viernes, 30 de agosto de 2024


 

                                                           Yo nunca me río

de la muerte.

Simplemente

sucede que

no tengo

miedo

de

morir

entre

pájaros y arboles

Yo no me río de la muerte.

Pero a veces tengo sed

y pido un poco de vida,

a veces tengo sed y pregunto

diariamente, y como siempre

sucede que no hallo respuestas

sino una carcajada profunda

y negra. Ya lo dije, nunca

suelo reir de la muerte,

pero sí conozco su blanco

rostro, su tétrica vestimenta.


Yo no me río de la muerte.

Sin embargo, conozco su

blanca casa, conozco su

blanca vestimenta, conozco

su humedad y su silencio.


Claro está, la muerte no

me ha visitado todavía,

y Uds. preguntarán: ¿qué

conoces? No conozco nada.

Es cierto también eso.

Empero, sé que al llegar

ella yo estaré esperando,

yo estaré esperando de pie

o tal vez desayunando.

La miraré blandamente

(no se vaya a asustar)

y como jamás he reído

de su túnica, la acompañaré,

solitario y solitario.

Javier Heraud


 

 Una de las razones por las que los niños mantienen su capacidad de gozo se debe a que no dan nada por sentado. Para ellos, el mundo es maravillosamente nuevo y sorprendente. Y no solo eso: aún no están seguros de cómo funciona el mundo: quizá las cosas que tienen hoy se desvanecerán mañana, misteriosamente. Es difícil que den algo por sentado cuando ni siquiera pueden asegurar la continuidad de su existencia.

 Sin embargo, cuando crecen, caen en el hastío. Al llegar a la adolescencia, es probable que ya se hayan cansado de todo y de todos los que los rodean. Se quejan de la vida que tienen, de la casa en la que viven, de los padres y hermanos que les han tocado en suerte. Y en un aterrador número de casos, estos niños se convierten en adultos que no solo son incapaces de disfrutar del mundo que los rodea, sino que además parecen orgullosos de esta incapacidad. A la primera de cambio te ofrecerán una larga lista de aspectos sobre sí mismos y sobre su vida que no les gustan y que desearían cambiar, si fuera posible, incluyendo a su pareja, a sus hijos, su casa, su trabajo, su coche, su edad, su cuenta bancaria, su peso, el color de su pelo y la forma de su ombligo. Pregúntales qué es lo que aprecian en el mundo — pregúntales con qué están satisfechos, si es que existe algo — y después de pensarlo, y de mala gana, quizá nombrarán una cosa o dos.

 A veces una catástrofe saca a estas personas de su hastío. Supongamos, por ejemplo, que un tornado destruye su hogar. Estos acontecimientos son evidentemente trágicos, pero al mismo tiempo presentan un potencial aspecto positivo: quienes sobreviven a ellos empiezan a apreciar lo que aún poseen. En líneas generales, la guerra, la enfermedad y los desastres naturales son trágicos, en tanto nos arrebatan lo que más apreciamos, pero también tienen el poder de transformar a quienes los experimentan. Antes, estos individuos podían atravesar la vida como sonámbulos; ahora están gozosa y agradecidamente vivos, más vivos de lo que se han sentido en décadas. Antes quizá eran indiferentes al mundo que los rodeaba; ahora están atentos a su belleza.

 Sin embargo, las transformaciones personales inducidas por catástrofes tienen inconvenientes. El primero es que no podemos contar con que nos golpee una catástrofe. De hecho, mucha gente vive una vida libre de catástrofes y, como consecuencia, triste (irónicamente, tener una vida libre de desgracias es la desgracia de esta gente). Un segundo inconveniente es que las catástrofes que tienen el poder de transformar a alguien también pueden arrebatarle la vida. Consideremos, por ejemplo, al pasajero de un avión cuyos motores se han incendiado. Este giro de los acontecimientos sin duda provocará que el pasajero reevalúe su vida y, como resultado, adquiera el conocimiento de las cosas realmente valiosas y las que no lo son. Por desgracia, poco después de esta epifanía puede estar muerto.

 El tercer inconveniente de las transformaciones inducidas por la catástrofe es que los estados de alegría que producen tienden a desaparecer. Quienes han estado cerca de la muerte y sobreviven suelen recuperar el entusiasmo por la vida. Por ejemplo, sienten la motivación de contemplar las puestas de sol que antes ignoraban o mantener conversaciones íntimas con su cónyuge, a quien antes dejaban en un segundo plano. Actúan así por un tiempo, pero a continuación regresa la apatía: volverán a ignorar la maravillosa puesta de sol que destella en el horizonte para quejarse amargamente a su pareja de que no hay nada que merezca la pena ver en la televisión.

 La visualización negativa no tiene estos inconvenientes. No necesitamos comprometernos con ella tal como hemos de hacerlo al esperar que nos golpee una catástrofe. Una catástrofe puede matarnos; la visualización negativa, no. Y como podemos practicar reiteradamente la visualización, sus efectos beneficiosos, a diferencia de los de la catástrofe, pueden durar indefinidamente. La visualización negativa es, por lo tanto, una forma maravillosa de recuperar nuestro aprecio por la vida y nuestra capacidad de alegría.

