lunes, 12 de agosto de 2024

 Martin Heidegger fue un hombre extraño.

Dueño de una mente brillante, se transformó en uno de los filósofos más importantes del siglo XX. Creó el concepto de Dassein, término que surge de la combinación de las palabras sein (ser) y da (ahí). Es decir, el ser ahí. Ahí, ¿dónde? En el mundo.
Esos somos nosotros, un ser aquí, arrojado a un mundo de posibilidades. Pero hay algo en su pensamiento que resulta inquietante.
Según él, somos apenas un ser para la muerte. Porque no importa lo que hagamos con nuestra vida, si estudiamos o no, si convivimos con alguien o elegimos la soledad, si nos atrae un hombre, una mujer o ambos, de todos modos vamos a morir. Es la única posibilidad cierta de la que no podremos escapar.
Cada uno de nosotros es apenas un muriente.
Y esa muerte que está allí, o aquí, no importa, condiciona nuestra vida y nos convierte en seres en falta. ¿Por qué en falta? Porque, en principio, nos falta la eternidad. Podemos negarlo o asumirlo, pero algo en lo profundo de nosotros lo sabe. Más que saberlo, lo siente.
Nos faltan, además, las palabras que podrían calmar un poco esa angustia existencial de sabernos mortales. Y quedan apenas las preguntas.
¿Qué es esto de morirse?
¿Adónde van los que mueren?
¿Adónde iremos nosotros?
¿Qué significa duelar?
Preguntas sin respuestas que caen en el vacío, en una ausencia de saber que la cultura ha tratado de llenar como pudo. ¿Qué otra cosa son la mitología o las religiones más que el intento de hallar alguna respuesta que mitigue nuestra incertidumbre y nos defienda de la angustia que genera lo imposible de nombrar?

Gabriel Rolón

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