jueves, 27 de febrero de 2020

Victor Frankl

Citaré un ejemplo muy claro: en una ocasión, un viejo doctor en medicina general me consultó sobre la fuerte depresión que padecía. No podía sobreponerse a la pérdida de su esposa, que había muerto hacía dos años y a quien él había amado por encima de todas las cosas. ¿De qué forma podía ayudarle? ¿Qué decirle? Pues bien, me abstuve de decirle nada y en vez de ello le espeté la siguiente pregunta: "¿Qué hubiera sucedido, doctor, si usted hubiera muerto primero y su esposa le hubiera sobrevivido?" "¡Oh!", dijo, "¡para ella hubiera sido terrible, habría sufrido muchísimo!" A lo que le repliqué: "Lo ve, doctor, usted le ha ahorrado a ella todo ese sufrimiento; pero ahora tiene que pagar por ello sobreviviendo y llorando su muerte." No dijo nada, pero me tomó la mano y, quedamente, abandonó mi despacho. El sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio. Claro está que en este caso no hubo terapia en el verdadero sentido de la palabra, puesto que, para empezar, su sufrimiento no era una enfermedad y, además, yo no podía dar vida a su esposa. Pero en aquel preciso momento sí acerté a modificar su actitud hacia ese destino inalterable en cuanto a partir de ese momento al menos podía encontrar un sentido a su sufrimiento. Uno de los postulados, básicos de la logoterapia estriba en que el interés principal del hombre no es encontrar el placer, o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido a la vida, razón por la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que ese sufrimiento tenga un sentido.

José Luis Rubio Zarzuela


Mensajes

He escrito con letra clara
en la pared blanca
un viejo pensamiento
que leí hace tiempo
en un libro sagrado:
Ama si quieres ser amado.

He anotado con letra roja
en una inmaculada hoja
una inolvidable frase
que escuché a un vate
en un teatro recitar:
Nunca renuncies a la libertad.

Leed los mensajes.
Escribidlos por todas partes.
Recitadlos en las calles.
Lanzadlos a los cuatro vientos.
Impedid que se pierdan en el tiempo.

Victor Frankl

Pensemos, por ejemplo, en la "neurosis del domingo", esa especie de depresión que aflige a las personas conscientes de la falta de contenido de sus vidas cuando el trajín de la semana se acaba y ante ellos se pone de manifiesto su vacío interno. No pocos casos de suicidio pueden rastrearse hasta ese vacío existencial. No es comprensible que se extiendan tanto los fenómenos del alcoholismo y la delincuencia juvenil a menos que reconozcamos la existencia del vacío existencial que les sirve de sustento. Y esto es igualmente válido en el caso de los jubilados y de las personas de edad. Sin contar con que el vacío existencial se manifiesta enmascarado con diversas caretas y disfraces. A veces la frustración de la voluntad de sentido se compensa mediante una voluntad de poder, en la que cabe su expresión más primitiva: la voluntad de tener dinero. En otros casos, en que la voluntad de sentido se frustra, viene a ocupar su lugar la voluntad de placer. Esta es la razón de que la frustración existencial suele manifestarse en forma de compensación sexual y así, en los casos de vacío existencial, podemos observar que la libido sexual se vuelve agresiva.

Jesús Lizano

Mi madre decía: a mí me gustan las personas rectas
A mí me gustan las personas curvas,
las ideas curvas,
los caminos curvos,
porque el mundo es curvo
y la tierra es curva
y el movimiento es curvo;
y me gustan las curvas
y los pechos curvos
los sentimientos curvos;
la ebriedad: es curva;
las palabras curvas:
el amor es curvo;
¡el vientre es curvo!;
lo diverso es curvo.
A mí me gustan los mundos curvos;
el mar es curvo,
la risa es curva,
la alegría es curva,
el dolor es curvo;
las uvas: curvas;
las naranjas: curvas;
los labios: curvos;
y los sueños; curvos;
los paraísos, curvos
(no hay otros paraísos);
a mí me gusta la anarquía curva.
El día es curvo
y la noche es curva;
¡la aventura es curva!
Y no me gustan las personas rectas,
el mundo recto,
las ideas rectas;
a mí me gustan las manos curvas,
los poemas curvos,
las horas curvas:
¡contemplar es curvo!;
(en las que puedes contemplar las curvas
y conocer la tierra);
los instrumentos curvos,
no los cuchillos, no las leyes:
no me gustan las leyes porque son rectas,
no me gustan las cosas rectas;
los suspiros: curvos;
los besos: curvos;
las caricias: curvas.
Y la paciencia es curva.
El pan es curvo
y la metralla recta.
No me gustan las cosas rectas
ni la línea recta:
se pierden
todas las líneas rectas;
no me gusta la muerte porque es recta,
es la cosa más recta, lo escondido
detrás de las cosas rectas;
ni los maestros rectos
ni las maestras rectas:
a mí me gustan los maestros curvos,
las maestras curvas.
No los dioses rectos:
¡libérennos los dioses curvos de los dioses rectos!
El baño es curvo,
la verdad es curva,
yo no resisto las verdades rectas.
Vivir es curvo,
la poesía es curva,
el corazón es curvo.
A mí me gustan las personas curvas
y huyo, es la peste, de las personas rectas.

Victor Frankl

Un día, poco después de nuestra liberación, yo paseaba por la campiña florida, camino del pueblo más próximo. Las alondras se elevaban hasta el cielo y yo podía oír sus gozosos cantos; no había nada más que la tierra y el cielo y el júbilo de las alondras, y la libertad del espacio. Me detuve, miré en derredor, después al cielo, y finalmente caí de rodillas. En aquel momento yo sabía muy poco de mí o del mundo, sólo tenía en la cabeza una frase, siempre la misma: "Desde mi estrecha prisión llamé a mi Señor y él me contestó desde el espacio en libertad." No recuerdo cuanto tiempo permanecí allí, de rodillas, repitiendo una y otra vez mi jaculatoria. Pero yo sé que aquel día, en aquel momento, mi vida empezó otra vez. Fui avanzando, paso a paso, hasta volverme de nuevo un ser humano.