  William B. Irvine


 

Si no lo sientes, no lo lograrás; si no brota de tu alma y no consigues estremecer los corazones de todos los oyentes con un placer fuerte y primario, limítate a sentarte. Reúne piezas, prepara un ragú con las sobras de otros y reaviva las miserables llamas de tu diminuto montón de cenizas. Agradando el paladar obtendrás la admiración de los niños y de los monos, pero no conseguirás conmover otros corazones si del corazón nada te sale.

Goethe

jueves, 29 de agosto de 2024


 

 “Cuando te arreglas el pelo

con la mano, distraída,

se me enreda por completo

lo que pienso de la vida.”

Fernando Pessoa

 


 Dicen que el tiempo hace madurar al hombre. Yo no lo creo. El tiempo hace al hombre más temeroso, y el miedo lo vuelve conciliador, y al ser conciliador se afana en aparecer ante los demás de forma que lo crean maduro. Y con el miedo viene la necesidad de afecto, de algo de calor humano con que protegerse del frío del universo. Cuando hablo de miedo, no me refiero sencillamente, ni en especial, al miedo personal: el miedo a la muerte, a la decrepitud, a la penuria o cualquier otra desgracia meramente mundana. Pienso en un miedo más metafísico, un miedo que penetra en el alma a través de la experiencia de los peores males a los que nos somete la vida: la traición de los amigos, la muerte de aquellos a quienes amamos, el descubrimiento de la crueldad que se agazapa en el común de las gentes.


Autobiografía,
Bertrand Russell

miércoles, 28 de agosto de 2024

 


 Supongamos que, a pesar de nuestros intentos de desviar la ira, el comportamiento de otras personas nos enfada. Séneca afirma que recordar que nuestra conducta también irrita a otros nos ayudará a superar nuestra ira: «Somos malas personas entre malas personas, y solo una cosa puede calmarnos: tratarnos bien». También ofrece un consejo para la gestión de la ira que tiene un paralelismo en el budismo. Cuando nos enfadamos, dice Séneca, hemos de esforzarnos por «transformar todos los indicadores [de la ira] en sus opuestos». Hemos de obligarnos a relajar nuestro rostro, suavizar el tono de voz y caminar más despacio. Si lo hacemos, nuestro estado interior pronto se asemejará al exterior, y nuestra ira, según Séneca, se disipará. [10] Los budistas practican una técnica similar para sustituir los pensamientos . Cuando experimentan un pensamiento malsano, los budistas se esfuerzan en pensar en lo contrario: un pensamiento saludable. Si sienten ira , por ejemplo, se obligan a pensar en el amor. La idea es que como dos pensamientos opuestos no pueden coexistir en la mente, el pensamiento saludable desplazará al malsano. [11]

William Irvine


 

 «Por tanto, recorre este pequeñísimo lapso de tiempo obediente a la naturaleza y acaba tu vida alegremente, como la aceituna que, cuando está madura, cae bendiciendo a la tierra que la llevó a la vida y dando gracias al árbol que la produjo.»

martes, 27 de agosto de 2024

 





Presiento la rosa en el tallo dormido,
presagio la caricia y presiento la pena.
Y el beso que han de darme,
y el llanto no nacido
humedece mis dedos
y entristece mis venas.
Presiento que me quiere
quien no puede quererme.
Presiento mis insomnios
y el llorar de una estrella.
Yo presiento su risa
-y en mis versos su huella-.
Y la risa que pasa,
y la duda que seca.
Todo presiento, todo,
lo que pasa en la tierra:
la caricia y el llanto,
el beso y el poema.
Que aunque puedo ser madre,
yo soy como un poeta.

 Gloria Fuertes


 

 A demás de valorar la fama, la gente suele apreciar la riqueza. Ambos valores pueden parecer independientes, pero es posible que la razón principal por la que buscamos riqueza es que buscamos fama. [1] Más exactamente, buscamos la riqueza porque advertimos que los bienes materiales que nuestra riqueza puede comprar nos granjearán la admiración de otras personas y por lo tanto nos atribuirán un cierto grado de fama. Pero si no merece la pena perseguir la fama, y si nuestra principal razón para buscar la riqueza es conquistar la celebridad, entonces tampoco merece la pena perseguir la riqueza. Y según los estoicos, no la merece.

