martes, 6 de abril de 2021

 


Cuando una persona deja de identificarse plenamente con su mente, con sus pensamientos, juicios, valoraciones y emociones, comprende que es algo más, mucho más que sus ideas y sus opiniones. Entonces empieza a comprender qué es lo que hay detrás de la expresión «yo soy».

    El budismo también tiene mucho que enseñarnos y hay un relato muy interesante de lo que le pasó al príncipe Gautama Siddhartha cuando penetró en esa nueva dimensión mientras meditaba junto a un árbol en el Nepal. Al parecer, después de despertar a esa nueva realidad, a esa nueva Tierra, se puso a caminar cuando se encontró con un hombre que iba andando en dirección opuesta. Algo debía de haber de extraordinario en el semblante y en la presencia de Siddhartha para que aquel caminante se parara y le preguntara:
    —¿Quién eres, un dios?
    Siddhartha le contestó:
    —Yo soy el Buda.
    La traducción de estas palabras no es otra que «yo soy el que está despierto».
    Para mí, nadie en la historia ha ejemplarizado de una manera tan sorprendente y hermosa lo que es tener una existencia humana y a la vez moverse en otro plano de la realidad como Jesús de Nazaret. Él nos recordaba continuamente que había otro reino, otro espacio en el que podíamos vivir. Fue duramente juzgado y castigado por las personas que vivían aferradas a sus egos y que eran, por consiguiente, incapaces de aceptar algo aunque sus ojos lo pudieran contemplar.
    De alguna manera, cuando nos movemos en un plano de la identidad, del ego, para poder entender algo que ocurre y que no somos capaces de comprender, hemos de encontrar una explicación que nos permita adaptar la magnitud del evento a nuestra estrecha mentalidad. Grandes barbaridades hemos hecho las personas en nuestro intento de adaptar la realidad a las medidas de nuestro recipiente mental.
    Cuando una persona empieza a penetrar en esa nueva dimensión, en la dimensión del Espíritu, todas las expresiones de esa persona, su presencia, su semblante, adquieren una cualidad diferente, y hasta lo más sencillo es transformado no sólo en lo que hace, sino sobre todo y fundamentalmente en cómo lo hace.
    Es difícil entender cómo hace dos mil años, unos sencillos pescadores dejaron sus barcas, sus redes, sus oficios y hasta sus familias para seguir a alguien que vestía con gran sencillez y a quien ni siquiera conocían. Es difícil entender cómo se puede seguir a alguien que te dice que te va a convertir en un «pescador de almas». Sin embargo, algo en los ojos de Jesús, en su presencia, en el tono de su voz, movió sus corazones, de tal manera que hicieron algo que no era ni lógico, ni sensato, ni razonable. Hoy muchas personas en el mundo somos cristianos gracias a aquellos discípulos que saltaron de lo razonable a lo posible. Hoy, gracias a aquellos seres humanos sin formación académica, sin estudios y sin erudición, muchas personas como yo, que hemos tenido la fortuna de acceder a ciertos estudios, nos hemos dado cuenta de que ningún estudio, ningún conocimiento intelectual puede llevarnos hasta lo que es una nueva dimensión de la realidad.
    Cuando la dimensión del Espíritu se hace realidad en nuestra consciencia, el mundo de lo no manifiesto, el mundo que no tiene forma, empieza a transformar nuestra personalidad. Todo esto tiene una enorme repercusión, no sólo en cómo funcionan nuestros procesos mentales, sino también en cómo ello repercute en nuestro cuerpo. Estoy convencido de que muchas curaciones no comprendidas por la ciencia médica tienen que ver con la intervención de esta nueva dimensión desde la que surgen nuevas posibilidades y se pueden crear nuevas realidades.

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