Victor Frankl

 ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración.

Robert Frost

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Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,
Y apenado por no poder tomar los dos
Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie
Mirando uno de ellos tan lejos como pude,
Hasta donde se perdía en la espesura;

Entonces tomé el otro, imparcialmente,
Y habiendo tenido quizás la elección acertada,
Pues era tupido y requería uso;
Aunque en cuanto a lo que vi allí
Hubiera elegido cualquiera de los dos.

Y ambos esa mañana yacían igualmente,
¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,
Dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.

Debo estar diciendo esto con un suspiro
De aquí a la eternidad:
Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
Yo tomé el menos transitado,
Y eso hizo toda la diferencia.

Victor Frankl

Una vez que nos fue revelado el significado del sufrimiento, nos negamos a minimizar o aliviar las torturas del campo a base de ignorarlas o de abrigar falsas ilusiones o de alimentar un optimismo artificial. El sufrimiento se había convertido en una tarea a realizar y no queríamos volverle la espalda. Habíamos aprehendido las oportunidades de logro que se ocultaban en él, oportunidades que habían llevado al poeta Rilke a decir: "Wie viel ist aufzuleiden" "¡Por cuánto sufrimiento hay que pasar!." Rilke habló de "conseguir mediante el sufrimiento" donde otros hablan de "conseguir por medio del trabajo". Ante nosotros teníamos una buena cantidad de sufrimiento que debíamos soportar, así que era preciso hacerle frente procurando que los momentos de debilidad y de lágrimas se redujeran al mínimo. Pero no había ninguna necesidad de avergonzarse de las lágrimas, pues ellas testificaban que el hombre era verdaderamente valiente; que tenía el valor de sufrir. No obstante, muy pocos lo entendían así. Algunas veces, alguien confesaba avergonzado haber llorado, como aquel compañero que respondió a mi pregunta sobre cómo había vencido el edema, confesando: "Lo he expulsado de mi cuerpo a base de lágrimas."

Blas de Otero

Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.

Victor Frankl

Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y* después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente. Nuestra contestación tiene que estar hecha no de palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta y una actuación rectas. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo. Dichas tareas y, consecuentemente, el significado de la vida, difieren de un hombre a otro, de un momento a otro, de modo que resulta completamente imposible definir el significado de la vida en términos generales. Nunca se podrá dar respuesta a las preguntas relativas al sentido de la vida con argumentos especiosos. "Vida" no significa algo vago, sino algo muy real y concreto, que configura el destino de cada hombre, distinto y único en cada caso. Ningún hombre ni ningún destino pueden compararse a otro hombre o a otro destino. Ninguna situación se repite y cada una exige una respuesta distinta; unas veces la situación en que un hombre se encuentra puede exigirle que emprenda algún tipo de acción; otras, puede resultar más ventajoso aprovecharla para meditar y sacar las consecuencias pertinentes. Y, a veces, lo que se exige al hombre puede ser simplemente aceptar su destino y cargar con su cruz. Cada situación se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay más que una única respuesta correcta al problema que la situación plantea. Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su sola y única tarea. Ha de reconoces el hecho de que, incluso sufriendo, él es único y está solo en el universo. Nadie puede redimirle de su sufrimiento ni sufrir en su lugar. Su única oportunidad reside en la actitud que adopte al soportar su carga.

Alejandra Pizarnik

La imagen puede contener: 1 persona, posible texto que dice "No importa si cuando llama el amor yo esté muerta. Vendré, siempre vendré si alguna vez me llama el amor. Alejandran Pizarnik"

Victor Frankl

Una vez presencié una dramática demostración del estrecho nexo entre la pérdida de la fe en el futuro y su consiguiente final. F., el jefe de mi barracón, compositor y libretista bastante famoso, me confió un día: "Me gustaría contarle algo, doctor. He tenido un sueño extraño. Una voz me decía que deseara lo que quisiera, que lo único que tenía que hacer era decir lo que quería saber y todas mis preguntas tendrían respuesta. ¿Quiere saber lo que le pregunté? Que me gustaría conocer cuándo terminaría para mí la guerra. Ya sabe lo que quiero decir, doctor, ¡para mí! Quería saber cuándo seríamos liberados nosotros, nuestro campo, y cuándo tocarían a su fin nuestros sufrimientos." "¿Y cuándo tuvo usted ese sueño?", le pregunté. "En febrero de 1945", contestó. Por entonces estábamos a principios de marzo. "¿Y qué le contestó la voz?" Furtivamente me susurró: "El treinta de marzo." Cuando F. me habló de aquel sueño todavía estaba rebosante de esperanza y convencido de que la voz de su sueño no se equivocaba. Pero al acercarse el día señalado, las noticias sobre la evolución de la guerra que llegaban a nuestro campo no hacían suponer la probabilidad de que nos liberaran en la fecha prometida. El 29 de marzo y de repente F. cayó enfermo con una fiebre muy alta. El día 30 de marzo, el día que la profecía le había dicho que la guerra y el sufrimiento terminarían para él, cayó en un estado de delirio y perdió la conciencia. El día 31 de marzo falleció. 
 Según todas las apariencias murió de tifus.
 Los que conocen la estrecha relación que existe entre el estado de ánimo de una persona —su valor y sus esperanzas, o la falta de ambos— y la capacidad de su cuerpo para conservarse inmune, saben también que si repentinamente pierde la esperanza y el valor, ello puede ocasionarle la muerte. La causa última de la muerte de mi amigo fue que la esperada liberación no se produjo y esto le desilusionó totalmente; de pronto, su cuerpo perdió resistencia contra la infección tifoidea latente. Su fe en el futuro y su voluntad de vivir se paralizaron y su cuerpo fue presa de la enfermedad, de suerte que sus sueños se hicieron finalmente realidad.

