Según Séneca, Epicuro, un rival filosófico de los estoicos, también practicaba la pobreza. [2] Sin embargo, su objetivo al hacerlo parece distinto al de Séneca. Mientras Séneca quería apreciar lo que tenía, Epicuro pretendía examinar lo que creía que necesitaba a fin de determinar de qué podía prescindir. Se dio cuenta de que en muchos casos trabajamos duro para conseguir algo porque estamos convencidos de que seremos infelices sin ello. El problema es que podemos vivir perfectamente bien sin algunas de estas cosas, pero no sabremos cuáles son si no intentamos vivir sin ellas .
Musonio lleva esta técnica un paso más allá: cree que además de vivir como si esas desgracias hubieran sucedido, a veces debemos provocarlas . En concreto, de vez en cuando hemos de obligarnos a experimentar una incomodidad que podríamos evitar con facilidad. Podemos hacerlo vistiendo ropa ligera o caminando descalzos cuando hace frío. O pasar hambre y sed, aunque la comida y la bebida estén a nuestro alcance, y dormir en un lecho duro a pesar de disponer de uno mullido . [3]
Muchos lectores modernos llegarán a la conclusión de que el estoicismo implica cierto grado de masoquismo. Sin embargo, deberían ser conscientes de que los estoicos no se flagelan. De hecho, las incomodidades a las que se someten son menores. Además, no se las infligen para castigarse a sí mismos; lo hacen para reforzar el placer de vivir. Y, por último, es erróneo decir que los estoicos se infligen a sí mismos estas incomodidades. Esto crea la imagen de alguien en conflicto consigo mismo, alguien que se obliga a hacer algo que no quiere hacer. Sin embargo, los estoicos aceptaban cierto grado de incomodidad en su vida. Lo que los estoicos defienden se define más apropiadamente como un programa de incomodidad voluntaria y no como un programa de incomodidad autoinfligida.
Incluso esta aclaración de la actitud de los estoicos hacia la incomodidad dejará perplejos a muchos lectores modernos: «¿Por qué deberíamos aceptar ni siquiera la menor de las incomodidades cuando es posible disfrutar de una comodidad perfecta?», se preguntarán. En respuesta a esta pregunta, Musonio señala tres beneficios derivados de los actos de incomodidad voluntaria.
Para empezar, al realizar actos de incomodidad voluntaria — por ejemplo, pasando frío y hambre cuando podríamos estar calentitos y bien alimentados — , nos endurecemos contra las desgracias que puedan acontecernos en el futuro. Si solo conocemos la comodidad, la experiencia del dolor y las molestias que algún día padeceremos nos traumatizarán. En otras palabras, la incomodidad voluntaria puede entenderse como una especie de vacuna: si ahora nos exponemos a una pequeña cantidad de virus debilitado, crearemos una inmunidad que nos protegerá de una enfermedad incapacitante en el futuro. De forma alternativa, la incomodidad voluntaria se puede concebir como una prima de seguros que, si se paga, nos permitirá recibir beneficios: si más tarde somos víctimas de una desgracia, la incomodidad que experimentamos será sustancialmente menor de lo que sería de otro modo.
Un segundo beneficio de los actos de incomodidad voluntaria no tiene lugar en el futuro, sino inmediatamente. Una persona que experimenta periódicamente incomodidades menores confiará en soportar grandes incomodidades, por lo que la perspectiva de padecerlas en el futuro no constituirá una fuente de ansiedad para él. Al experimentar incomodidades menores se entrena, según Musonio, en ser valiente. [4] Por el contrario, la persona ajena a la incomodidad, quien nunca ha padecido hambre o frío, puede temer la posibilidad de sufrirlos algún día. Aunque ahora vive con una comodidad física, probablemente experimentará un malestar mental; es decir, una ansiedad respecto a lo que el futuro le depara.
Un tercer beneficio de asumir actos de incomodidad voluntaria es que nos ayuda a apreciar lo que ya tenemos. En particular, al provocarnos situaciones de incomodidad deliberadamente, apreciaremos mejor nuestras comodidades. Evidentemente, es bueno estar en una habitación cálida cuando fuera hace frío y arrecia la tormenta, pero para disfrutar realmente del calor y de la sensación de cobijo, debemos ir fuera un rato y luego regresar. De un modo análogo, podemos (como observaba Diógenes) mejorar en gran medida nuestro aprecio de cualquier comida esperando a estar hambrientos antes de tomarla y mejorar nuestro aprecio.
William B. Irvine
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