Pensar de verdad es algo complejo y exigente. Algo que requiere al mismo tiempo ser un orador elocuente y escuchar de forma atenta y sensata. Algo que implica conflicto, así que tienes que saber tolerarlo. El conflicto, a su vez, implica negociación y compromiso, así que tienes que aprender a ceder, a modificar tus argumentos y a ajustar lo que piensas, incluso si se trata de tus percepciones del mundo. A veces se produce una derrota y la eliminación de una o más de tus miniaturas. Y hay que decir que no les hace gracia perder ni que las eliminen. Cuesta mucho construirlas y tienen mucho valor. Están vivas y quieren seguir estándolo, así que lucharán. Más te vale, pues, escucharlas. Si no lo haces, se ocultarán bajo tierra para convertirse en demonios que te torturarán. Así pues, pensar es emocionalmente doloroso, así como fisiológicamente exigente, más que cualquier otra cosa, con la excepción de no pensar. Pero tienes que ser muy elocuente y sofisticado para conseguir que todo esto ocurra dentro de tu cabeza. ¿Qué puedes hacer entonces si no se te da muy bien pensar, si no consigues ser dos personas al mismo tiempo? Es fácil. Habla. Pero entonces necesitas a alguien que te escuche, porque una persona que escucha es al mismo tiempo tu colaborador y tu oponente. Una persona que escucha somete a examen lo que dices
(y lo que piensas) sin necesidad de pronunciar una sola palabra. Una persona que escucha representa a la humanidad, es portavoz de la multitud. Es cierto que las multitudes no siempre llevan la razón, ni mucho menos, pero por lo general normalmente sí la llevan. Si dices algo que espanta a todo el mundo, tendrías que reconsiderarlo. Lo digo sabiendo perfectamente que las opiniones controvertidas son en ocasiones las correctas, hasta el punto de que, algunas veces, todas esas multitudes acabarán aniquiladas si se niegan a escucharlas. Por este motivo, entre otras cosas, el individuo tiene la obligación moral de levantarse y proclamar su propia verdad, aquella que ha construido a partir de su experiencia. Pero, a pesar de eso, algo nuevo y radical es casi siempre algo errado. Hacen falta razones buenas, muy buenas, para ignorar o desafiar la opinión pública general. Piensa que tu cultura es como un enorme roble. Si te cuelgas de una de sus ramas y se rompe, caerás desde muy alto, más alto quizá de lo que piensas.
Hicieron falta innumerables generaciones para llegar donde estás ahora, con lo que quizá sería conveniente demostrar un poco de gratitud. Si insistes en imponerle al mundo tu forma de ver las cosas, tienes que apoyarte en buenas razones. Si te niegas a moverte de donde estás, tienes que contar con buenas razones y más te vale haberlas pensado lo suficiente. De lo contrario puede que te espere un aterrizaje muy complicado. Así pues, tendrías que hacer lo que hacen los demás, a no ser que tengas un motivo muy bueno para no hacerlo. Si sigues una senda, por lo menos sabes que otras personas han recorrido ese mismo camino. Fuera de la senda te sales de la ruta, y el desierto que espera allí está lleno de bandidos y monstruos. Eso es lo que dice la sabiduría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario