento hubiera aumentado mi timidez, y me angustiaba la idea de verme obligada a mostrarme en público.

Sin embargo, en el fondo, resultaba un gozo enorme y especial recibir el premio, y trataba de disipar mi angustia pensando en los que se alegrarían de mi suerte: muchos buenos viejos amigos, mis hermanos y sobre todo mi anciana madre, que estaría en casa feliz de haber vivido para ver este día.

Pero entonces empecé a pensar en mi padre y sentí un gran vacío a causa de que ya no vivía y no podía contarle que había recibido el Premio Nobel. Yo sabía que nadie se habría alegrado tanto como él. Nunca he conocido a nadie que haya sentido tanto amor y veneración por la literatura y los escritores. Y si se hubiera enterado de que la Academia Sueca me había concedido ese gran premio literario… Era una verdadera pena que yo no pudiera contárselo.

Todos los que han viajado en tren de noche, en la oscuridad, saben que puede ocurrir que los vagones avancen suavemente durante largos ratos sin una sacudida. El ruido y el estrépito cesan y el fragor uniforme de las ruedas se convierte en una música monótona y tranquila. Como si los vagones del tren no avanzaran más por traviesas y raíles sino que se deslizaran por el aire.

El caso es que algo así sucedió justo cuando estaba pensando que me gustaría encontrarme con mi padre. El tren comenzó a avanzar tan suave y silencioso que yo pensé que era imposible que continuara unido a la tierra. Y entonces mis pensamientos empezaron a volar: “¡Imagina si yo viajase ahora hacia mi anciano padre en el reino de los cielos! Alguna vez he oído que cosas similares les han ocurrido a otros. ¿Por qué no iba a ocurrirme a mí?”

El vagón continuaba avanzando suavemente y sin ruido. Fuera a donde fuera, parecía que aún le quedaba un trecho por recorrer. Y mis pensamientos de adelantaban al tren…

Imagino que encuentro a mi padre, sin duda sentado en una mecedora en el porche. Tiene delante un jardín soleado lleno de flores y pájaros. Está leyendo la leyenda Fritjof. Y entonces, al verme, deja el libro y se sube las gafas a la frente. Después se pone en pie para recibirme. Dice “Buenos días, bienvenida. ¿Has salido a pasear?” o “¿Qué tal estás, hija mía?”, igual que hizo siempre.

Sólo después del saludo mi padre se vuelve a sentar en la mecedora. Ahí sí que empieza a dudar de la verdadera razón por la que he ido a visitarle.

-¿No habrá ocurrido nada malo en casa? -imagino que pregunta.

-¡Qué va! Está todo bien.

Y yo estoy a punto de darle la noticia, pero entonces pienso que me gustaría reservarla un poco, y por eso doy antes un rodeo.

-Solo he venido para pedirte un buen consejo -improviso mostrando un aspecto preocupado-. Lo que pasa es que he adquirido grandes deudas.

-Creo que no voy a poder ayudarte mucho con eso -dice mi padre-. Se puede decir de este lugar lo mismo que de las antiguas casas de campo señoriales de Värmland: que aquí hay de todo menos dinero.

-No es por dinero por lo que estoy en deuda -le aclaro.

-Eso parece grave -dice mi padre-. ¡Cuéntamelo todo desde el principio, hija mía!

-Tengo mis razones para pedirte ayuda -digo yo-. Porque tú estás en el origen de esta deuda. ¿Recuerdas que solías sentarte junto al piano y cantar a Bellman para nosotros de niños? ¿Y te acuerdas de que nos leías a Tegnér, a Runeberg y a Andersen cada invierno? De esta manera fue como contraje por primera vez la deuda. Padre, ¿cómo voy a compensa a estos autores? Porque ellos me enseñaron a amar los cuentos, los héroes, las gestas, nuestra tierra y la vida de las personas, en toda su grandeza y también en toda su debilidad.

Al decirle esto, mi padre se acomoda en la mecedora y pone una bella expresión en su mirada.

-Entonces estoy contento por haberte ayudado a contraer esa deuda.

