martes, 18 de agosto de 2020

Alex Rovira

 Mira, fíjate que en relación a la palabra, hay cuatro habilidades, ¿verdad? Leer, escribir, escuchar y hablar. A nosotros, en la escuela, ¿qué nos enseñaron? ¿De esas cuatro cuáles nos enseñaron? ¿Básicamente a qué nos enseñan? Básicamente, a leer y a escribir. No nos enseñan, apenas, ni a escuchar, y tampoco nos enseñan a hablar, a conversar. Si escribir bien es un arte, escuchar bien es un gran arte. Expresarse bien es un arte. Yo recuerdo en la película Bowling for Columbine que el director le hace una pregunta a Marilyn Manson. La pregunta va muy en línea con lo que acabas de formular. Decir: «¿Cómo podemos tener conversaciones con nuestros hijos?», sobre todo, decían: «¿Cómo podemos hacer que nos escuchen más?». Proliferar el uso de la palabra, hacernos entender y ser entendidos. Y Manson daba una respuesta brillante, dice: «Yo creo que a nuestros hijos, más que decirles más cosas, deberíamos escucharles, deberíamos saber guardar silencio, deberíamos, a lo mejor, coger el coche, subirle al coche, poner la música que a ellos les gusta, y dejarnos un espacio, hasta que de repente, surja la palabra». También, a veces, para que surja la palabra hay una puerta de entrada fantástica, que es la ternura. Os voy a contar una anécdota que me pasó el domingo pasado. Veníamos de un fin de semana intenso, de mucha actividad, y mi hija pequeña estaba cansada, pero se giró, de repente se giró, y yo no sé si se giró porque alguien le dijo algo o pasó algo en el grupo de amigos del fin de semana. Total, que estuvo durante todo el trayecto de brazos cruzados, cabizbaja. Cuando dejamos a un grupo de amigos en su casa, ella se sentó a mi lado, volvíamos a casa, y yo le decía: «Mariona, pero ¿qué te pasa, mi amor? ¿Te he hecho algo, he dicho algo?», porque yo, realmente, estaba preocupado, y más una niña jovial, alegre, y no quería hablar. Paré el coche y le dije: «Te pido que, por favor, me des una pista. Te pido una palabra, solo una palabra. Si no puedes hablar, dame una palabra», y me dijo: «Cansada», y empezó a llorar y se me abrazó: «Estoy agotada, papá». Y ahí se soltó, se me abrazó, tal como os estoy contando. Estaba agotada y no tenía ni capacidad, probablemente, de ponerse en contacto, con que era ese agotamiento el que le impedía formular nada más. Estaba amigdalada cerebralmente, por estrés, por cansancio, por todo un fin de semana en el que anduvimos mucho. Después de que se liberó de ese agotamiento que tenía, y que la emoción surgió, vinieron las palabras: «Disculpa, papá. No te sabía decir qué me pasaba, pero ahora lo sé, es que estoy cansada y cuando me canso mucho me pasa que me bloqueo y cuando me bloqueo no puedo hablar», y empezó a racionalizar naturalmente. Dejad el espacio, dejad el espacio, dad el permiso. Hay un concepto muy importante en psicología que es el permiso. El permiso de guardar silencio, el permiso de hablar, el permiso de sentir, el permiso de acercarse, el permiso de alejarse, el permiso de ser, el permiso de darse un espacio, el permiso de dejarse en paz. Y el permiso no se transmite tanto verbalmente como no verbalmente, nuestro gesto interno. Muchas veces facilitas un espacio de apertura, de comunicación no exigiendo al otro una explicación, sino quedándote y tomándole la mano, si te lo permite, lentamente. Debemos reivindicar la ternura como elemento fundamental de la calidad del vínculo humano y de la transformación de la consciencia, la ternura. Deberíamos acariciarnos, besarnos más y mirarnos más. Y no me refiero a la caricia solo como un intercambio de piel con piel, la mirada, la sonrisa, la flor, el libro, ternura. Y como vivimos en un mundo de inercias, de aceleraciones sostenidas, de demandas sostenidas, nos exiliamos, y al exiliarnos no nos encontramos y no nos comunicamos.

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