viernes, 9 de agosto de 2024

 PODEMOS RENUNCIAR A LA BÚSQUEDA voluntaria de la felicidad, situando otros valores éticos por encima de esta –la libertad, el amor, la justicia– o morales, es decir, unas normas de comportamiento justo. Esa es la opción del gran filósofo alemán de la Ilustración, Immanuel Kant, para quien la felicidad no se debe buscar como tal, sino derivada de una moral: «Haz aquello que te vuelve digno de ser feliz». Lo más importante es observar una línea de conducta recta, conforme a la razón, cumplir con el deber. El hombre que tiene la conciencia tranquila puede considerarse relativamente feliz, sean cuales sean las dificultades con las que tropiece, pues sabe cómo actuar de manera justa. De hecho, las encuestas contemporáneas muestran que la conciencia de llevar una vida moral o religiosa marcada por la rectitud moral es un índice importante de felicidad. Parece ser que el propio Kant fue bastante feliz por llevar una vida sobria, virtuosa, ordenada, que desespera a los biógrafos aficionados a las anécdotas y detalles escabrosos. Se mantuvo soltero y casi nunca salió de su pequeña ciudad natal, Königsberg, donde fue durante mucho tiempo preceptor, antes de enseñar en la universidad. De modo bastante paradójico, Kant señala además que es un deber para el hombre ser lo más feliz posible, pues con ello evita sucumbir a la «tentación de incumplir sus deberes».2 Invierte, pues, el sentido de la problemática griega, según la cual la ética está al servicio de la felicidad. Para él, la felicidad es la que está al servicio de la moral; la felicidad plena y completa no existe en este mundo, sólo es un «ideal de la imaginación».3 Concluye, entonces, que sólo alcanzaremos razonablemente la auténtica felicidad después de la muerte (beatitud eterna), como recompensa concedida por Dios a quienes han sabido llevar una existencia moral justa. En ello coincide con la doctrina de numerosas religiones que predican que la felicidad profunda, estable y duradera sólo existe en el más allá, y está determinada por la calidad de la vida religiosa y moral que se haya llevado aquí en la Tierra. Esta creencia ya estaba vigente en la antigua Grecia, donde a los héroes y a los hombres virtuosos se les prometía una vida feliz en los Campos Elíseos. También existía en el antiguo Egipto y en el judaísmo tardío, antes de experimentar un auge considerable con el cristianismo y el islam, que dan prioridad al ideal de la santidad sobre el de la sabiduría

Frederic Lenoir

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