Victor Frankl

 Algunos detalles, de una muy especial e íntima grandeza humana, acuden a mi mente; como la muerte de aquella joven de la que yo fui testigo en un campo de concentración. Es una historia sencilla; tiene poco que contar, y tal vez pueda parecer invención, pero a mí me suena como un poema. Esta joven sabía que iba a morir a los pocos días; a pesar de ello, cuando yo hablé con ella estaba muy animada. "Estoy muy satisfecha de que el destino se haya cebado en mí con tanta fuerza", me dijo. "En mi vida anterior yo era una niña malcriada y no cumplía en serio con mis deberes espirituales." Señalando a la ventana del barracón me dijo: "Aquel árbol es el único amigo que tengo en esta soledad." A través de la ventana podía ver justamente la rama de un castaño y en aquella rama había dos brotes de capullos. "Muchas veces hablo con el árbol", me dijo. Yo estaba atónito y no sabía cómo tomar sus palabras. ¿Deliraba? ¿Sufría alucinaciones? Ansiosamente le pregunté si el árbol le contestaba. "Sí" ¿Y qué le decía? Respondió: "Me dice: 'Estoy aquí, estoy aquí, yo soy la vida, la vida eterna."

Malvidio Malatesta


Oliverio Girondo


Llorar a lágrima viva
 
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma,
la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología,
llorando.
Festejar los cumpleaños familiares,
llorando.
Atravesar el África,
llorando.
Llorar como un cacuy,
como un cocodrilo...
si es verdad
que los cacuyes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo,
pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz,
con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo,
por la boca.
Llorar de amor,
de hastío,
de alegría.
Llorar de frac,
de flato, de flacura.
Llorar improvisando,
de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

Algún dia


Malcolm Lowry

. Nadie como el británico Malcolm Lowry (1909-1957) para hablar de manuscritos perdidos, prodigiosamente encontrados después. El 7 de junio de 1944, en su cabaña junto a la playa de Dollarton (Canadá), en la costa del Pacífico, el escritor se levantó a preparar café, y de pronto gritó: “¡Se está quemando algo!” Al salir, vio el techo en llamas. Mientras corría en busca de ayuda, Margarie Bonner (1905-1988), su segunda esposa, salvó la mayoría de los manuscritos, entre ellos Bajo el volcán. También rescató los discos, aunque no el fonógrafo. Los vecinos la detuvieron cuando intentó salvar En lastre hacia el Mar Blanco. Era la más larga de las novelas en marcha de Lowry, que había empezado a escribir 12 años antes inspirándose en un viaje en un barco como fogonero a Noruega para conocer al novelista Nordhal Grieg



El manuscrito se hallaba a solo dos metros de la puerta, y Lowry, en su desesperación, “se metió en las llamas”, pero “tuvieron que sacarlo cuando una viga ardiendo le cayó sobre la espalda”, cuenta Gordon Bowker en Perseguido por los demonios. Vida de Malcolm Lowry (FCE). Días después, en un telegrama a su amigo Gerald Noxon, Lowry confirmó que había “perdido las mil páginas” de En lastre.
Una de las frases que el novelista dirigía a menudo a su primera mujer, Jan Gabrial, era “¿Qué sería de mí sin mis desgracias?”, para enfatizar su genio. Es más, la frase con la que acaba En lastre hacia el Mar Blanco, pronunciada por su protagonista, es “¿Cómo voy a vivir sin mi desdicha?”. Lo sabemos porque en el año 2000 sucedió lo impensable: Jan Gabrial publicó sus memorias y reveló que aún sobrevivían “unas 265 páginas en papel carbón” de una versión inicial de la novela que guardaba ella. ¿Cómo? En 1936, Lowry había confiado la copia a la madre de Gabrial cuando el matrimonio dejó Nueva York para viajar a México.

Vincent Van Gogh


Vincent Van Gogh empezó a pintar cuando tenía 27 o 28 años, pero su obra consta de cerca de 900 cuadros —una media de dos por semana— que realizó en menos de diez años, antes de su muerte a los 37.

Cantar de los Cantares


Oliverio Girondo

Sus poemas son emblemáticos de la nueva sensibilidad estética, que se caracterizaba por la búsqueda incesante de nuevos ángulos desde donde abordar la realidad, desde la más sublime a la más cotidiana. Así, la ciudades y los paisajes que con insistencia aparecen en sus textos son vistos a través de una lente que construye combinaciones inéditas entre los objetos, señalando lo que la mirada común no percibe y sólo la estratégica posición del ojo poético logra descubrir y nombrar.

martes, 25 de febrero de 2020

Howard Zinn

Resultado de imagen de howard zinn quotes Las cosas malas que ocurren son repeticiones de cosas malas que siempre ocurrieron: guerra, racismo, maltrato de las mujeres, fanatismo religioso y nacionalista, hambre. Las cosas buenas que ocurren son inesperadas.
Inesperadas y aun así explicables por medio de ciertas verdades que de vez en cuando nos estallan en la cara y que tendemos a olvidar:
–El poder político –aunque sea un poder temible– es más frágil de lo
que pensamos. (Fíjense qué nerviosos están los que lo tienen.)
–Se puede intimidar a la gente común, se la puede engañar por un tiempo, pero en el fondo, la gente tiene sentido común y tarde o temprano encuentra la manera de desafiar al poder que la oprime.
–La gente no es naturalmente violenta o cruel o codiciosa, aunque se la puede llevar a ser así. Los seres humanos de todas partes quieren lo mismo: se conmueven cuando ven niños abandonados, familias sin techo, víctimas de la guerra; anhelan la paz, la amistad y el afecto más allá de las barreras de la raza y la nacionalidad.
–El cambio revolucionario no se presenta como un cataclismo
momentáneo (¡hay que cuidarse de los momentos de cataclismo!): es una
sucesión interminable de sorpresas, que se mueve en zig zag hacia una
sociedad más decente.
–No tenemos que involucrarnos en acciones grandiosas, heroicas para
participar del proceso de cambio. Los actos pequeños, cuando se multiplican por millones de personas, pueden transformar el mundo.
Tener esperanzas en tiempos difíciles no es una estupidez romántica.
Se basa en el hecho de que la historia humana no se refiere sólo a la crueldad sino también a la compasión, el sacrificio, el coraje, la bondad.
Lo que elijamos enfatizar en esta historia compleja determinará nuestras vidas. Si sólo vemos lo peor, lo que vemos destruye nuestra capacidad de hacer algo. Si recordamos los momentos y lugares –y hay tantos...– en los que la gente se comportó magníficamente, eso nos dará la energía para actuar, y por lo menos la posibilidad de empujar a este mundo, que gira como un trompo, en otra dirección.
Y si actuamos, por pequeña que sea nuestra acción, no tenemos por qué sentarnos a esperar que llegue un futuro grandioso y utópico. El futuro es una sucesión infinita de presentes y vivir ahora como pensamos que deberían vivir los seres humanos, a despecho de todo lo malo que nos rodea, es en sí mismo una victoria maravillosa.

