Todavía recuerdo perfectamente un caso que entonces
me impresionó mucho. Se trataba de una joven que había
ingresado en la clínica con la etiqueta «melancolía» y se
hallaba en mi departamento. Se hizo el reconocimiento
por el procedimiento usual: historial, tests, reconocimien-
tos físicos, etc. Diagnosis: esquizofrenia, o, como
entonces se decía, dementia praecox. Pronóstico: grave.
Al principio no me atreví a dudar del diagnóstico. En-
tonces yo era aún un jovencito, un principiante y no me
hubiera creído competente para establecer un diagnóstico
distinto. Y, sin embargo, el caso me pareció extraño.
Tenía la impresión de que no se trataba de una
esquizofrenia, sino de una depresión corriente, y me
propuse explorar a la paciente según mis propios métodos.
Entonces me ocupaba yo de estudios diagnósticos por
asociación y realicé con ella la prueba de la asociación.
Además conversé con ella sobre sus sueños. De este modo
logré aclarar su pasado y llegar a conocer lo esencial, que
en el habitual historial no había quedado explicado.
Obtuve los datos, por así decirlo, directamente del
inconsciente y de ellos resultó una oscura y trágica
historia.
Antes de que la mujer se casara había conocido a un
hombre, hijo de un gran industrial, por quien todas las
muchachas de la región se interesaban. Dado que ella era
muy bonita, creyó gustarle y tener ciertas esperanzas res-
pecto a él. Pero al parecer, él no se interesaba por ella y
así, pues, ella se casó con otro.
Cinco años después visitó a un viejo amigo. Intercam-
biaron recuerdos y en esta ocasión dijo el amigo: «Cuando
usted se casó, alguien recibió un rudo golpe, el señor X (el
hijo del gran industrial)». ¡Éste fue el instante!, en este
momento comenzó la depresión, y al cabo de algunas se-
manas se produjo la catástrofe:
Bañaba a sus hijos, primero a su hija de cuatro años y
luego a su hijo de dos anos. Vivía en una región en la que
el suministro de agua era higiénicamente defectuoso; para
beber había agua pura de la fuente y agua contaminada del
río para el baño y para lavar. Cuando bañaba a su hija vio
cómo chupaba una esponja pero no se lo impidió. Incluso
dio a beber a su hijito un vaso de agua contaminada. Na-
turalmente, hizo esto de modo inconsciente o sólo semi-
consciente, pues se hallaba ya a la sombra de la iniciada
depresión.
Poco tiempo después, tras el período de incubación,
la niña enfermó de tifus y murió. Era su hijo predilecto. El
muchacho no se contaminó. En aquel instante la depresión
se agudizó y la mujer vino al frenopático.
El hecho de que fuera una criminal y muchos porme-
nores de su secreto lo había deducido yo mediante la
prueba de asociación* y me resultó claro que aquí se ha-
llaba la causa fundamental de su depresión. Se trataba en
el fondo de un trastorno psicógeno.
¿Qué sucedía con la terapéutica? Hasta entonces
había tomado narcóticos, a causa de su dificultad en
conciliar el sueño, y puesto que se sospechaba de intento
de suicidio se la vigilaba. Pero fuera de esto no se
prescribió nada más. Físicamente estaba bien.
Me vi ahora ante un problema: ¿Debo hablar abierta-
mente con ella o no? ¿Debo proceder a la gran operación?
Esto significaba para mí un difícil problema de
conciencia, un enorme conflicto moral. Pero debía
solventar el conflicto yo solo, pues si hubiera preguntado
a mis colegas me hubieran advertido: «¡Por Dios!, no le
diga tal cosa a la paciente, la enloquecerá aún más.» Pero
en mi opinión el efecto podía ser inverso. Una pregunta
puede responderse de un modo u otro según intervengan o
no los factores inconscientes. Naturalmente, era
consciente de lo que me arriesgaba: ¡si mi paciente estaba
en un aprieto, yo también!
Pese a ello, me decidí a emprender un tratamiento cuyo
punto de partida no estaba muy claro. Le dije todo lo
que había descubierto mediante el ensayo de asociación.
Pueden ustedes imaginarse lo difícil que resultó todo. No
resulta nada fácil decirle a alguien en la cara que ha come-
tido un crimen. Y resultó trágico para la paciente oírlo y
admitirlo. Pero el resultado fue que, catorce días después,
pudo ser dada de alta y nunca más tuvo que ser internada.
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