La muerte,
¿entiendes, colega?... pero ¿qué muerte? ¿Esa de la que se habla, la
muerte dulce que viene durante el sueño, o la otra, la m uerte y
sanseacabó?
Durante un periodo de mi vida, a los
seis o siete años, tenía cada noche la misma pesadilla: veía a una
señora vestida de ne gro que se acercaba a mi cama. Yo tenía mucho
miedo. Entonces me despertaba, y ya no quería volver a dormirme. Una
noche mi hermano me prestó su fusil de aire comprimido, diciéndome que
si volvía a aparecer sólo tenía que dispararle. Ella nunca re gresó.
Pero lo que más me asombra, lo recuerdo bien, es que el fusil (real) ni
siquiera estaba cargado.
Esta historia se
desarrolla en dos partes. Del lado izquierdo del escenario —la parte del
significado— está mi tía Emilia (la hermana de mi padre): con su nombre
fúnebre, sus ropas ne gras, su manía de entrometerse en todo... Del
lado derecho —la parte del significante— se encuentra el armario, el
armario con espejo que estaba enfrente de mi cama, en casa de mis
padres.
¡Sí, sí! El arma desarmada, el armario, la
dama del sudario, las armas de mi yo precario, la señora-negro-de-misa,
la artemisa, la miseria de los años treinta, mi padre, que había
fracasado en su intento de criar conejos de angora con la ayuda de la
tía Emilia:
con la crisis y después de tener que
malvender el negocio ¡acaba mos comiéndonos los conejos! Papá estaba al
borde del suicidio, pero pensó en sus hijos...
La muerte, el espejo. Yo, que estoy allí, pero que también podría no estar. Yo, todo sí. Yo, todo no. Yo, todo o nada.
Guattari
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