viernes, 14 de febrero de 2020

Marie Pierre Colle Corcuera

U
na mujer que va conduciendo sola su automóvil sobre la carretera a Tepoztlán tiene tiempo para recordar muchas cosas, momentos de su vida, voces, ademanes, la risa de Éric, su único hijo, las bromas de sus hermanas Beatriz y Silvia y sobre todo la suprema sonrisa de su madre, Carmen. Para Marie Pierre Colle Corcuera, en la mera Curva de la Pera, allí donde varios se han desbarrancado, es fácil visualizar a su abuelo: Pedro Corcuera vestido de smoking, dueño del rascacielos Corcuera en la esquina de Paseo de la Reforma y Lafragua que se desmoronó en 1942. Desde la ventanilla del automóvil que Marie Pierre conduce, la vista es imponente, el gran valle de Tepoztlán se extiende a pérdida de ojo, el campo es un pájaro de semillas posado sobre la tierra. Marie Pierre se le parece en la gallardía, en la belleza, en la generosidad. Así como Pedro Corcuera sabía dar alegría y muchos comensales se sentaban a su mesa en Le Chapelet, en Biarritz, así, 60 años después, Marie Pierre reparte el sol de Tepoztlán y las buenas ondas de esa alta y misteriosa roca que sube al cielo y algunos esotéricos consideran una de las fuentes de energía del mundo: el Tepozteco. Valiente, Marie Pierre también fue una fuente de energía. Y cuando estaba enojada podía pulverizar con los rayos de sus ojos verdes así como dicen que el Tepozteco pulveriza a quienes creen que lo han conquistado.
A imitación de su abuelo, el hacendado Pedro Corcuera que un día sí y otro también tenía reservada una mesa para él en el Maxime’s e invitaba a Le Chapelet a the poor little rich girl Barbara Hutton, a Jorge V de Inglaterra y a Alfonso XIII de España, Marie Pierre convirtió su casa de México y luego la de Tepoztlán en una suerte de Southampton al que acudían artistas y embajadores. Si su padre había sido amigo de Maurice Druon y de Maurice Duver- ger, de Balthus y de Cocteau, de Giacometti y de Picasso, resultó normal que Marie Pierre buscara a un Bebé Berard, a un Francis Poulenc y a un Georges Auric en el campo fértil de Tepoztlán. Recuerdo con qué entusiasmo la esperaban a un banquete en la embajada de Fran- cia, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, y cómo se les iluminó la cara al ver entrar a ése rayo verde despampanante llamado Marie Pierre Colle vestida con un espléndido traje de Yves St. Laurent.
Balthus, que para nosotros los escritores, es el hermano de Pierre Klossowski, el autor erótico que enloqueció a Juan García Ponce y a Juan José Gurrola, pintó en Francia, cuando todavía eran pequeñas varias versiones de las tres hermanas Colle Corcuera sentadas frente a él en distintas posturas y en distintos sitios. Al vender una de las versiones del célebre cuadro, cada una de ellas, pudo comprarse una casa.
Marie Pierre también era brava como lo ha sido Tepoztlán, según lo cuentan los antropólogos Robert Redfield y Oscar Lewis que acompañados de C. Wright Mills se fascinaron por los Hijos de Sánchez, en realidad tepoztecos y los siguieron desde Tepoztlán hasta la vecindad en la que se hacinaron en el Distrito Federal en los años 70.
La Virgen de Guadalupe (que se llamaba como su abuela: Guadalupe Mier) se metió en su cuerpo y en su alma como se metieron las casas de Luis Barragán, las de los grandes arquitectos de México, las de pintores célebres de América Latina, Tamayo y Botero (quien se enamoró de ella) Fernando de Szyszlo, Gunther Gerszo, Gian Franco Brignone (que se enamoró de Manzanillo y creó Careyes) Marco Aldaco, el introductor de esa maravilla que es la palapa y Diego Villaseñor, quien hizo casas acuáticas que se mezclaban con el paisaje.
Así como en sus vestidos, Marie Pierre buscaba la belleza y la originalidad (no en balde Carmen, su madre, colaboró después de la guerra con el new look que habría de lanzar Christian Dior). Guapísima y sofisticada, Marie Pierre ya instalada en México se puso a buscar la belleza en sus volcanes y en sus playas, en las casas de adobe y en los magueyes que son tan milagrosos como la Virgen de Guadalupe. A propósito de playas, Marie Pierre me enseñó en Puerto Vallarta que en el mar de olas altas, había que contar siete olas para salir; luchar contra el agua es un grave error. Vienen siete olas bajas y siete olas altas, tienes que meterte en las bajas. Si te pasas de las siete y viene una alta, te esperas, flotas, no haces ningún esfuerzo por salir, no luchas, cuentas siete olas y la última te sacará a la playa, si no lo haces así te va a revolcar la ola y es probable que la resaca te impida salir.
Hizo varios libros de arte parecidos al de Paraíso mexicano. No le gustó que le dijera yo que las recetas en su libro Las fiestas de Frida escrito al alimón con Guadalupe Rivera Marín, hija de Diego, eran de la tapatía Lupe Marín, la segunda mujer de Diego Rivera y que Frida si acaso habría picado media cebolla y dos ramitas de perejil a lo largo de toda su vida. En todo caso, la responsabilidad de esas recetas mal atribuidas recae más en Lupe Rivera que en Marie Pierre y habría que recordar que ese libro, traducido al inglés, fue el más popular de ella. También fue muy importante para Marie Pierre que las fotografías de sus libros se exhibieran en las rejas de Chapultepec, gracias a la intervención de Guadalupe Loaeza ante Andrés Manuel López Obrador, entonces jefe de Gobierno de la ciudad de México.
Marie Pierre asistió toda su vida al taller que di en casa de Alicia Trueba y me doy cuenta que fui dura con ella. Cuando trajo su primer texto para leerlo ante la clase, le espeté:
–No vas a escribir en francés.
–Es que no sé escribir en español.
–Te apellidas Corcuera y vas a escribir en español.
Ella vino a México ya tarde –yo llegué a los nueve años en el Marqués de Comillas– pero seguí regañándola más por costumbre que por convicción. La consideraba parte de mi familia (mis padres Jean y Paulette eran padrinos de su hermana Beatriz y entre los apellidos maternos compartidos está el de Escandón) y por eso mismo, por impulsar a la familia, le exigía mucho aunque ella nunca dejó de sonreírme. A Marie Pierre le daba por el esoterismo. La acompañé a la conferencia de uno de sus gurús, Yvonne, sacerdotisa francesa vestida de blanco. Cuando le resumí a Guillermo Haro lo dicho por Yvonne me respondió: Esas son mafufadas. Severa, reconvine a Marie Pierre: Esa Yvonne no va a resolver uno solo de tus problemas. Y fui más lejos. Entre menos salidas y recepciones en la embajada de Chalchicomula, mejor escribirás. Ahora me duele haber sido más agria que un limón, porque en mi pensamiento, Marie Pierre es un árbol rojo cubierto de flores de Nochebuena.
Un día antes de su muerte, fuimos juntas a Toluca con su enfermera a ver a un cuate que considero un charlatán. El viaje fue duro. No encontrábamos la casa. Marie Pierre me dijo: Rien n’aide plus que la chaleur de la main humaine y puso mi mano sobre su hígado enfermo y allí se quedó durante el trayecto de ida y el de vuelta. Nos costó un trabajo infinito encontrar la casa del curandero. En la pinche sala de espera reconocí las canastas de matas de chilitos rojos que estaban de moda en esa época y que a Marie Pierre le gustaba regalar. Nos hizo esperar y apenas si le dio a Marie Pierre diez minutos. Regresamos, ella tenía visitas a comer y quiso que me quedara, pero regresé triste a mi casa. Esa misma noche, Marie Pierre, ya cerca de la medianoche aceptaría su muerte, el 10 de septiembre de 2004.
Hoy Marie Pierre es parte de la cultura de México como su padre, Pierre Colle, el primero que expuso a Frida Kahlo, es parte de la francesa. Hoy Marie Pierre es la dueña del cielo, allá habita, siempre preciosa, siempre palaciega como lo fue su casa de la calle de Durango, siempre eficaz y abierta a los cuatro vientos. Marie Pierre es la noble señora celeste parecida a la Virgen, porque su entusiasmo la hizo juntar las flores del ayate de la Guadalupana y rendirle homenaje a México. Hoy la saludamos, como lo hizo Éric, que desde el avión fotografió la aparición de la Reina de América, nube ella misma, blanca y transparente sobre el cielo azul y ése día le regaló a su madre el más hermoso de los fotomontajes.


