William James tenía problemas. Problemas de verdad muy malos. A pesar de haber nacido dentro de una familia rica y prominente, desde su
nacimiento sufrió problemas de salud de vida o muerte: una afección en un ojo que lo dejó temporalmente ciego en su niñez, una terrible condición estomacal que le causaba vómitos excesivos y lo forzó a adoptar un oscuro y selectivo régimen alimenticio, problemas con su audición, espasmos musculares de espalda tan fuertes que por días enteros no le permitían sentarse o mantenerse erguido. Debido a esos padecimientos, James pasaba la mayor parte de su tiempo en casa. No tenía muchos amigos y no era particularmente bueno para la escuela. En vez de ello, pasaba sus días pintando, eso era lo único que le gustaba y lo único en lo que se sentía de verdad bueno. Por desgracia nadie más pensaba que era bueno pintando. Cuando llegó a la edad adulta, nadie compró su arte y conforme pasaron los años su padre (un empresario millonario) empezó a ridiculizarlo por su pereza y su falta de talento. Mientras tanto, su hermano menor, Henry James, se convirtió en un novelista mundialmente aclamado y su hermana Alice James también lograría un nombre como escritora. William era el bicho raro de la familia, la oveja negra. En un intento desesperado por salvar el futuro del joven, su padre recurrió a sus contactos comerciales para que William fuera admitido en la Facultad de Medicina de Harvard. Era su última oportunidad, le dijo su progenitor; si la echaba a perder, no habría esperanza para él. PeroWilliam nunca se sintió como en casa ni en paz en Harvard. La medicina nunca le atrajo, todo ese tiempo se sintió un impostor y un fraude. Después de todo, si él no podía superar sus propios problemas, ¿cómo podría esperar tener la energía para ayudar a los demás con los suyos? Un día, después de dar una vuelta por el área de psiquiatría, James escribió en su diario que sentía que tenía más en común con los pacientes que con los doctores. Así pasaron un par de años, y de nuevo con la desaprobación de su padre, William James dejó la facultad. Pero más allá de lidiar con el peso de la ira de su progenitor, decidió irse lejos: se enlistó en una expedición antropológica a la selva amazónica. Corría la década de 1860, de modo que los viajes transcontinentales eran difíciles y peligrosos. Si alguna vez jugaste Pioneros cuando eras niño, esto era un poco como este pasatiempo, con todo y la disentería, los bueyes ahogados y todo aquello. Y así, William James llegó al Amazonas, donde comenzaría la aventura real. Sorprendentemente, su frágil salud se sostuvo durante el trayecto, pero una vez ahí, durante el primer día de la expedición, de inmediato contrajo viruela y casi muere en la selva.
Entonces regresaron sus espasmos musculares, tan dolorosos que no le permitían caminar. Ya para ese momento, estaba demacrado y famélico por la viruela, inmovilizado por su espalda adolorida, solo, y a la mitad de América del Sur (el resto de la expedición había continuado sin él), sin una idea clara de cómo regresar a casa, un viaje que le llevaría meses y probablemente lo mataría de cualquier forma. Pero de alguna manera logró regresar a Nueva Inglaterra, donde lo recibió su (aún más) decepcionado padre. Para ese momento el joven ya no era tal, ya rozaba los 30 años, seguía desempleado, fracasaba en todo lo que emprendía, con un cuerpo que de modo rutinario lo traicionaba y no parecía que fuera a mejorar. A pesar de las ventajas y oportunidades que tuvo en la vida, todo se había desmoronado. Las únicas constantes en su existencia parecían ser el sufrimiento y la desilusión. William cayó en una gran depresión y empezó a considerar la idea de quitarse la vida. Sin embargo, una noche, mientras leía unas conferencias del filósofo Charles Pierce, James decidió realizar un pequeño experimento. En su diario escribió que pasaría un año completo creyendo que era cien por ciento responsable de todo lo que ocurriera en su vida, lo que fuera. Durante ese periodo, haría todo lo que estuviera en su poder para cambiar sus circunstancias, sin importar la probabilidad de fracasar. Si nada mejoraba en ese año, entonces sería obvio que en verdad no tenía poder sobre las circunstancias a su alrededor y entonces se quitaría la vida. ¿Qué pasó al final? William James consiguió convertirse en el padre de la psicología estadounidense. Su trabajo ha sido traducido a todos los idiomas habidos y por haber, y es reconocido como uno de los psicólogos-filósofosintelectuales más influyentes de su generación. Regresó a Harvard como profesor e impartió conferencias por Estados Unidos, Europa y el mundo. Se casó y tuvo cinco hijos (uno de ellos, Henry, se convirtió en un famoso biógrafo y ganó un premio Pulitzer). Años después, James se referiría a su pequeño experimento como su “renacimiento” y a éste le daría el crédito de cada logro sucesivo en su vida. Hay un simple detalle del que se deriva toda mejora personal y todo crecimiento: la comprensión de que somos, individualmente, responsables de todo en nuestras vidas, sin importar las circunstancias externas. No siempre controlamos lo que nos sucede, pero siempre controlamos cómo interpretamos lo que nos sucede y cómo respondemos a ello. Ya sea que lo reconozcamos de manera consciente o no, siempre somos responsables de nuestras experiencias. Es imposible no serlo. Elegir no interpretar conscientemente los eventos en nuestras vidas es una forma de
interpretar los eventos en nuestras vidas. Elegir no responder a los eventos en nuestras vidas es una manera de responder a los eventos en nuestras vidas.
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