Si la muerte pálida, con un terror agudo,
hiciera de las cuevas del océano nuestro lecho,
Dios que escucha las olas rodar, se digne a salvar nuestra alma suplicante.
Si la muerte se vuelve negra y el mar ahoga los lamentos, ni Dios ni los rezos nos sacarán de este infierno.
Si
las almas marineras no extienden sus blancas alas de gaviota, deje la
muerte paso a la sirena, que a ella encomiendo mi cuerpo.
El
alma, acurrucada tras la luz del faro, guiará cada paso en falso y
dejará que el tiempo derrumbe cada piedra que en forma de flecha apunta
al mar.
The Lighthouse
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