Para millones de lectores, su nombre sigue siendo sinónimo de ciencia ficción. Tal vez, porque su aporte al género fue mucho mayor que el de imaginar galaxias y aventuras lejanas en el tiempo y en el espacio. Asimov también supo anticipar el futuro con la maestría de un Julio Verne. No sólo inventó la palabra "robot" (apareció en "Robbie", un cuento de 1939), sino que anunció la creación de la computadora y detalló su funcionamiento quince años antes de que científicos de la Universidad de Pennsylvania presentaran a Eniac, el primer cerebro electrónico de la historia. En 1950, lanzó otra profecía y el tiempo volvió a darle la razón: escribió que en un futuro cercano las computadoras serían móviles, mucho más pequeñas y baratas, "tan populares como los relojes de muñeca y de uso cotidiano en oficinas y colegios".
-¿Cómo explica que un divulgador de la ciencia, asociado con el futuro y las naves espaciales, no suba a un avión ni aunque lo amenacen con un revólver?
-Todo ser humano tiene algún miedo irracional. El mío son los aviones. No es que desconfíe de los pilotos ni de las medidas de seguridad de las compañías aéreas, que son aceptables. En los trenes viajo tan cómodo que ni me tomo la molestia de conocer antes al conductor. A veces, hasta me arriesgo a tomar un taxi en Manhattan, que ya es decir mucho. Con los aviones es diferente. Pero le confieso algo: si realmente me apuntaran con un revólver, lo pensaría dos veces.
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