-Sí, puede que tengas razón, padre -le digo-, pero eso no es todo. Mi deuda es muy grande. ¡Piensa en todos esos vagabundos errantes que visitaban Värmland, jugando al arlequín y cantando canciones! Ellos fueron una fuente inagotable de aventuras, chistes y anécdotas.. ¡Y piensa en todos aquellos ancianos! Se sentaban en sus pequeñas chozas grises, junto a la linde de los bosques, y nos hablaban de extraordinarios seres acuáticos, de trols y muchachas raptadas! Sin duda ellos me enseñaron a encontrar la poesía de las escarpadas montañas y los oscuros bosques. Y también, padre, piensa en todos los monjes y monjas, pálidos y ojerosos en sus lóbregos monasterios, que nos han transmitido lo que leyeron y oyeron. Con ellos estoy en deuda por tomar prestado temas de ese gran acervo de leyendas que recopilaron. ¡Y los campesinos que viajaron a Jerusalén! ¿Cómo no estar en deuda con ellos si me dieron una gran hazaña sobre la que escribir? Y probablemente no es solo con las personas con quien estoy en deuda, padre, sino también con toda la naturaleza. Con los animales de la tierra y las aves del cielo y con las flores y los árboles. Todos ellos han tenido secretos que contarme.

Mientras yo le digo esto, padre solo asiente y sonríe, y no parece preocupado en absoluto.

-Pero ¿no comprendes que esta deuda supone un gran lastre para mí, padre? -pregunto, poniéndome cada vez más seria-. Cómo saldar algo así. Yo creía que eso lo sabríais aquí en el cielo.

-Seguramente lo sabemos -responde padre sin darse importancia, como de costumbre-. Alguna solución habrá para tus pesares. ¡No temas, hija!

-Sí, pero padre, esto no es todo -insisto-. También estoy en deuda con todos los que han estudiado nuestro idioma; con todos los que han transmitido y dado forma a esta herramienta esencial y que me han enseñado a usarla… ¿Cómo no estar en deuda con todos los que han compuesto versos, los que han escrito antes que yo? Convirtieron en un bello arte el narrar el destino de los hombres, me dieron ejemplo y mostraron el camino a seguir. ¿No tengo innumerables deudas desde mi juventud con los grandes noruegos y los grandes rusos? ¿No estoy en deuda por haber vivido en un tiempo en el que la cultura de mi propio país ha estado al máximo nivel? He conocido a los grandes monumentos de forma directa: el mundo de poesía de Snoilsky, el archipiélago de Strindberg, el folclore de Geijerstam, el teatro de Tor Hedberg, las pensamientos progresistas de Anne-Charlotte Edgren y Ernst Ahlgren, la obra de Helena Nyblom, la Österland de Heidenstam, las novelas históricas de Sophie Elkan, las tonadas de Värmland de Frödin, las leyendas de Levertin, las descripciones de Dalarna en Thanatos de Hallström y en la obra de Karlfeldt… Y tantas otras cosas actuales y novedosas, tan estimulantes para competir y tan fértiles para soñar…

-Sí, sí -asiente mi padre-. Tienes razón, tienes una gran deuda, pero probablemente podrás pagarla.

-No entiendes lo difícil que me resulta esto, padre -me quejo-. Seguramente no has considerado que también estoy en deuda con mis lectores. Con todos: desde el anciano rey y su hijo, que me envió en viaje oficial al sur, a los pequeños alumnos que garabatean un gracias por Nils Holgersson. ¿Qué habría sido de mí si no hubieran querido leer mis libros? Tampoco puedes olvidar a los que han escrito sobre mí… Recuerda ese gran estudioso danés, ya fallecido, que me consiguió amigos por todo su país sólo con un par de palabras. Mezclaba la crítica con la generosidad como nadie ha hecho antes entre nosotros. ¡Piensa en todos los que en otros países me han ayudado! Yo estoy en deuda, padre, tanto con los que me han elogiado como con los que me han criticado.

-Sí, sí -vuelve a asentir.

Ya no tiene aspecto de estar tranquilo. Seguramente empieza a comprender que no resulta tan fácil consolarme.