El Delfín

Estaba sola, buceando en un lugar con una profundidad de unos doce metros, pero me sentía tan segura de mí misma que estaba decidida a correr el riesgo. Había muy poca corriente y el agua estaba tibia, transparente—, una invitación. De repente tuve un calambre y descubrí inmediatamente lo imprudente que había sido. Aunque procuraba mantenerme serena, tenía unos calambres en el estómago que me doblaban en dos. Intenté quitarme el cinturón de lastre, pero no podía alcanzar el cierre. Como me estaba hundiendo, empecé a sentirme cada vez más asustada e incapaz de moverme. Al mirar mi reloj me di cuenta de que en muy poco tiempo me quedaría sin aire. Intenté masajearme el abdomen. Aunque no llevaba traje de buceo, no podía enderezarme ni llevar las manos hasta los músculos acalambrados. «No puede ser que me pase esto —pensé—. Tengo cosas que hacer.» No podía ser que muriera de esa forma, sin que nadie se enterase siquiera de lo que me había pasado. Mentalmente, emití una llamada pidiendo que algo o alguien me ayudara. Pero no estaba preparada para lo que sucedió. De pronto sentí que me empujaban desde atrás, por la axila. «Oh, no, ¡tiburones!», pensé, y sentí un terror y una desesperación auténticos. Pero me di cuenta de que algo me levantaba con fuerza el brazo y en mi campo visual apareció un ojo... el ojo más maravilloso que se pueda imaginar... por cierto, un ojo sonriente. Era el ojo de un gran delfín, y al mirarme en él, supe que estaba a salvo. El animal se me adelantó un poco, hundiéndose luego hasta que pudo colocar su aleta dorsal en mi axila, sosteniéndome el brazo sobre el lomo. Inundada de alivio, me relajé, abrazándome a él. Tuve la sensación de que el delfín me tranquilizaba, me daba seguridad, y de que, al ir llevándome hacia la superficie, me sanaba. Los calambres desaparecieron mientras ascendíamos y sentí que, gracias a la seguridad que me ofrecía el delfín, me relajaba; pero lo más importante era la sensación de curación. Ya en la superficie, mi salvador me llevó hacia la costa, hasta una zona tan poco profunda que empezó a preocuparme la idea de que el delfín se quedara varado. Lo empujé un poco para que volviera a buscar más profundidad y allí se quedó, esperando, observándome... para ver si todo estaba bien, me imagino. Sentí que estaba en otra vida. Cuando me despojé del cinturón de lastre y del tanque de oxígeno, terminé por quitarme todo y, desnuda, volví al océano y nadé otra vez hasta el delfín. Me sentía tan ligera, tan libre, tan viva, que sólo quería jugar más con el agua y el sol, con total libertad. El delfín volvió a adentrarme en el mar y se puso a jugar conmigo en el agua. Advertí que mar adentro había un grupo de delfines. Pasado un rato, mi nuevo amigo volvió a llevarme a la playa. En aquel momento me sentía muy cansada, a punto de desplomarme, y él se aseguró de que estaba sana y salva, de nuevo en la playa. El delfín se puso de costado, mirándome a los ojos. Así nos quedamos durante un rato que me pareció muy largo, un momento sin tiempo; yo estaba casi en trance y por mi cabeza desfilaban recuerdos de mi pasado personal. Después, él emitió un último sonido y fue a reunirse con los demás y, todos juntos, se alejaron.
 

