miércoles, 26 de agosto de 2020

Tolku Thundop

 Cuando yo tenía quince años, unos trabajadores estuvieron un mes reconstruyendo mi casa en el monasterio. Dos mujeres que ayudaban en los trabajos de construcción enfermaron gravemente, y los medicamentos no las ayudaban. Tenían peken trethog, una afección de flema que suponía uno de los mayores problemas de salud en nuestra región, sobre todo para los ancianos. La enfermedad impedía a la gente tragar y digerir los alimentos, y morían lentamente de hambre. Yo hacía una masa de tsampa, (harina de cebada tostada con mantequilla) y, tras bendecirla con mis oraciones, se la ofrecía a las enfermas. No tenían ninguna dificultad para comérsela. Cuando se marcharon les di masa de tsampa bendecida para que la mezclaran con la comida. Pasados unos meses estaban completamente curadas. Esta enfermedad afectaba a mucha gente, monjes y seglares, incluido mi abuelo, que murió de ella cuando yo tenía unos cuatro años, y mi abuela, que sobrevivió gracias al tsampa bendecido que yo le daba y a los medicamentos que tomó durante toda su vida. No murió de hambre, pero tampoco llegó a curarse. Para preparar la masa de tsampa, yo visualizaba al guru Rimpoché en el cielo, delante de mí, mientras amasaba la harina y la mantequilla. Mientras recitaba el  mantra, me abría con una intensa devoción desde lo más hondo de mi corazón e invocaba sus bendiciones curativas. Imaginaba que las energías curativas del guru Rimpoché, que unas veces tomaban la forma de espectaculares y cálidas luces, y otras de chorros de néctar, bajaban y se mezclaban con la masa. Luego, con convicción, pensaba que la masa tenía poderes para curar la enfermedad. La masa curaba debido a los tres principios de la curación: aquellas mujeres confiaban plenamente en mis poderes curativos, estaban abiertas a recibir la bendición, y mi devoción era lo bastante fuerte para invocar el poder curativo.

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