«Leeuwenhoek ha muerto. ¡Qué dolor! ¡Es una pérdida irreparable! ¿Quién va a continuar ahora el estudio de los animales microscópicos? Tal era la pregunta que se hacían en Inglaterra los doctos miembros de la Real Sociedad, y en París, Reamur y la brillante academia Francesa.
La contestación no se hizo esperar, pues apenas, puede decirse, había cerrado los ojos el tendero de Delft, en 1723, logrando el eterno descanso que tan merecido se tenía, cuando, a mil quinientos kilómetros, en Scandiano, pueblo del norte de Italia, nació en 1729 otro cazador de microbios. Este continuador de la obra de Leeuwenhoek, era Lazzaro Spallanzani, un niño extraño que, aún balbuciente, recitaba versos al mismo tiempo que hacía tortas de barro, que olvidó estos pasatiempos para realizar experimentos crueles e infantiles con escarabajos, sabandijas, moscas y gusanos, y que, en lugar de acosar a preguntas a sus padres, examinaba atentamente los seres vivos de la Naturaleza, les arrancaba patas y alas y trataba después de volverlas a colocar en su primitivo sitio. Quería saber cómo funcionaban las cosas, sin que le importase tanto como eran éstas en sí. El joven Spallanzani estaba tan decidido a arrancar sus secretos a la Naturaleza, como lo estuvo Leeuwenhoek, si bien eligió un camino totalmente diferente para llegar a ser hombre de ciencia. «Mi padre insiste en que estudie leyes, ¿no es eso?», reflexionó e hizo como que le interesaban los documentos legales, pero en los momentos que tenía libre se dedicó a estudiar matemáticas, griego, francés y lógica, y durante las vacaciones observaba las fuentes, el deslizarse de las piedras sobre el agua y soñaba con llegar a comprender algún día los fuegos artificiales de los volcanes. A hurtadillas, hizo una visita a Vallisnieri, el célebre hombre de ciencia, a quien dio cuenta de todos sus conocimientos. —Pero, chico, si tú has nacido para ser un científico —exclamó Vallisnieri—. Estás perdiendo el tiempo lastimosamente estudiando leyes. —Ah, maestro; pero es que mi padre se empeña. Vallisnieri, indignado, fue a ver al padre de Spallanzani, reconviniéndole por hacer caso omiso del talento natural de Lazzaro y obligarle a estudiar Derecho. —Su hijo —le dijo— será con el tiempo un investigador que honrará a Scandiano, se parece a Galileo. A consecuencia de esto el avispado Spallanzani fue enviado a la Universidad de Reggio para emprender la carrera de ciencias.
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