viernes, 20 de noviembre de 2020

Epicteto

 


A partir de ahora debes ejercitarte en decirle a cualquier cosa desagradable: «Eres sólo una apariencia y en modo alguno lo que aparentas ser». Entonces considera concienzudamente el asunto en cuestión de acuerdo con los principios que acabamos de mencionar. En primer lugar, ¿atañe esta apariencia a las cosas que están bajo mi control o a las que no? Si atañe a cualquier cosa que esté fuera de tu control, aprende a no preocuparte por ella. El deseo reclama ser satisfecho Nuestros deseos y aversiones son soberanos veleidosos que reclaman satisfacción. El deseo nos ordena correr y coger lo que queremos. La aversión insiste en que evitemos las cosas que nos repelen. Es bastante común que nos decepcionemos cuando no conseguimos lo que queremos y que nos aflijamos cuando logramos lo que no queremos. En cambio, si evitas sólo las cosas indeseables que son contrarias a tu bienestar natural y que están bajo tu control, nunca te verás envuelto en algo que no quieras realmente. No obstante, si tratas de evitar fatalidades como la enfermedad, la muerte o el infortunio, sobre los cuales no tienes un control real, sufriréis tú y quienes te rodean. El deseo y la aversión, aunque poderosos, no son más que hábitos. Y podemos ejercitarnos en tener mejores hábitos. Restringe el hábito de verte rechazado por todas esas cosas que escapan a tu control y céntrate, en cambio, en las cosas nocivas que sí puedes combatir. Haz todo lo que esté en tu mano para refrenar el deseo. Pues si deseas algo que escapa a tu control, seguramente acabarás decepcionado; mientras, estarás descuidando las cosas que están bajo tu control y que son merecedoras de deseo. Por supuesto, hay ocasiones en las que por razones prácticas debemos ir tras unas cosas y regir otras, pero debemos hacerlo con elegancia, discernimiento y flexibilidad.

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