No os durmáis, espabilad, acelerad, pisotead, lanzaos!* Como expresa tan poéticamente esta canción rap, la exhortación *,vivid intensamente!* se ha convenido en el leitmotiv del hombre moderno. Una hiperactividad compulsiva en la que no debe haber el menor blanco, el menor vacío. por miedo a encontrarse con uno mismo. El sentido es lo de menos, con tal de que haya intensidad. De ahí el gusto y la fascinación por la violencia, las proezas. la excitación máxima de los sentidos, los deportes de riesgo. Hay que bajar las cataratas del Niagara dentro de un barril, abrir el paracaídas a unos metros escasos del suelo, bucear sin oxígeno a una profundidad de cien metros. Hay que exponerse a morir por algo que no vale la pena ser vivido, acelerar para no ir a ningún sitio, cruzar la barrera del sonido de lo inútil y poner de relieve el vacío. Así que pongamos a todo volumen cinco radios y diez televisores al mismo tiempo, démonos de cabezazos contra la pared y revolquémonos en la grasa. Eso es vivir plenamente!
¿Es realmente eso lo que constituye la riqueza de nuestra existencia? ¿No es una ingenuidad creer que semejante escapada hacia delante puede garantizar su calidad? Una verdadera sensación de plenitud asociada a la libertad interior también ofrece intensidad a cada instante, pero de una calidad muy distinta. Es un centelleo vivido en la paz interior, en la que somos capaces de maravillamos de la belleza de cada cosa. Es saber disfrutar del momento presente, libre de la alternancia de excitación y cansancio mantenida por los estímulos invasores que acaparan nuestra atención: Pasión, sí, pero no la que nos aliena, nos destruye, oscurece nuestra mente y nos hace malgastar los preciosos días de nuestra vida. Más bien alegría de vivir. entusiasmo por engendrar altruismo, serenidad, y por desarrollar lo mejor de nuestro ser: la transformación de nosotros mismos que permite transformar mejor el mundo.
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