 En su Consolación a Helvia , por ejemplo, Séneca recuerda la fragilidad de nuestro cuerpo y plantea esta pregunta: «¿No es acaso locura y la demencia más salvaje desear tanto cuando podemos sostener tan poco?». Por otra parte, afirma, es ridículo «pensar que la cantidad de dinero y no el estado de la mente es lo que importa». [2] Musonio está de acuerdo con estas palabras. La posesión de la riqueza, observa, no nos permitirá vivir sin aflicciones ni nos consolará en la vejez. Y aunque la riqueza puede aportarnos lujos físicos y diversos placeres de los sentidos, no nos aportará satisfacción ni alejará nuestra tristeza. En apoyo a esta afirmación, Musonio alude a todos los ricos que se sienten tristes y miserables pese a su riqueza. [3] En el mismo sentido, Epicteto afirma que «es mejor morir de hambre y sin miedo ni angustia que vivir irritado en medio de la opulencia». [4] En líneas generales, afirma que no necesitar riqueza es más valioso que la riqueza misma. [5]

 Ya sería bastante malo que la adquisición de riqueza no hiciera feliz a la gente, pero Musonio cree que la situación es aún peor: la riqueza tiene el poder de hacer infelices a las personas. De hecho, si quieres que alguien sea realmente miserable, cúbrelo de riquezas. Una vez, Musonio entregó una suma de dinero a un hombre que se postulaba como filósofo. Cuando le dijeron que aquel hombre era un impostor, que en realidad era un ser vicioso y nocivo, en lugar de quitarle el dinero, Musonio dejó que se lo quedara. Con una sonrisa dijo que si de veras era una mala persona, merecía el dinero. [6]

William Irvine

lunes, 26 de agosto de 2024


 

 Todo me cansa, hasta lo que no me cansa. Mi alegría es tan dolorosa como mi dolor.


Ojalá fuese un niño que echa barcos de papel en el estanque de una quinta con un dosel rústico de redes de parral poniendo ajedreces de luz y sombra verde en los reflejos sombríos de la poca agua.

Entre mí y la vida hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y comprenda la vida, no puedo tocarla.

¿Raciocinar mi tristeza? ¿Para qué, si el raciocinio es un esfuerzo? Y quien es triste no puede esforzarse.

Ni siquiera abdico de esos gestos triviales de la vida de los que tanto querría abdicar. Abdicar es un esfuerzo, y yo no poseo el alma con que esforzarme.

¡Cuántas veces me aflige el no ser el accionador de aquel coche, el conductor de aquel tren! ¡Cualquier trivial otro supuesto, cuya vida, por no ser mía, deliciosamente se me penetra de yo quererla y se me empostiza ajena!

Yo no tendría el horror a la vida como a una Cosa. La noción de la vida como un Todo no me agobiaría los hombros del pensamiento.

Mis sueños son un refugio estúpido, como un paraguas contra un rayo.

Soy tan inerte, tan pobrecillo, tan falto de gestos y de actos.

Por más que por mí me embreñe, todos los atajos de mi sueño van a dar en los claros de la angustia.

Incluso yo, el que sueña tanto, tengo intervalos en que el sueño huye de mí. Entonces, las cosas se me aparecen claras. Se desvanece la neblina en la que me cerco. Y todas las aristas visibles hieren la carne de mi alma. Todas las durezas miradas me lastiman lo que en mí las sabe durezas. Todos los pesos visibles de objetos me pesan por dentro del alma.

Mi vida es como si me golpeasen con ella.

Fernando Pessoa


 “El camino está siempre marcado, pero no en un sentido fatalista. Cada instante, con la respiración, con la mirada, y con los días que se repiten, uno tras otro, se va decidiendo espontáneamente".

Banana Yoshimoto


 

domingo, 25 de agosto de 2024

 Newton no fue el primer hombre de la Edad de la Razón, fue el último de los magos, el último de los babilonios y de los sumerios, la última gran mente que contempló el mundo visible e intelectual con los mismos ojos que lo hicieron quienes empezaron a construir nuestra herencia cultural hace casi diez mil años».


 

sábado, 24 de agosto de 2024


 Bertrand Russell

 Eres bella

tu aura

Lo es más

Tu rostro se impregna 

En la retina 

Del que no te verá

 nunca más

Dulce consuelo

Una postal para el alma


 


 


— Me llamo Jean Valjean. Soy presidiario. He pasado diecinueve años en la cárcel. Estoy libre desde hace cuatro días y me dirijo a Pontarlier, que es mi destino. Hace cuatro días que estoy en marcha desde Tolón. Hoy he hecho doce leguas a pie. Esta noche, al llegar a esta ciudad, he entrado en una posada y me han despedido a causa de mi pasaporte amarillo, que había presentado en la alcaldía. Era preciso que así lo hiciese. He estado en otra posada, y me han dicho ¡vete! Lo mismo en la una que en la otra. Nadie quiere saber nada de mí. He estado en la prisión y el carcelero no me ha abierto. He estado en la guarida de un perro, que me ha mordido y me ha arrojado de allí, como si fuera un hombre. Hubiérase dicho que sabía quién era yo. Me he ido al campo, para dormir al raso; pero ni aun esto me ha sido posible. He creído que iba a llover y que no habría un buen Dios que impidiera la lluvia, y he vuelto a la ciudad, para buscar en ella el quicio de una puerta. 

