En mi práctica clínica animo a las personas a reconocer su propio mérito y el de las personas a su alrededor por actuar de forma productiva y atenta, así como por la preocupación genuina y la consideración que se demuestran. Las personas están tan torturadas por las limitaciones del Ser que me asombra que puedan llegar a comportarse bien o a ocuparse de algo más que de ellas mismas. Pero muchos lo hacen para que todos dispongamos de calefacción central, agua corriente, corriente eléctrica, capacidad informática infinita, comida suficiente para todos e incluso la posibilidad de contemplar el destino de la sociedad en el sentido más amplio, y también de la naturaleza, tan formidable. Toda esa compleja maquinaria que impide que nos congelemos o muramos de hambre o de sed tiende constantemente a errores de funcionamiento a través de la entropía, así que si funciona de forma tan eficiente es solo gracias a la atención constante de personas diligentes. Algunas personas degeneran y se precipitan en un infierno de resentimiento y odio del Ser, pero la mayor parte se niega a hacerlo a pesar de su sufrimiento, sus decepciones, sus pérdidas, sus incompetencias y su fealdad, lo que constituye otro milagro para quien quiera verlo. La humanidad, en su totalidad, así como quienes la componen individualmente, merece cierta compasión por la horrible carga bajo la que se tambalean las personas, cierta compasión por su subyugación a la vulnerabilidad mortal, a la tiranía del Estado y a las depredaciones de la naturaleza. Es una situación existencial que ningún otro animal tendrá que afrontar ni soportar, de una dureza tal que haría falta ser Dios para poder soportarla verdaderamente.
Esta compasión debería servir de medicamento adecuado para las inseguridades y el desprecio hacia nosotros mismos, que están justificados, pero que solo son la mitad de la historia. El odio hacia uno mismo y la humanidad debe equilibrarse con la gratitud por la tradición y por el Estado, así como con el asombro ante lo que personas normales y corrientes consiguen, y eso sin mencionar los impresionantes logros de las personas verdaderamente excepcionales. Nos merecemos cierto respeto. Te mereces cierto respeto. Eres importante para otras personas y también para ti. Tienes un papel esencial que desempeñar en el destino del mundo. Por eso tienes la obligación de cuidarte. Tendrías que cuidarte, ayudarte y ser amable contigo de la misma forma que cuidarías, ayudarías y serías amable con alguien a quien amaras y valoraras. Por eso quizá tengas que comportarte de una forma respetable con tu Ser, y está bien que así sea. Todas las personas tienen serios defectos, todas quedan muy lejos de la gloria divina. Sin embargo, si ese hecho en sí significara que no tenemos la responsabilidad de cuidarnos ni a nosotros ni a los demás, todo el mundo sería brutalmente castigado de forma constante. Y algo así no estaría nada bien. Algo así empeoraría aún más y de todas las formas posibles los problemas del mundo, esos problemas que pueden llevar a cualquiera a plantearse honestamente la misma necesidad de que este mundo exista. Este no puede ser de ninguna forma el camino para avanzar. Tratarte como a alguien a quien tienes la responsabilidad de ayudar supone considerar lo que de verdad sería bueno para ti. No es «lo que quieres» ni «lo que te haría feliz». Cada vez que das un dulce a un niño, lo haces feliz. Eso no significa que lo único que tienes que hacer por el niño sea darle caramelos. «Feliz» no es en absoluto un sinónimo de «bueno». Tienes que hacer que los niños se laven los dientes. Tienen que abrigarse bien cuando salen y hace frío, por mucho que se opongan. Tienes que ayudarlos para que se conviertan en seres virtuosos, responsables y despiertos, capaces de actuar con reciprocidad, capaces de cuidarse a sí mismos y a los demás y de crecer mientras lo hacen. ¿Por qué sería aceptable hacer menos por ti? Tienes que mirar hacia el futuro y pensar: «¿Cómo sería mi vida si me cuidara debidamente? ¿Qué carrera me plantearía un desafío y me convertiría en alguien productivo y útil, de tal modo que pudiera asumir la carga que me toca y disfrutar de las consecuencias? ¿Qué tendría que hacer cuando cuente con cierta libertad para mejorar mi salud, desarrollar mi conocimiento y fortalecer mi cuerpo?». Tienes que saber dónde estás para poder empezar a diseñar tu
recorrido. Tienes que saber quién eres para entender las armas con las que cuentas y saber cómo compensar tus limitaciones. Tienes que saber adónde vas, para poder limitar el poder del caos en tu vida, reestructurar el orden y servirte de la fuerza divina de la esperanza para soportar el mundo. Tienes que decidir adónde vas para poder así luchar en tu nombre, para no terminar siendo alguien resentido, vengativo y cruel. Tienes que articular tus propios principios para poder así defenderte cuando los demás intenten aprovecharse de ti y para preservar tu estabilidad y seguridad cuando trabajas y cuando juegas. Tienes que disciplinarte cuidadosamente. Tienes que mantener las promesas que te haces y recompensarte de tal forma que puedas confiar en ti y motivarte. Tienes que decidir cómo comportarte contigo para que sea posible que te conviertas en una buena persona y que lo sigas siendo. Estaría bien hacer del mundo un lugar mejor. El cielo, después de todo, no llegará por sí solo. Tendremos que esforzarnos para traerlo y hacer acopio de fuerzas para resistir a los ángeles mortíferos y a la espada flamígera del juicio que Dios utilizó para bloquear su entrada. No subestimes el poder de la visión y la dirección. Se trata de fuerzas imparables, capaces de transformar lo que quizá parezcan obstáculos inasumibles en senderos transitables y en oportunidades de desarrollo. Hay que fortalecerse, así que empieza contigo. Cuídate. Define quién eres. Refina tu personalidad. Elige tu destino y expresa tu Ser. Como el gran filósofo alemán del siglo XIX Friedrich Nietzsche observó tan brillantemente: «Quien tiene un porqué para vivir encontrará casi siempre el cómo». Podrías ayudar a rectificar la deriva del mundo y corregir su trayectoria para que apuntara un poco más hacia el cielo y un poco menos hacia el infierno. Una vez que hayas entendido el infierno, una vez que lo hayas estudiado, por decirlo de alguna forma —sobre todo tu propio infierno particular—, podrás tomar una decisión sobre dónde no ir y qué no crear. Podrías dirigirte a cualquier otro lugar. Podrías incluso dedicar toda tu vida a eso, lo que te proporcionaría un Significado, con mayúscula. Eso justificaría tu miserable existencia. Eso serviría para expiar tu naturaleza pecaminosa y para sustituir tu vergüenza y tu inseguridad por el orgullo natural y la franca confianza de alguien que ha vuelto a aprender cómo se anda junto a Dios en el jardín del Edén. Podrías empezar tratándote como a alguien a quien tienes la responsabilidad de ayudar.
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