Es posible que en ciertos casos esta afirmación tenga asidero en la realidad, y
algún día la persona que hoy nos rechaza caiga en cuenta, se arrepienta
sinceramente y haga un reconocimiento público del viejo amor perdido. Pero el
problema es de tiempo, es decir, ¿cuándo?
He conocido gente que se demora años en descubrir el afecto, pero ya es
tarde (recordemos al mayordomo de Lo que queda del día, personificado en el
cine por Anthony Hopkins). Más de un solterón o solterona, en el silencio de la
más profunda orfandad afectiva, maldice el haberse jugado la vida a una sola
carta, a un sueño interminable que se convirtió en plantón.
¿Cuánto hay que esperar? ¿Semanas, meses, años? ¿Se justifica la
demora? ¿No es mejor oxigenar la vida con alguien que no necesite retiros
espirituales y ausencias lejanas para reconocer que somos queribles? A pesar
de que el sentido común sostiene que las cosas hay que perderlas para
valorarlas, desde mi punto de vista y refiriéndome exclusivamente a una
cuestión de respetabilidad personal, el solo hecho de que tengan que
“perderme” para “valorarme” es ofensivo, además de fastidioso.
Si eres una de esas personas que están esperando la evaluación, a ver si
pasaste el examen como pareja, recuerda que no eres un objeto de compra-
venta. El evalúo afectivo siempre es insultante. Empero, si lo anterior no te ha
convencido, quizá las estadísticas logren despabilarte: los que dudaron
afectivamente una vez, vuelven a dudar. Puede haber más exámenes. Es
mejor no vivir en ascuas. Si no te aman hoy, no te aman.
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