EL 27 DE JULIO DE 1656 TIENE LUGAR en la sinagoga de Ámsterdam una ceremonia de una violencia inusitada: los mayores pronuncian un jerem, acto solemne de excomunión, contra un joven de veintitrés años, acusado de herejía: «Con el juicio de los ángeles y de los santos, execramos, excluimos, maldecimos y anatemizamos a Baruch de Espinosa. […] Maldito sea durante el día, y maldito durante la noche. Maldito sea en su sueño y maldito en su vigilia. Maldito sea dentro y maldito fuera. Que el Señor no lo perdone. Que la ira y el furor del Señor caigan en adelante sobre este hombre y hagan recaer sobre él todas las maldiciones que están escritas en el libro de la Ley. Que el Señor destruya su nombre bajo el sol».2 Sobre el joven Baruch Spinoza no sólo no cayó maldición celeste alguna, sino que su nombre brilla hoy en el firmamento del pensamiento humano: «Todo filósofo tiene dos filosofías: la suya y la de Spinoza», dirá Bergson tres siglos después. No por ello deja de equivaler esa terrible sanción a un destierro para este joven, hijo de un mercader portugués cuya familia tuvo que huir de la Inquisición y hallar refugio en Ámsterdam, en una pequeña república calvinista que toleraba la presencia de una importante comunidad judía. El joven Bento, cuyo nombre había sido judaizado como Baruch, lo cambia de nuevo tras su exclusión: adopta el nombre cristiano de Benedictus. No se convierte al cristianismo, aunque admire a Cristo y la mayoría de sus amigos sean fieles abiertos a las «nuevas ideas», las de Descartes, Galileo, Locke, que están transformando el mundo antiguo basado en la verdad de la Biblia y la escolástica tomista. Elige a partir de entonces la lengua latina para componer una obra filosófica orientada hacia la beatitud, la felicidad suprema. ¿Acaso no significan sus tres nombres «bienaventurado»? Spinoza basa esa búsqueda de la felicidad en un modo de vida muy sobrio. No sólo renuncia a la herencia paterna, sino que se niega también a heredar de amigos ricos, aceptando sólo una modesta renta para completar sus ingresos como fabricante de lentes para instrumentos ópticos. ¡Resulta curioso pensar que alguien que intentaba agudizar al máximo el discernimiento de la mente hubiera elegido un oficio que consiste en mejorar las facultades visuales! El filósofo optó también por no fundar una familia y vivió hasta su muerte rodeado de amigos y discípulos, en cuartos alquilados en diversas ciudades holandesas. En una sola habitación, a veces en dos pequeñas, están sus libros, su escritorio, su taller de óptica y el único objeto al que tiene apego: la cama de baldaquino en la que fue concebido, en la que morirá y donde durmió toda su vida tras la muerte de sus padres. Esta cama constituyó sin duda un símbolo de continuidad en el seno de una existencia desgarrada, amenazada constantemente. Incluso publicados de modo anónimo, sus libros estaban prohibidos por la censura. Todo el mundo sabía, sin embargo, quién era el autor del famoso Tractatus theologico-politicus, que había efectuado una radical deconstrucción racionalista de la Biblia y preconizaba la edificación de un Estado laico que garantizase la libertad de expresión religiosa y política.
Frederic Lenoir
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