Elizabeth Gawain

Hendaya

Teresa Wilms Montt

La imagen puede contener: posible texto que dice "Amo la Nada, porque la Nada es Todo, y el Todo soy yo cuando pienso y amo."

Sachi

Poco después del nacimiento de su hermano, la pequeña Sachi empezó a pedir a sus padres que la dejaran sola con el nuevo bebé. Como ellos temían que, al igual que la mayoría de niños de cuatro años, la pequeña estuviera celosa y quisiera golpear o sacudir a su hermano, le dijeron que no. Pero Sachi no daba señales de celos. Era bondadosa con el bebé y pedía cada vez con más urgencia que la dejaran a solas con él. Finalmente, los padres decidieron permitírselo. Jubilosa, la niña entró en la habitación del bebé y cerró la puerta, que sin embargo se abrió apenas, dejando una rendija, suficiente para que los curiosos padres pudieran observarla y escucharla. Entonces pudieron ver cómo la pequeña Sachi se acercaba silenciosamente a su nuevo hermano y, acercando su rostro al de él, le decía en voz baja: —Bebé, cuéntame cómo es Dios, que yo ya estoy empezando a olvidarme.

Dan Millman

Carlos Castaneda

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martes, 11 de febrero de 2020

Viktor E. Frankl

Los que hemos vivido en campos de concentración podemos recordar a aquellos hombres que se paseaban por los barracones consolando a los demás, regalándoles su último pedazo de pan. Tal vez hayan sido pocos en número, pero constituyen la prueba definitiva de que a un hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: su última libertad, la de elegir la actitud que ha de adoptar en cualquier circunstancia, la de escoger su propio camino.

lunes, 10 de febrero de 2020

Nathaniel Hawthorne

Algunos de los episodios más importantes de la historia han tenido lugar tras una palabra de estímulo o una demostración de confianza por parte de un ser querido o de un amigo entrañable. De no haber sido por Sophia, su amante esposa, quizá no contaríamos hoy, entre los grandes nombres de la literatura, a Nathaniel Hawthorne. Cuando Nathaniel, con el corazón destrozado, volvió a casa a contarle a su mujer que era un fracasado y que acababan de despedirlo de su trabajo en la aduana, ella lo sorprendió con una exclamación de júbilo: —¡Ahora podrás escribir tu libro! —Sí —replicó él, con el ánimo por el suelo—, ¿y de qué viviremos mientras lo escribo? Se quedó pasmado cuando ella abrió un cajón y le mostró una importante suma de dinero. —¿De dónde has sacado eso? —exclamó. —Siempre he pensado que tú eres un hombre de genio —fue la respuesta de Sophia—, y que algún día escribirías una obra maestra. Por eso todas las semanas, del dinero que me dabas para la casa, he ido ahorrando un poquito. Con lo que tenemos aquí nos bastará para vivir un año entero. De la seguridad y la confianza de esta mujer nació una de las novelas más importantes de la literatura de los Estados Unidos, La letra escarlata.