-Recuerda a todos los que me han ayudado, padre -digo-. ¡Piensa en mi fiel Esselde, que trató de abrirme camino cuando todavía nadie se atrevía a creer en mí! ¡Recuerda los muchos que han defendido mi poesía y protegido mi trabajo! ¡Y recuerda a mi buena amiga y compañera de viaje, que no sólo me condujo al sur y me enseñó toda la magnificencia del arte, sino que también hizo que la vida resultara más luminosa y rica! ¡Y piensa en todo el cariño que me he encontrado, piensa en todo el honor y distinción! ¿No puedes entender que necesite acudir a ti para saber cómo se pagan semejantes deudas?

Mi padre baja la cabeza y no parece tan esperanzado como al principio.

-Desde luego creo que no es tan fácil ayudarte, hija mía -dice-. ¡Pero tienes que parar con esto!

-No, hasta ahora he podido sobrellevarlo -digo-. Pero ahora viene lo peor. Por eso he tenido que acudir a ti a pedirte consejo.

-No puedo imaginar cómo te puedes sentir aún más en deuda -se sorprende mi padre.

-Pues sí…

Y a continuación le doy la noticia del premio.

-Nunca hubiera creído que la Academia Sueca… -murmura.

Pero al momento me mira y entonces comprende que “eso” es verdad. Y comienza a contraérsele cada arruga en su vieja cara y se le llenan los ojos de lágrimas.

-¿Qué les voy a decir a los que han decidido en este asunto y a los que me han propuesto para el premio? -pregunto-. Porque piensa, padre, que no es sólo honor y dinero lo que me han dado. Han tenido tanta fe en mí que se han atrevido a distinguirme ante todo el mundo. ¿Cómo voy a saldar esta deuda de agradecimiento?

Mi padre se recuesta y cavila un poco mientras se seca las lágrimas de alegría. Sacude la cabeza y de repente pega una palmada en el brazo del asiento.

-¡No quiero seguir aquí sentado pensando en preguntas que nadie en el cielo o en la tierra puede contestar! -afirma-. Si te han dado el Premio Nobel, entonces no hay que preocuparse de nada, solo alegrarse y punto.

 Cuando practicas vivir con coherencia, eres plenamente consciente del impacto de tus pensamientos, actos e intenciones, e intentas que éstos sean positivos y curativos en lugar de egoístas y destructivos. Te das cuenta de cuándo estás actuando por miedo, y eliges hacerlo por amor. Asumes la responsabilidad de todos tus actos, y el universo percibe esto, otorgándote inmediatamente un buen karma (o uno malo, si ése es el caso). Como obtienes una respuesta y un apoyo inmediatos a todas tus acciones, ya no te irás del supermercado cuando el cajero te haya dado de más en el cambio —te sentirás obligado a devolverlo—. Entonces tu recompensa se verá multiplicada por diez.

domingo, 26 de diciembre de 2021




 

 Decía Krishnamurti que, la vida es lo que es y no lo que a los demás nos gustaría que fuera; por ello, si somos capaces de aceptarla, posiblemente, enfrente tendremos el espejo que nos mostrará lo que queremos ver.


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La presencia del autor de El apando al lado de las causas sociales se constató con un grafiti en una pared de Ciudad Universitaria pocos años después de su muerte: ¡Ay, José!, cómo te extrañamos en estas RevueltasFoto Archivo
Reyes Martínez Torrijos
 