Victor Hugo

viernes, 23 de agosto de 2024



 

 COMO OBSERVADOR IMPLACABLE de la naturaleza humana, del móvil profundo que incita al hombre a plegarse a su naturaleza, Gustave Flaubert describe el núcleo de egoísmo que subyace en la búsqueda de nuestras aspiraciones y en su realización: «Desde el necio que no daría ni un céntimo para rescatar al género humano hasta quien se lanza bajo el hielo para salvar a un desconocido, ¿acaso alguno de nosotros, entre todos los que somos, no busca satisfacer, según sus instintos, la propia naturaleza? San Vicente de Paúl obedecía a un apetito de caridad, del mismo modo que Calígula a un apetito de crueldad. Cada cual goza a su modo y para sí; unos reflejan la acción sobre ellos mismos, convirtiéndose en la causa, el centro y el objetivo, y otros invitan al mundo entero al festín de sus almas. Esa es la diferencia entre pródigos y avaros. Aquellos disfrutan regalando y estos, almacenando».2 Ser feliz es ante todo satisfacer las necesidades o los anhelos de nuestro ser: alguien silencioso buscará la soledad, otro más charlatán, la compañía. Al igual que los pájaros viven en el aire y los peces en el agua, cada cual debe evolucionar en el ambiente que le es más adecuado. Algunas personas están hechas para vivir en medio del ruido de la ciudad, otras, en la calma del campo, y hay quien necesita las dos cosas. Unos están hechos para las actividades manuales; otros, para las intelectuales, las sociales o las artísticas. Hay quienes necesitan fundar una familia y aspiran a una vida con una pareja estable; otros, a relaciones varias a lo largo de su existencia. Nadie será feliz si quiere ir a contracorriente de su naturaleza profunda. La educación y la cultura son valiosas porque nos inculcan la necesidad del límite, de la ley, del respeto al prójimo. Es esencial no sólo aprender a conocernos sino también a poner a prueba nuestras fuerzas y nuestras flaquezas, a corregir y mejorar en nosotros lo mejorable, pero sin distorsionar u oponernos a lo que profundamente somos. Ahora bien, la educación y la cultura a veces nos impiden manifestar nuestra sensibilidad, nos desvían de nuestra vocación o de nuestras legítimas aspiraciones. Por ello, debemos aprender a ser nosotros mismos más allá de los esquemas culturales y educativos que pudieran alejarnos de lo que somos. Es lo que el psicólogo suizo Carl Gustav Jung denomina el «proceso de individuación», que tiene lugar a menudo en torno a la edad de los cuarenta años, cuando establecemos el primer balance de nuestra existencia. Descubrimos entonces que no somos lo bastante fieles a nosotros mismos, que intentamos complacer a unos y otros sin respetarnos, ofreciendo una imagen ideal o falsa para 37 que nos quieran y nos reconozcan, que hemos llevado una vida afectiva o profesional que no se corresponde con lo que somos. Intentaremos entonces conocer mejor nuestra individualidad y tener más en cuenta nuestra sensibilidad. «La mayor felicidad es la personalidad», escribe Goethe.3 Pues en realidad los hechos cuentan menos que el modo en que cada cual los siente. Desarrollar nuestra sensibilidad, fortalecer nuestro carácter, afinar nuestros dones y gustos cuentan más que los objetos exteriores que procuran placer. Podemos probar el mejor de los vinos del mundo y no extraer de ello ningún placer si nuestra naturaleza es alérgica al vino o si no hemos educado suficientemente nuestras facultades gustativas y olfativas. La felicidad consiste en vivir según nuestra naturaleza profunda, en desarrollar nuestra personalidad para disfrutar de la vida y del mundo con la sensibilidad más rica posible. Un niño puede ser extraordinariamente feliz con un solo juguete rudimentario si ha sabido agudizar su imaginación y su creatividad, mientras que otro se aburrirá con cien juguetes sofisticados si no sabe obtener placer más que de la posesión de objetos nuevos.

Frederic Lenoir




Jamás palabras, abrazos, me dirán que tú existías, que me quisiste: Jamás. Me lo dicen hojas blancas, mapas, augurios, teléfonos; tú, no. Y estoy abrazado a ti sin preguntarte, de miedo a que no sea verdad que tú vives y me quieres. Y estoy abrazado a ti sin mirar y sin tocarte. No vaya a ser que descubra con preguntas, con caricias, esa soledad inmensa de quererte sólo yo.




 

 El paraíso no existe, pero debemos esforzarnos por ser dignos de él.

 JULES RENARD



 

jueves, 22 de agosto de 2024


 Hegel

Albert Ellis
 

 Hemos de sembrar firmemente en nuestra mente que todo lo que valoramos y las personas a las que amamos algún día desaparecerán . Si no pasa nada más, nuestra propia muerte nos privará de ellas. En líneas generales, hemos de recordar que toda actividad humana que no pueda desarrollarse indefinidamente tendrá un punto final. En tu vida habrá una última vez — ¡o la ha habido ya! — en la que te laves los dientes , te cortes el pelo, conduzcas un coche, cortes el césped o juegues a la rayuela. Habrá una última vez en la que oigas caer la nieve, veas salir la luna , huelas a palomitas, percibas el calor de un niño al dormirse en tus brazos o hagas el amor. Algún día tomarás tu última comida, y poco después darás tu último aliento.

 A veces, el mundo nos anuncia que estamos a punto de hacer algo por última vez. Por ejemplo, podemos cenar en un restaurante la noche antes de su cierre previsto, o besar a un amante cuyas circunstancias le obligan a mudarse a otra parte del mundo, quizá para siempre . Previamente, cuando pensábamos que podríamos repetirlos a voluntad, una comida en ese restaurante o un beso compartido con nuestro amante quizá nos pasaron inadvertidos. Pero ahora que sabemos que no podremos repetirlos, se convierten en acontecimientos extraordinarios: será la mejor comida en ese restaurante, y el beso de despedida será una de las experiencias más intensamente agridulces que la vida puede ofrecer.

 Al considerar la impermanencia de todo lo que existe en este mundo, estamos obligados a reconocer que cada vez que hacemos algo podría ser la última, y este reconocimiento puede investir a nuestros actos de un significado y de una intensidad que de otra forma estarían ausentes. Dejaremos de ser sonámbulos en nuestra vida. Soy consciente de que a algunas personas tener en cuenta la impermanencia les parecerá deprimente o incluso morboso. Sin embargo, estoy convencido de que la única forma de estar realmente vivos es cultivando estos pensamientos cada cierto tiempo.

William B. Irvine

martes, 20 de agosto de 2024

 1. No estoy obligado a ser sociable, cuidar de los demás y ayudarlos, pero es muy posible que disfrute mucho haciéndolo y que la vida me resulte todavía más gratificante. Llevarme bien con los demás también me ayudará a prevenir algunas adversidades que podrían provocarme ansiedad. 

2. No tengo capacidad para cambiar radicalmente a los demás, pero sí la tengo, si la empleo bien, para aceptar a la gente como es y amarla, y disfrutar con ella, en lugar de con sus defectos. 

3. Depender de mí mismo y no necesitar la aprobación de los demás para «demostrar» mi valía como persona me ayudará a disminuir mucho la ansiedad —la dependencia absoluta es una de las fuentes de ansiedad más importantes, ya que uno nunca puede tener la garantía de que los demás le darán apoyo y responderán a su dependencia—. Liberarme de la necesidad me permite entender el punto de vista de los demás, tener en cuenta sus objetivos y propósitos, y quererlos mucho más puesto que dejo de estar obsesionado con que cuiden de mí, mí, mí. La falta de necesidad de dependencia me permite estar mucho más en sintonía con la sociedad. Puedo querer a las demás personas por sí mismas y no en función de lo mucho que me valoren a mí. 

4. Si pienso que ganar sólo es ganar y no significa ser mejor que los demás, no sentiré que tengo que ganar. Puedo disfrutar del éxito de los otros en lugar de morirme de envidia pensando que ellos son «mejores» que yo. No estoy participando en ninguna competi ción frenética con ellos. Si acabo perdiendo, no me lo tomaré demasiado en serio.

Albert Ellis


 


Qué cielo cruzas sin extrañarme nube perdida
Por qué no vienes a iluminarme luz de mi vida
Regresa pronto que yo no vivo si no es por ti
¿Dónde estás?
Detén tu vuelo y vuelve a casa nube viajera
Por una sola de tus caricias
Todo lo diera
Aunque volvieras de nuevo a irte
Lejos de mí
¿Dónde estás?

  Jorge Massías


 

lunes, 19 de agosto de 2024

 Albert Camus nació el 7 de noviembre de 1913 en el seno de una familia humilde. Apenas conoció a su padre, fallecido durante la Primera Guerra Mundial. Su madre, Catherine Sintes, era sorda y analfabeta. Se había criado en la Argelia colonial y se dedicaba a limpiar. Hija de una menorquina, nunca puedo leerle cuentos en su infancia. Cuando el joven Albert regresaba de clase, ella acariciaba sus libros con admiración, intuyendo que el futuro de su hijo estaba en su interior.

 Pues la luna, al brillar, me invita a soñar

en la hermosa Annabel Lee;
y al salir los luceros veo los ojos certeros
de la hermosa Annabel Lee;
y así paso, tendido a su lado, las noches,
velando a mi amada, mi amor, mi consorte,
en su sepulcro junto al mar turquí,
el mar que ruge por ella y por mí.

Poe


 

domingo, 18 de agosto de 2024

 Un rostro con los ojos rotos vigila las tinieblas / Con una espada llena de esperanzas terrestres.

 [Pablo Neruda]




 


 

 Epicteto lleva el consejo de Séneca de la meditación al acostarse un paso más allá: sugiere que mientras realizamos nuestras tareas cotidianas, hemos de desempeñar simultáneamente los papeles de participante y espectador.  En otras palabras, deberíamos crear en nuestro interior un observador estoico que contempla y comenta nuestros intentos de practicar el estoicismo. En un tono similar, Marco Aurelio recomienda examinar todos nuestros actos, determinar los motivos que nos impulsan a realizarlos y considerar el valor de lo que nos esforzamos en llevar a término. Deberíamos preguntarnos constantemente si nos gobierna la razón u otra cosa. Y cuando determinamos que no estamos gobernados por la razón, deberíamos preguntarnos qué nos gobierna. ¿Un espíritu infantil? ¿Un tirano? ¿Un buey terco? ¿Una bestia salvaje? También deberíamos ser atentos observadores de los actos de otras personas. 

William Irvine

 Estamos condenados a comunicarnos, generalmente a través de las palabras. Pero nadie podrá transmitir exactamente lo que quiera porque siempre habrá algo del sentido que escape a la significación. Lo sabemos.

Conocemos el malentendido, el «no es lo que quise decir», la impotencia que genera percibir que alguien ha tomado nuestros dichos de manera equivocada.
La teoría de la comunicación sostiene una utopía: la posibilidad de comunicar con exactitud. Según ella, existe un emisor, un receptor y un mensaje. De modo tal que el emisor genera el mensaje que el otro recibe.
Siempre y cuando ambos compartan el mismo código, una lengua en común por ejemplo, se supone que se establece la comunicación correcta de lo que quiso decirse.
Esto no es más que una ilusión. Por más amplio que parezca, el lenguaje no alcanza para transmitir lo que queremos. Siempre nos falta al menos una palabra para comunicar nuestras emociones o pensamientos.
De todos modos lo intentamos, en vano, y eso que se pierde al hablar, eso que no puede articularse en las palabras genera una inquietud que nos mantiene en permanente movimiento. Ese resto incomunicable, esa falta, nos hace ser quienes somos. Allí nace el deseo, en la diferencia que hay entre lo que queremos decir y lo que decimos, entre aquello que buscamos y lo que en realidad encontramos. Que siempre será otra cosa.
Si fuéramos seres de la necesidad no tendríamos este maravilloso problema, pero no lo somos. Aunque como organismos biológicos tengamos algunas necesidades, nos define la condición de sujetos deseantes.
La distinción entre necesidad y deseo es fundamental.
La necesidad tiene algo que la satisface y supone una relación directa entre el organismo y el objeto, es decir que existe ese objeto que se adecua a esa necesidad. El aire, por ejemplo, satisface la necesidad de respirar. No ocurre lo mismo con el deseo. Todos sabemos lo difícil que es saber qué desea alguien.
La necesidad es directa y toma lo que requiere sin ningún tipo de rodeos. El deseo en cambio nos obliga a pedir lo que queremos, a poner en palabras lo que deseamos, a generar una demanda. Una demanda dirigida a un otro que deberá decodificarla, darle un sentido y responder a ella como pueda, aunque nunca con aquello que se le pidió. Porque, más allá de las apariencias, la demanda intenta obtener algo que calme la falta, que mitigue ese vacío que nos habita por ser seres hablantes y conscientes de la finitud.
Y nadie, por mucho amor que nos tenga, podrá satisfacer ese grito desesperado.
Este es el primer duelo al que debemos enfrentarnos: somos seres incompletos que corren detrás de un objeto que, como dijimos, está perdido para siempre.

Rolón

sábado, 17 de agosto de 2024

Nunca más el viento
te acariciará de nuevo,
nunca más volverá a llover.

Nunca más te encontraremos
brillar en la nieve
y el viento.

La nieve se derrite,
la nieve se ha ido,
y estás volando:

como un pájaro fuera de nuestra mano,
como una luz de nuestro corazón,
te has ido.


 David Hume

 Voy a comenzar por los dos libros que salvaría si tuviera que salvar. Uno es El hombre en busca de sentido, del doctor Viktor Frankl, una obra extraordinaria de este psicólogo, neurólogo, psiquiatra, psicoanalista vienés que sobrevivió al campo de exterminio de Auschwitz y otros campos. Es un libro que hay que leer. Y otra que tiene un título similar que la escribió un autor francés que se llama Jean Giono es una obra breve, una novela breve maravillosa, deliciosa que se titula El hombre que plantaba árboles, que es la historia de un pastor que se dedica a plantar árboles en la Provenza sin que nadie lo sepa, y las autoridades acaban llamando a eso «el bosque milagroso», sin saber que había sido un hombre que cada día plantaba cientos de semillas de árboles. Está basada en una historia real, la historia de Johnny Appleseed, que plantó miles de manzanos y de árboles en Estados Unidos para que las personas que avanzaban colonizando tuvieran algo que comer. El primero, por un ejercicio, El hombre en busca de sentido, un ejercicio de consciencia extraordinario y de amor; y el segundo por el ejercicio de generosidad que supone sembrar, legar y retirarse en discreción. Yo creo que no somos conscientes de la enorme riqueza que nos aportan los libros.

Alex Rovira


 

Have you ever been in love? Horrible isn't it?

It makes you so vulnerable. It opens your chest

and it opens up your heart and it means that

someone can get inside you and mess you up.

You build up all these defenses,

you build up a whole suit of armor, so that nothing can

hurt you, then one stupid person, no different from any

other stupid person, wanders into your stupid life...

