martes, 4 de agosto de 2020

Mario Alonso Puig

La historia de Gandhi es una historia verdaderamente, yo diría, sorprendente. Gandhi padecía lo que se podía llamar una enorme timidez, una timidez profundamente limitante. Como tú has comentado, él se formó como abogado en Inglaterra, ejerció en Bombay y no ganó ningún pleito. Un abogado tiene que tener una buena retórica, tiene que tener una buena capacidad de comunicación, no la tenía. Tuvieron un problema, un familiar que vivía en Sudáfrica tuvo un problema legal y consideraron, la familia, que si el joven Mohandas, su nombre es Mohandas, Mahatma quiere decir «alma grande», Mohandas Gandhi fuera allí, a lo mejor, en el camino se espabilaba, como cuando se manda a un hijo o a un sobrino al extranjero, a ver si con el aire se espabila. Entonces, ¿qué pasa? Que algo le sacudió, le sacudió profundamente la injusticia que vio, y este es un punto clave, porque cuando el corazón de un ser humano es tocado con tal nivel de impacto, el cerebro empieza a operar de una forma radicalmente distinta. Entonces, Gandhi fue un hombre que ya ni siquiera movilizaba a la gente por su capacidad de comunicación, su simple presencia ya movilizaba. ¿Qué nos quiere decir esto? Nos quiere decir, un poco, pues lo que hemos estado hablando antes, que no cabe duda que el elemento genético cuenta, ¿cómo no va a contar?, no es el definitivo, marca una tendencia, pero no determina, influye pero no determina. ¿Qué ocurre? Que para que uno dé la vuelta a esa tendencia, tiene que tener una fuerza, una motivación, antes preguntaba María por la motivación, una motivación lo suficientemente potente para que el cerebro empiece a trabajar de una manera radicalmente distinta, es lo que te diría. Por eso nunca hay que dar a nadie por perdido. 

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