Periódico La Jornada
Domingo 19 de enero de 2014, p. 2
José Revueltas es único en este país, no hay un escritor más moral que el autor deEl luto humano Los días terrenales:él, primero que nadie, amó al ser humano, amó al más pobre de todos, señala Elena Poniatowska sobre el narrador y activista duranguense, que este año arriba a su centenario.
Rechaza la noción de que por su participación política no fue el gran escritor. Yo creo que fue falso. Él necesitaba para escribir también participar políticamente. José Joaquín Blanco, gran crítico literario, dijo que era imposible escribir y vivir como Revueltas (...) Él necesitaba militar para escribir, relata la escritora y periodista en charla telefónica con La Jornada.
El narrador José Agustín –en charla telefónica– coincide en señalar que ambas facetas, política y literatura, son una, en realidad, por eso yo peleaba cuando se editaba su obra completa que se incluyeron los textos políticos.
Mi vida literaria nunca se ha separado de mi vida ideológica. Mis vivencias son precisamente de tipo ideológico, político y de lucha social, resumió Revueltas en una entrevista con Norma Castro Quiteño, publicada en el libro Conversaciones con José Revueltas (Era, 2011).
Elena Poniatowska, quien lo entrevistó varias veces, recuerda: “Lo conocí en Lecumberri, porque él pasó más tiempo de su vida en la cárcel que en la calle, por ejemplo, estuvo dos veces en la Islas Marías. Y luego, desde finales del 68 o principios del 69 estuvo tres años en Lecumberri y fue arrestado muchísimas veces en distintas prisiones, desde que era casi un niño de 12 o 13 años.
En 1968, aunque todavía era un hombre fuerte, entró a la cárcel porque se echó la culpa de todo el movimiento de ese año. Estuvo en la crujía llamada El Polígono, al lado de Manuel Marcué Pardiñas, Armando Castillejos, Heberto Castillo y Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca.
A raíz del juicio por su participación en el Consejo Nacional de Huelga, en 1970, Revueltas sentenció: Dice el Ministerio Público que intentamos cambiar la esencia de México o de su Estado. ¿Cambiar su esencia? ¡No, señores del Ministerio Público! ¡Encontrarla, descubrirla! Desenajenar la esencia de México, hacerla del hombre, objetivar en ella al ser humano (México 68: juventud y revolución).
Poniatowska describe al narrador, guionista, activista y teórico marxista como hombre muy atractivo, a las mujeres siempre les pareció así. Tuvo muchas mujeres. Además, era un héroe. Desde muy joven tenía esta vocación, esta actitud y vocación de héroe ante la vida (...) Era el hombre más bondadoso que cualquiera podía conocer.
En torno a la importancia del autor deLos errores, Poniatowska dice: “México está hambriento de héroes y Revueltas fue uno, una de esas personas hacia quien uno puede mirar. Además, por ejemplo, su libro El apando es una joya de la literatura mexicana”.
Constata esta presencia el grafiti garabateado años más tarde en una pared de Ciudad Universitaria: ¡Ay José!, cómo te extrañamos en estas Revueltas.
Fue mártir de la causa de los más abandonados y testigo de la existencia de la gente más olvidada, lo que según él era atroz. Él decía mucho la palabra atroz, que por cierto también decía mucho Octavio Paz. Es un héroe. Absolutamente. Es el más héroe de todos los escritores mexicanos.
Como parte de los festejos por el centenario del escritor, hace un par de meses el Fondo de Cultura Económica (FCE) inauguró su librería José Revueltas, en la capital de Durango; además, se anunció una edición conmemorativa de la novela Los errores,que cumple 50 años, y la redición de El árbol de oro: José Revueltas y el pesimismo ardiente, de Philippe Cheron, así como José Revueltas: una literatura del lado moridor, de Evodio Escalante; así como dos mesas de discusión en torno autor y una exposición.
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Elena Poniatowska recuerda: Lo conocí en Lecumberri, porque él pasó más tiempo de su vida en la cárcel que en la calleFoto Archivo
La editorial Era cuenta en su catálogo con la mayoría de los títulos de José Revueltas, incluso una obra completa con 26 volúmenes y los libros Dialéctica de la conciencia, Dormir en tierra, El apando, El conocimiento cinematográfico y sus problemas, El luto humano, Las cenizas: obra literaria póstuma, Los días terrenales, Los errores, Los motivos de Caín, Los muros de agua, México 68: juventud y revolución México: una democracia bárbara, entre otros.
José Agustín menciona que Revueltas antes de los años 60 “estaba vilmente discriminado. A mi generación le correspondió hacer ver que se estaba cometiendo un error muy grave. A mí me mandó llamar Emmanuel Carballo para encargarme (...) la confección de las obras literarias completas.
“Era un estupendo escritor, por supuesto; escribía notablemente bien. Cuando empecé a trabajar con él, me dijeron: ‘cuídale mucho el estilo’. Luego de publicar su obra literaria salió mucho a la luz todo ese desprecio que había habido y minusvaluado su trabajo.”
Sobre los temas de Revueltas, José Agustín afirma que la vida le hizo pasar ciertos problemas. Estar en la cárcel desde muy jovencito le permitió conocer personajes rarísimos. Y cierta truculencia que había en él, aumentaba eso.
Lo describe como “hombre muy sencillo, muy correcto, muy adecuado. Cuando trabajé en la colección de sus obras, fui a verlo varias ocasiones y estuvimos muy contentos, y después nos rencontramos en la cárcel. Yo sabía que estaba en la crujía M, lo fui a saludar por allá. Me dijo ‘¡Cómo, José Agustín por aquí!’ Ahí se afianzó una amistad que duró hasta su muerte.”
Nacido en Durango el 20 de noviembre de 1914, fue autor de una serie de novelas y cuentos que compartían una visión descarnada de la realidad, con personajes sufrientes, a la orilla del abismo. La otra faceta de su personalidad, su activismo político opositor, destaca en diferentes momentos como referente moral y heterodoxo del marxismo y el Partido Comunista Mexicano (PCM), que entonces era clandestino.
A los 13 años comenzó su militancia política. Y en un ambiente revuelto marcado la consecución de la autonomía universitaria en 1929, la Guerra Cristera, la campaña presidencial de José Vasconcelos contra la corrupción gubernamental, se dio la primera detención del estudiante Revueltas, acusado de rebelión, sedición y motín por manifestarse en el Zocalo. Pasó seis meses en un reformatorio.
Recién liberado, Revueltas ingresó al PCM, y en 1932 fue confinado por cinco meses en las Islas Marías, junto con otros militantes por participar en una huelga de trabajadores en Nuevo León. De esta experiencia carcelaria nació el libro Los muros de agua, terminada el 3 de octubre de 1940, la víspera del fallecimiento de su hermano Silvestre, el compositor. En 1943 recibió el Premio Nacional de Literatura, con la novela El luto humano.
Octavio Paz, premio Nobel, en suPosdata, lo llamó uno de los mejores escritores de mi generación y uno de los hombres más puros de México, y Carlos Monsiváis dijo: La vida de Revueltas es casi la de uno de sus personajes, probablemente el más poderoso. Atado siempre a la idea de la militancia, convencido de que la revolución es la meta imposible y necesaria.
Revueltas se casó tres veces: en 1937 con Olivia Peralta, en 1947 con María Teresa Retes y en 1973 con Ema Barrón Licona.
Falleció el 14 de abril de 1976 y fue inhumado el 16 en el panteón francés de La Piedad, en la ciudad de México.
En su funeral, su amigo MArtín Dozal, compañero de celda en Lecumberri –refiere Poniatowska–, le dijo al secretario de Educación de entonces, Víctor Bravo Ahuja, que quería leer un pequeño discurso: No se da usted cuenta de que no queremos oírlo, señor. Lo corrió. La ceremonia tenía un ambiente magnífico de rebeldía y de rechazo al oficialismo.