Nido Qubein

Bettie B Youngs

Crecí en una hermosa y extensa granja en Iowa, criada por padres de esos a quienes con frecuencia se describe como la «sal de la tierra y la columna vertebral de la comunidad». Eran todas las cosas que sabemos que definen a los buenos padres: tiernos, entregados a la tarea de educar a sus hijos transmitiéndoles confianza y seguridad en ellos mismos. Esperaban que hiciéramos nuestras tareas de la mañana y de la tarde, que llegáramos a la escuela puntualmente, que sacáramos buenas notas y fuéramos personas honradas. Somos seis hermanos. ¡Seis! Nunca pensé que tuviéramos que ser tantos, pero está claro que a mí nadie me consultó. Para colmo de males, el destino me dejó caer en pleno corazón de Norteamérica, en un clima que no podía ser más inhóspito y frío. Como todos los niños, también yo creía que se había producido una gran confusión universal y que conmigo se habían equivocado de familia... y además, con toda seguridad, de estado. Me enfermaba tener que enfrentarme con los elementos. Los inviernos en Iowa son tan gélidos, tan helados, que hay que hacer turnos para salir durante la noche a asegurarse de que las vacas y las ovejas no se hayan quedado en un lugar donde puedan morir congeladas. A los animales recién nacidos había que llevarlos al establo y, a veces, ocuparse de hacerlos entrar en calor para que no se nos murieran. ¡Así de fríos son los inviernos en Iowa! Mi papá, un hombre increíblemente guapo, fuerte, carismático y enérgico, estaba siempre en acción. Mis hermanos y hermanas, como yo, sentíamos ante él un gran respeto. Lo honrábamos y le profesábamos la mayor estima. Ahora entiendo el porqué. En su vida no había incongruencias. Era un hombre honrado y de elevadísimos principios. El trabajo de la granja, que él mismo había escogido, era su pasión; y él, el mejor de los granjeros. Se encontraba en su elemento criando y ocupándose del ganado. Se sentía unido a la tierra y se enorgullecía de plantar y recoger las cosechas. Se negaba a cazar fuera de temporada, por más que ciervos, faisanes, codornices y otros animales silvestres abundaran pródigamente en nuestras tierras. Se negaba a incorporar abonos
artificiales al suelo o a alimentar a los animales con otra cosa que no fuera forraje y grano. Nos enseñaba por qué actuaba de esa manera y por qué nosotros debíamos abrazar los mismos ideales. Hoy puedo darme cuenta de lo escrupuloso que era, porque todo aquello sucedía a mediados de los años cincuenta, antes de que se soñara siquiera con un compromiso universal tendente a la preservación del equilibrio ambiental en toda la tierra. Papá era también un hombre muy impaciente, pero no en mitad de la noche, cuando estaba haciendo el recuento de los animales durante su última ronda nocturna. La relación que surgió entre nosotros a partir de todas aquellas situaciones compartidas fue simplemente inolvidable, y constituyó en mi vida una influencia compulsiva, tanto fue lo que llegué a saber de él. Con frecuencia oigo comentar a hombres y mujeres el poco tiempo que solían pasar con su padre. De hecho, todavía hoy, al estar con un grupo de hombres, uno siente que siguen buscando a tientas un padre a quien nunca conocieron. Yo sí conocí al mío. Por entonces tenía la sensación de ser, secretamente, su hija favorita, aunque es muy posible que cada uno de los seis hermanos haya sentido lo mismo. Ahora bien, aquello tenía su lado bueno y su lado malo. El lado malo fue que papá me eligió a mí para que lo acompañara en aquellos controles de los establos, de noche y de madrugada, pese a que yo detestaba tener que levantarme y dejar la cama calentita para salir al aire helado de la madrugada. Pero en aquellas ocasiones era cuando papá se mostraba mejor y más cariñoso. Era enormemente comprensivo, paciente, tierno y, además, sabía escuchar. Su voz era suave y cuando lo veía sonreír entendía la pasión que mi madre sentía por él. Fue durante aquella época cuando para mí se constituyó en el maestro modelo, concentrado siempre en los porqués, en las razones para seguir adelante. Hablaba interminablemente durante la hora u hora y cuarto que duraba nuestro paseo nocturno: de sus experiencias en la guerra, de los porqués de la guerra en que él había servido, dentro y fuera de la región, de la gente, de los efectos de la guerra y de sus secuelas. Una y otra vez volvía sobre el relato y a mí, en la escuela, la asignatura de historia se me hacía tanto más interesante y familiar. Papá nos hablaba de lo que había sacado de positivo en sus viajes y de por qué era tan importante salir a ver mundo. Me inculcó la necesidad y el amor a los viajes. Cuando tuve treinta años, yo ya había visitado, fuera por trabajo o por placer, cerca de treinta países. Él me hablaba de la necesidad y el amor del aprendizaje, y del porqué una educación formal es importante, e insistía también en la diferencia entre inteligencia y sabiduría. Deseaba ardientemente que yo no me limitara a terminar la escuela secundaria. —Tú puedes hacerlo —me repetía—. Eres una Burres. Eres inteligente, tienes buena cabeza, y recuérdalo, eres una Burres.
No había manera de que pudiera decepcionarle. Tenía confianza de sobra para acometer cualquier carrera. Finalmente me doctoré, primero en filosofía y luego obtuve un segundo doctorado. Aunque el primero era para papá y el segundo para mí, hubo decididamente un sentimiento de curiosidad y de búsqueda que me facilitó la consecución de ambos. Él me hablaba de normas y de valores, del desarrollo del carácter y de lo que esto significa en el curso de una vida. Yo escribo y enseño sobre un tema similar. Él hablaba de cómo tomar y evaluar decisiones, de saber cuándo hay que acabar con las pérdidas e irse y cuándo es preciso aferrarse a las decisiones tomadas, incluso frente a la adversidad. Hablaba de conceptos como ser y llegar a ser, y no solamente de tener y conseguir, y yo sigo usando esa frase. Nunca traiciones a tu corazón, decía. Hablaba de instintos viscerales y de cómo diferenciarlos para no venderse emocionalmente; también de cómo evitar que los demás le engañen a uno. —Escucha siempre a tus instintos —decía—, y no olvides nunca que todas las respuestas que puedas necesitar están dentro de ti. Tómate tiempo para la soledad y el silencio. Mantente en silencio hasta que llegues a encontrar las respuestas dentro de ti y entonces escúchalas. Encuentra algo que te guste hacer y lleva una vida que lo demuestre. Tus objetivos deben provenir de tus valores y entonces tu trabajo irradiará el deseo de tu corazón. Esto te apartará de todas las distracciones tontas, que sólo servirán para hacerte perder el tiempo —y la vida no es más que tiempo—, para perder de vista cuánto puedes crecer en los años que te sean dados. Preocúpate de la gente —me decía—, y respeta siempre a la madre tierra. No importa dónde vivas, asegúrate de tener una visión plena de los árboles, el cielo y la tierra. Mi padre. Cuando reflexiono sobre la forma en que amaba y valoraba a sus hijos, siento verdadera pena por los jóvenes que nunca conocerán de esta manera a sus padres ni sentirán jamás el poder del carácter, la ética, el empuje y la sensibilidad, todo ello reunido en una sola persona... como a mí me pasa, ya que mi padre era el vivo modelo de lo que predicaba. Yo sabía que él creía en mí y que quería que yo misma reconociera mi propio valor. El mensaje de papá tenía sentido para mí porque jamás vi conflicto alguno con la forma en que él vivía su vida. Había pensado en su vida y la vivió día a día. Con el tiempo, fue comprando varias granjas (y hoy sigue siendo tan activo como entonces). Se casó y durante toda la vida amó a la misma mujer. Mi madre y él, que llevan ya cincuenta años juntos, siguen comportándose como dos enamorados inseparables. Son los mayores amantes que he conocido jamás. De igual manera amaba a su familia. Yo lo consideraba excesivamente posesivo y sobreprotector con sus hijos, pero ahora que soy madre puedo entender esas necesidades y verlas tal como son. Aunque él pensara que podía salvarnos del sarampión, y casi lo consiguió, se negó vehementemente a perdernos a causa de vicios destructivos. También entiendo ahora la firmeza de su determinación para conseguir que fuéramos adultos atentos y responsables.
