Un niño entra en su casa y, llorando, se precipita en brazos de su madre. Tiene un leve rasguño en la cara.
-¡Ese maldito niño se me echó encima y me golpeó! -se queja entre sollozos.
-Mi pobre pequeño, ¿sabes cómo se llama el que te golpeó? -pregunta la madre, conmovida por el dolor de su hijo.
-No, no lo conozco.
-Entonces, ¿cómo vamos a hacer para identificarlo?
-No lo sé, pero tal vez esto nos ayude: tengo en mi bolsillo su oreja.
Son muchas las personas que se consideran víctimas, pese a que han arrancado la oreja a su enemigo. Cuando acuden a nosotros para quejarse nos preguntamos si son tan víctimas como pretenden, y entonces buscamos en sus bolsillos. Y en ellos encontramos, a veces, orejas, manos, penes, senos, úteros...
¡Tantas cosas...! El inconsciente de las personas frustradas está lleno de impulsos terribles.
En el plano psicológico, no siempre es la víctima quien pensamos que lo es.
Nos lanzan reproches, nos culpabilizan, pero cuando queremos tocar nuestra oreja, nos damos cuenta de que ya no la tenemos.
Cuando nos veamos en una situación en la que el papel verdugo-víctima deba ser aclarado, preguntémonos si las personas con las que tenemos contacto están alegrándonos la vida o si poseen un pedazo, o toda nuestra oreja, dentro de su bolsillo... Cuando no deseamos ser cortadores de orejas, ni tampoco que nos descuarticen moralmente, buscamos la manera de eludir los conflictos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario