El «verdadero
conocimiento» consiste en un instinto, o en una participa-
ción mística con los demás. Se podría decir que son los
«ojos del segundo término» que ven en un acto imperso-
nal de intuición.
Posteriormente comprendí mejor esto, cuando me su-
cedieron cosas extrañas, por ejemplo, cuando una vez na-
rraba la historia de la vida de un hombre, sin conocerle.
Fue durante la boda de una amiga de mi mujer. La novia y
su familia me eran por completo desconocidos. Durante la
comida se hallaba sentado frente a mí un hombre de me-
diana edad, de hermosa barba, que me había sido presen-
tado como abogado. Conversábamos animadamente sobre
psicología criminal. Para responderle a una pregunta con-
creta, me inventé la historia de un caso que adorné con
todo lujo de detalles. Mientras estaba todavía hablando
observé que mi interlocutor cambió por completo su ex-
presión y un extraño silencio se produjo en la mesa. Con-
fuso, dejé de hablar. A Dios gracias estábamos ya en los
postres y pude levantarme pronto de la mesa e ir a sentar-
me en el vestíbulo del hotel. Allí me ensimismé en un rin-
cón, encendí un cigarrillo e intenté meditar sobre la situa-
ción. En este instante se me acercó uno de los señores que
estaban sentados a la mesa y me interpeló: «¿Cómo pudo
usted cometer tal indiscreción?», «¿Indiscreción?», «Sí,
¡esta historia que usted contó!» «¡Pero si me la he
inventado!»
Para mi mayor asombro me dijo que había narrado
con todo detalle la historia de mi interlocutor. Descubrí en
este instante que ya no recordaba ni una sola palabra de la
narración, e incluso hoy me resulta imposible recordar ni
una sola palabra de ella.
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