WASHINGTON SQUARE: Do you feel poets have a responsibility to use poetry for a larger, social purpose?

RUEFLE: Some poets feel they have a responsibility to use poetry for a larger, social purpose, and some poets do not. Each poet is on an individual journey, and no two are alike. But I think all of these things are interconnected; what if you are a troubled person and a simple poem about, say, a flower, helps you overcome your trouble, helps you to get a bit outside of yourself—isn’t that a larger, social purpose? Or making someone laugh? No one can say that serves no purpose. Dickinson’s poems are not likely to change the world, but they can change one life at a time. Poems that have a larger, social purpose—who should they be read to and by? A large body of persons? Why doesn’t each session of Congress begin with a poem? I can think of more than a dozen poems it would do them good to hear, but I think, given the average Congressperson’s agenda, it might be unfair to make them hear a single thing more . . .

 https://www.washingtonsquarereview.com/an-interview-with-mary-ruefle


 

  

Durante mis años de universidad estuve conviviendo con varias personas, todas ellas de distintas partes de España. Cada uno traía expresiones propias de su comunidad. De pronto me vi utilizando expresiones propias de Zaragoza, de Sevilla, del País Vasco. Uno de mis compañeros era muy malhumorado y siempre utilizaba una expresión muy suya propia de su tierra cuando se enfadaba. Durante una discusión, me sorprendí utilizando las expresiones de mi amigo, y me di cuenta que me llevaban a su mismo estado emocional.