Hasta el día de hoy, cinco de sus hijos residen a pocos kilómetros de él, y han optado por una versión de su estilo de vida. Son todos cónyuges y padres dedicados y la profesión que han elegido es la agricultura. Son, sin lugar a dudas, la espina dorsal de su comunidad. Hay algo peculiar en todo esto y sospecho que se debe a que me llevara a mí como acompañante en aquellas rondas de medianoche. Yo me orienté en una dirección diferente de la que tomaron mis otros cinco hermanos. Empecé mi carrera como educadora, asesora y profesora universitaria, terminé escribiendo varios libros para padres e hijos, con el fin de compartir lo que ya desde los primeros años había aprendido sobre la importancia del desarrollo de la autoestima. Los mensajes que escribí para mi hija son, aunque un poco modificados, los mismos valores que aprendí de mi padre, atemperados, como es natural, por mis propias experiencias vitales. Y siguen pasando a las nuevas generaciones. También debería contaros algo de mi hija, una sana muchacha de casi un metro ochenta, que todos los años se matricula en tres deportes, a quien le preocupa la diferencia entre un sobresaliente y un notable, y que quedó finalista en la lucha por el título Miss California Teen. Pero no son sus dones y logros externos los que hacen que me recuerde a mis padres. La gente siempre me dice que mi hija está dotada de una gran bondad, una espiritualidad y un fuego interior muy especiales y profundos, que irradian manifiestamente de ella. La esencia de mis padres se ha encarnado en su nieta. La actitud de amor por sus hijos y el hecho de haber sido padres dedicados ha tenido también un efecto sumamente enriquecedor y estimulante sobre la vida de mis padres. Mientras escribo esto mi padre está en la clínica Mayo de Rochester, sometiéndose a un chequeo que, según dicen los médicos, llevará entre seis y ocho días. Estamos en diciembre y, dado el rigor del invierno, tomó una habitación en un hotel próximo a la clínica a la que acude como paciente externo. A causa de sus obligaciones domésticas, mi madre sólo pudo acompañarlo durante los primeros días, de modo que la víspera de Navidad ya no estuvieron juntos. La Nochebuena telefoneé a papá a Rochester para desearle una feliz Navidad. Por su voz, me pareció deprimido y desanimado. Al llamar a mi madre, que estaba en Iowa, también la encontré triste y malhumorada. —Es la primera vez en la vida que tu padre y yo no pasamos juntos estas fiestas —se lamentó—, y sin él ni siquiera siento que hoy sea Navidad. Yo tenía catorce invitados a cenar, dispuestos a pasar una velada festiva. Volví a la cocina, pero como no podía sacarme de la cabeza el problema de mis padres, llamé por teléfono a mi hermana mayor, quien a su vez llamó a mis hermanos. Una vez decidido que no era bueno que nuestros padres estuvieran separados en Nochebuena y que mi hermano menor iría con el coche a Rochester para traer a mi padre, sin decírselo a mi madre, lo llamé para comunicarle nuestros planes. —Oh, no —protestó—, es demasiado peligroso salir una noche como ésta.
Mi hermano llegó a Rochester y me telefoneó desde la habitación del hotel para decirme que papá no quería venir. —Tienes que decírselo tú, Bobbie. Eres la única a quien hará caso. —Ve, papá. Adelante —le dije con suavidad, y aceptó. Tim y papá salieron para Iowa. Los demás hijos fuimos llevando la pista de todo el viaje, con información del tiempo incluida, hablando con ellos por el teléfono del coche de mi hermano. En ese punto ya habían llegado mis invitados y todos participaron de la aventura. Cada vez que sonaba el teléfono, conectaba el altavoz para que todos pudieran oír las últimas noticias. Acababan de dar las nueve cuando sonó el teléfono; era papá que llamaba desde el coche. —Bobbie, ¿cómo puedo llegar a casa sin llevarle un regalo a tu madre? ¡En casi cincuenta años, sería la primera vez que llegaría a casa en Navidad sin su perfume favorito! Todos mis invitados estaban participando del viaje. Llamamos a mi hermana para que nos diera los nombres de los centros comerciales más próximos donde pudieran detenerse para comprar el único regalo que mi padre podía concebir hacerle a mamá: la misma marca de perfume que ha venido obsequiándole cada Navidad durante todos estos años. A las 9:52 de esa noche mi hermano y mi padre salieron de un pequeño centro comercial en Minnesota y siguieron viaje a casa. A las 11:50 entraban con el coche en la granja. Mi padre, como un escolar muerto de risa, se ocultó tras un ángulo de la casa para que mamá no lo descubriera. —Mamá, hoy he ido a visitar a papá y me ha dicho que te traiga esto para lavar —dijo mi hermano mientras entregaba las maletas a mi madre. —Oh —suspiró ella con tristeza—, lo echo tanto de menos que en realidad podría ponerme a hacerlo ahora. —No tendrás tiempo para hacerlo esta noche —dijo mi padre, saliendo de su escondite. Después de que mi hermano me llamara para relatarme esta conmovedora escena, telefoneé a mi madre. —¡Feliz Navidad, mamá! —Ay, niños... —intentó decir ella con voz quebrada, tratando de contener las lágrimas, pero no pudo continuar. Mis invitados prorrumpieron en hurras. Aunque yo estuviera a tres mil kilómetros de ellos, ésa fue una de las Navidades más especiales que he compartido con mis padres. Y por cierto que hasta el día de hoy mis padres no han estado jamás separados en Nochebuena. Tal es la fuerza de los hijos que aman y honran a sus padres y, por cierto, del maravilloso matrimonio hecho de amor y entrega que mis padres comparten. —Los buenos padres —me comentó una vez Jonás Salk—, dan raíces y alas a sus hijos. Raíces para saber dónde está su hogar, y alas para volar lejos de él y ejercitar lo que ellos les han enseñado. Si el legado de los padres es que los hijos alcancen la capacidad de llevar una vida con sentido, contar con un nido seguro y ser bienvenidos a él,
entonces creo que yo he escogido bien a mis padres. Fue en esta última Navidad cuando mejor entendí por qué era necesario que estas dos personas fueran mis padres. Aunque las alas que ellos me dieron me han llevado por todo el mundo, para finalmente terminar en la hermosa California, las raíces que de ellos recibí serán, siempre, un cimiento de inconmovible solidez.

Bettie B. Youngs

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