jueves, 18 de diciembre de 2025



 Carson McCullers o el arte de estar solos juntos


Carson escribió desde una habitación donde la soledad tenía muebles y nombre propio. No la soledad romántica —esa que vende postales— sino la otra: la que muerde despacio, la que se queda cuando todos ya se fueron y ni siquiera dejaron la luz prendida.

En su mundo, los personajes no gritan: escuchan demasiado. Son cuerpos en pueblos pequeños con corazones enormes, corazones que no caben en la geografía que les tocó. Carson entendió antes que muchos que el sur de Estados Unidos no era solo una región: era un estado del alma, denso, lento, atravesado por silencios que pesan más que las palabras.

Ella escribió sobre el amor como quien escribe una carta que sabe que no será respondida.
No por drama —Carson odiaba el sentimentalismo barato— sino porque comprendía algo brutal: amar no garantiza ser amado, y eso no es tragedia, es condición humana.

Hay en su prosa una ternura peligrosa.
Te acerca, te hace creer que todo va a estar bien, y cuando bajas la guardia te deja frente a un espejo donde aparece tu propio aislamiento. Carson no consuela: acompaña. Y eso es más honesto.

Su literatura es política sin pancarta. Al poner en el centro a los raros, a los enfermos, a los que no encajan, Carson hace una declaración radical: la normalidad es una ficción autoritaria. En un mundo que premia la fuerza, ella escribe desde la fragilidad. Y gana.

Leer a McCullers es aceptar que la tristeza también piensa, que el silencio tiene argumentos y que la empatía no es un gesto bonito sino un riesgo. Ella no embellece el dolor; lo afina, como quien afina un instrumento para que duela en la nota justa.

Carson escribió con el cuerpo roto y el alma alerta.
Tal vez por eso sus textos no envejecen: porque la soledad sigue vigente, porque el amor sigue siendo torpe, porque seguimos buscando —con una dignidad medio ridícula— que alguien nos vea de verdad.

Y ahí está ella, sentada en una esquina del siglo XX, mirándonos con paciencia. Como diciendo, sin decirlo:
no estás solo… pero tampoco te voy a mentir.

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