    Podemos observar que cuando convivimos con personas con un vocabulario pobre o negativo, empezamos a utilizar sus mismas expresiones, su mismo volumen, su misma entonación, quizás el mismo modo de expresarlas y de ese modo hacemos nuestras sus emociones sintiendo lo mismo que sienten ellas. Pero también eso ocurre de manera positiva si nos rodeamos de personas que utilizan expresiones y palabras positivas.
    "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente." Ludwig Wittgenstein

 Nuestra imaginación está tristemente infraequipada para arreglárselas con distancias que salen del rango medio de la familia ancestral. Intentamos visualizar un electrón como una bola diminuta, en órbita alrededor de un grupo de bolas que representan los protones y los neutrones. No se parecen a eso. Los electrones no son como pequeñas bolas. No se parecen a nada que podamos reconocer. No está claro que «como» signifique incluso nada cuando intentamos volar demasiado cerca de los horizontes más lejanos de la realidad. Nuestra imaginación no tiene todavía las herramientas necesarias para penetrar en el barrio del quantum . Nada a esa escala se comporta en la forma —tal como hemos evolucionado a pensar— como debería comportarse. Ni podemos arreglárnoslas con objetos que se mueven a alguna fracción apreciable de la velocidad de la luz. El sentido común no nos sirve, porque el sentido común ha evolucionado desde un mundo donde nada se mueve muy rápido y nada es demasiado pequeño o demasiado grande.

    Al final de un famoso ensayo sobre «Mundos posibles», el gran biólogo J. B. S. Haldane escribió: «Ahora, mi propia sospecha es que el Universo no es solo más extraño de lo que pensamos, sino más extraño de lo que podamos suponer... Sospecho que hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que se sueña, o de las que se pueden soñar, en cualquier filosofía». A propósito, estoy intrigado por la sugerencia de que el famoso discurso de Hamlet citado por Haldane está convencionalmente mal dicho. El acento normal está en «tu»:
     
    Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio,
    de las que son soñadas por tu filosofía.
     
    Efectivamente, el verso se recita a menudo con un sonido sordo, lo que implica que Horacio quiere referirse a racionalistas y escépticos poco profundos de todos sitios. Pero algunos académicos colocan el énfasis en «filosofía», con la palabra «tu» casi difuminada: «... de las que son soñadas por tu filosofía». La diferencia no importa en realidad a los presentes propósitos, excepto que la segunda interpretación ya cuida más de la «cualquier» filosofía de Haldane.

 


“Cuando empecé a enumerar mis bendiciones, toda mi vida cambió por completo.”

 WILLIE NELSON (N. 1933) CANTANTE Y COMPOSITOR

sábado, 25 de diciembre de 2021


 

 SEÑORA LINTOTT: Ahora dígame, ¿cómo define usted la historia, señor Rudge? RUDGE: ¿Puedo hablar con entera libertad, señora? ¿Sin ser castigado? SEÑORA LINTOTT: Yo lo protegeré. RUDGE: ¿Que cómo defino yo la historia? Como una maldita cosa después de otra. 

ALAN BENNETT, The History Boys

 Ronald Reagan, ex actor y antiguo gobernador de California, llegó a la presidencia de Estados Unidos en 1981 y superó a Margaret Thatcher. La administración Reagan rebajó agresivamente los tramos más altos del impuesto de la renta so pretexto de que esos recortes animarían a los ricos a invertir más y crear riqueza al permitirles quedarse con un mayor porcentaje del fruto de sus inversiones. Se argüía que, una vez creada esa mayor riqueza, los ricos gastarían más y de ese modo crearían más empleo y generarían más ingresos para el resto de la población; es algo que recibe el nombre de teoría de la filtración descendente. Al mismo tiempo, se recortaron los subsidios otorgados a los pobres (especialmente para vivienda) y se congeló el salario mínimo para incentivarlos a trabajar más duro. Si lo pensamos un poco, tiene una lógica que no deja de ser curiosa: ¿por qué hay que enriquecer todavía más a los ricos para que trabajen más arduamente y empobrecer aún más a los pobres con el mismo propósito? Curiosa o no, esta lógica —conocida como economía de la oferta— se transformó en el postulado fundacional de las políticas económicas de las siguientes tres décadas en Estados Unidos y más allá de sus fronteras.

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