You give them a piece of you. They didn't ask for it.

They did something dumb one day, like kiss you or

smile at you, and then your life isn't your own anymore.

Love takes hostages. It gets inside you. It eats you out and

leaves you crying in the darkness, so simple a phrase like

'maybe we should be just friends' turns into a

glass splinter working its way into your heart. It hurts.

Not just in the imagination.

Not just in the mind.

It's a soul-hurt,

a real gets-inside-you-and

-rips-you-apart pain.

I hate love.

- Neil Gaiman


viernes, 16 de agosto de 2024





 "Pero qué es la felicidad salvo la simple armonía entre una persona y la vida que lleva".

Albert Camus



Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada .

Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua:

Habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.

 Alfonsina Storni

Albert Ellis

 


 Carlos Fuentes

jueves, 15 de agosto de 2024

 





 


 

 Los hombres encuentran en las mismas crisis la fuerza para su superación. El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer. En esta tarea lo primordial es negarse a asfixiar cuanto de vida podamos alumbrar. No permitir que se nos desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una mesa compartida con gente que queremos, unas criaturas a las que demos amparo, una caminata entre los árboles, la gratitud de un abrazo. Un acto de arrojo como saltar de una casa en llamas. Éstos no son hechos racionales, pero no es importante que lo sean, nos salvaremos por los afectos. El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria.


𝙀𝙧𝙣𝙚𝙨𝙩𝙤 𝙎𝙖́𝙗𝙖𝙩𝙤

 ¿NECESITAMOS SER SABIOS Y LÚCIDOS para ser felices? ¿O, por el contrario, el conocimiento y la lucidez son un obstáculo a la felicidad, puesto que cuantos más conocimientos y aspiraciones tengamos, más exigentes seremos, y más conscientes de nuestras imperfecciones, que alguien con unas aspiraciones limitadas? Voltaire planteó esas preguntas partiendo de un breve cuento.2 Es la historia de un anciano indio, muy lúcido y sabio, que se siente infeliz por no hallar respuestas satisfactorias a las preguntas metafísicas que no cesa de plantearse. Cerca de su casa vive una mujer beata e ignorante que «jamás había pensado ni un solo momento de su vida en alguno de los puntos que atormentaban al brahmín», y parecía ser la más dichosa de las mujeres. A la pregunta «¿No le avergüenza ser desgraciado cuando a su puerta hay una vieja autómata que no piensa en nada y vive feliz?» responde el sabio: «Tiene usted razón, me tengo dicho cien veces que sería feliz si fuese tan tonto como mi vecina, y, sin embargo, no querría semejante felicidad». El problema del «imbécil feliz» reside, en efecto, en que estará inmerso en la dicha mientras siga siendo ignorante o la vida no lo abrume. Pero, en cuanto reflexionamos lo más mínimo en la vida o esta ya no responde a nuestras aspiraciones y necesidades inmediatas, perdemos esa felicidad, basada únicamente en las sensaciones y en la falta de distancia reflexiva. Además, negar el pensamiento, el conocimiento, la reflexión, es desterrar una parte esencial de nuestra humanidad. Ya no nos satisface, en cuanto tenemos conciencia de ello, una felicidad basada en el error, la ilusión o la falta total de lucidez. André ComteSponville afirma, con razón, que «la sabiduría indica una dirección: la de la máxima felicidad con la máxima lucidez». Y, a continuación, nos recuerda que, aunque la felicidad es la finalidad de la filosofía, no es su norma.3 La norma de la filosofía es la verdad. Y, pese a que anhele la felicidad, quien se sirve de la razón preferirá siempre una idea verdadera, aunque lo haga infeliz, a una idea falsa que le sea agradable. «Valoramos la felicidad, pero apreciamos aún más la razón», concluye también Voltaire en su cuento

Frederic Lenoir

miércoles, 14 de agosto de 2024


 

 En un pequeño poblado había dos hermanas, dos niñas que vivían con su padre. Eran vivaces, alegres y dicharacheras. Siempre estaban riendo e inventando nuevos juegos. Uno de sus pasatiempos favoritos era hacerles preguntas difíciles a los mayores para ponerlos en aprietos. El padre estaba preocupado, porque las preguntas se hacían cada vez más complicadas y lo ponían en situaciones incómodas frente a los vecinos y parientes. No sabía ya cómo contenerlas. Se acordó entonces de un monje que vivía en el bosque, en las afueras del pueblo. Se alojaba en una pequeña cabaña y la gente iba a menudo a consultarlo, pues tenía fama de sabio. El hombre fue con las niñas a visitarlo. Y mientras las niñas jugaban entre los árboles, el padre le explicó al monje cuál era la situación. Mientras tanto en el bosque, las niñas, muertas de risa, se decían: «Tenemos que hacerle una pregunta muy difícil a este viejo. Una que no pueda responder». En eso estaban cuando de pronto una bella mariposa azul se posó en una rama cercana. Una de las hermanitas la atrapó entre sus manos. —Ya tengo la pregunta —dijo alegremente—. No podrá responderla nunca. Le preguntaremos si esta mariposa está viva o muerta. Si dice que está viva, la apretaré entre mis manos y si dice que está muerta las abriré y la dejaré volar. Entre risas y cuchicheos fueron a encontrarse con el monje. —Maestro, aquí entre mis manos tengo una mariposa. ¿Podrías decirnos si está viva o muerta? El monje respondió: —Está en tus manos, depende de ti. Esta vida aquí ahora está en tus manos y depende de ti.


 

 Según Séneca, Epicuro, un rival filosófico de los estoicos, también practicaba la pobreza. [2] Sin embargo, su objetivo al hacerlo parece distinto al de Séneca. Mientras Séneca quería apreciar lo que tenía, Epicuro pretendía examinar lo que creía que necesitaba a fin de determinar de qué podía prescindir. Se dio cuenta de que en muchos casos trabajamos duro para conseguir algo porque estamos convencidos de que seremos infelices sin ello. El problema es que podemos vivir perfectamente bien sin algunas de estas cosas, pero no sabremos cuáles son si no intentamos vivir sin ellas .

 Musonio lleva esta técnica un paso más allá: cree que además de vivir como si esas desgracias hubieran sucedido, a veces debemos provocarlas . En concreto, de vez en cuando hemos de obligarnos a experimentar una incomodidad que podríamos evitar con facilidad. Podemos hacerlo vistiendo ropa ligera o caminando descalzos cuando hace frío. O pasar hambre y sed, aunque la comida y la bebida estén a nuestro alcance, y dormir en un lecho duro a pesar de disponer de uno mullido . [3]

 Muchos lectores modernos llegarán a la conclusión de que el estoicismo implica cierto grado de masoquismo. Sin embargo, deberían ser conscientes de que los estoicos no se flagelan. De hecho, las incomodidades a las que se someten son menores. Además, no se las infligen para castigarse a sí mismos; lo hacen para reforzar el placer de vivir. Y, por último, es erróneo decir que los estoicos se infligen a sí mismos estas incomodidades. Esto crea la imagen de alguien en conflicto consigo mismo, alguien que se obliga a hacer algo que no quiere hacer. Sin embargo, los estoicos aceptaban cierto grado de incomodidad en su vida. Lo que los estoicos defienden se define más apropiadamente como un programa de incomodidad voluntaria y no como un programa de incomodidad autoinfligida.

 Incluso esta aclaración de la actitud de los estoicos hacia la incomodidad dejará perplejos a muchos lectores modernos: «¿Por qué deberíamos aceptar ni siquiera la menor de las incomodidades cuando es posible disfrutar de una comodidad perfecta?», se preguntarán. En respuesta a esta pregunta, Musonio señala tres beneficios derivados de los actos de incomodidad voluntaria.

 Para empezar, al realizar actos de incomodidad voluntaria — por ejemplo, pasando frío y hambre cuando podríamos estar calentitos y bien alimentados — , nos endurecemos contra las desgracias que puedan acontecernos en el futuro. Si solo conocemos la comodidad, la experiencia del dolor y las molestias que algún día padeceremos nos traumatizarán. En otras palabras, la incomodidad voluntaria puede entenderse como una especie de vacuna: si ahora nos exponemos a una pequeña cantidad de virus debilitado, crearemos una inmunidad que nos protegerá de una enfermedad incapacitante en el futuro. De forma alternativa, la incomodidad voluntaria se puede concebir como una prima de seguros que, si se paga, nos permitirá recibir beneficios: si más tarde somos víctimas de una desgracia, la incomodidad que experimentamos será sustancialmente menor de lo que sería de otro modo.

 Un segundo beneficio de los actos de incomodidad voluntaria no tiene lugar en el futuro, sino inmediatamente. Una persona que experimenta periódicamente incomodidades menores confiará en soportar grandes incomodidades, por lo que la perspectiva de padecerlas en el futuro no constituirá una fuente de ansiedad para él. Al experimentar incomodidades menores se entrena, según Musonio, en ser valiente. [4] Por el contrario, la persona ajena a la incomodidad, quien nunca ha padecido hambre o frío, puede temer la posibilidad de sufrirlos algún día. Aunque ahora vive con una comodidad física, probablemente experimentará un malestar mental; es decir, una ansiedad respecto a lo que el futuro le depara.

 Un tercer beneficio de asumir actos de incomodidad voluntaria es que nos ayuda a apreciar lo que ya tenemos. En particular, al provocarnos situaciones de incomodidad deliberadamente, apreciaremos mejor nuestras comodidades. Evidentemente, es bueno estar en una habitación cálida cuando fuera hace frío y arrecia la tormenta, pero para disfrutar realmente del calor y de la sensación de cobijo, debemos ir fuera un rato y luego regresar. De un modo análogo, podemos (como observaba Diógenes) mejorar en gran medida nuestro aprecio de cualquier comida esperando a estar hambrientos antes de tomarla y mejorar nuestro aprecio.

William B. Irvine

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