A lo largo de mi vida he hablado en público
un considerable número de veces; al principio, el público me
aterrorizaba y el nerviosismo me hacía hablar muy mal; me
daba tanto miedo pasar por ello que siempre deseaba rom-
perme una pierna antes de tener que pronunciar el discurso, y
cuando terminaba estaba agotado por la tensión nerviosa. Po-
co a poco, fui aprendiendo a sentir que no importaba si ha-
blaba bien o mal; en cualquiera de los dos casos, el universo
seguiría prácticamente igual. Descubrí que cuanto menos me
preocupara de si hablaba bien o mal, menos mal hablaba, y
poco a poco la tensión nerviosa disminuyó hasta casi desapa-
recer. Gran parte de la fatiga nerviosa se puede combatir de
este modo. Lo que hacemos no es tan importante como ten-
demos a suponer; nuestros éxitos y fracasos, a fin de cuentas,
no importan gran cosa. Se puede sobrevivir incluso a las
grandes penas; las aflicciones que parecía que iban a poner
fin a la felicidad para toda la vida se desvanecen con el paso
del tiempo hasta que resulta casi imposible recordar lo inten-
sas que eran. Pero por encima de estas consideraciones ego-
céntricas está el hecho de que el ego de una persona es una
parte insignificante del mundo. El hombre capaz de centrar
sus pensamientos y esperanzas en algo que le trascienda pue-
de encontrar cierta paz en los problemas normales de la vida,
algo que le resulta imposible al egoísta puro.
Se ha estudiado demasiado poco lo que podríamos llamar
higiene de los nervios. Es cierto que la psicología industrial
ha realizado complicadas investigaciones sobre la fatiga, y se
ha demostrado mediante concienzudas estadísticas que si uno
sigue haciendo una cosa durante un tiempo suficientemente
largo, acaba bastante cansado; un resultado que podría haber-
se adivinado sin tanto despliegue de ciencia. Los estudios
psicológicos de la fatiga se ocupan principalmente de la fatiga
muscular, aunque también se han hecho algunos estudios so-
bre la fatiga en los niños en edad escolar. Sin embargo, nin-
guno de estos estudios aborda el problema importante. En la
vida moderna, la clase de fatiga que importa es siempre emo-
cional; la fatiga puramente intelectual, como la fatiga pura-
mente muscular, se remedia con el sueño. Una persona que
haya tenido que hacer una gran cantidad de trabajo intelectual
desprovisto de emoción —como por ejemplo una serie de
cálculos complicados— se duerme al final de cada jornada y
así se libra de la fatiga que el día le ocasionó. El daño que se
atribuye al exceso de trabajo casi nunca se debe a esta causa,
sino a algún tipo de preocupación o ansiedad. Lo malo de la
fatiga emocional es que interfiere con el descanso. Cuanto
más cansado está uno, más imposible le resulta parar. Uno de
los síntomas de la inminencia de una crisis nerviosa es creer-
se que el trabajo de uno es terriblemente importante y que
tomarse unas vacaciones acarrearía toda clase de desastres. Si
yo fuera médico, recetaría vacaciones a todos los pacientes
que consideraran muy importante su trabajo. La crisis nervio-
sa que parece provocada por el trabajo se debe en realidad, en
todos los casos que he conocido personalmente, a algún pro-
blema emocional del que el paciente intenta escapar por me-
dio del trabajo. Se resiste a dejar de trabajar porque, si lo ha-
ce, ya no tendrá nada que le distraiga de pensar en sus des-
gracias, sean las que sean. Por supuesto, el problema puede
ser el miedo a la bancarrota, y en ese caso su trabajo está di-
rectamente relacionado con su preocupación, pero incluso en
este supuesto es probable que la preocupación le empuje a
trabajar tanto que su entendimiento se nuble y la bancarrota
llega antes de lo que habría llegado si hubiera trabajado me-
nos. En todos los casos, es el problema emocional, no el tra-
bajo, lo que ocasiona la crisis nerviosa.
La psicología de la preocupación no es nada simple. Ya he
hablado de la disciplina mental, es decir, el hábito de pensar
en las cosas en el momento adecuado. Esto tiene su importan-
cia: primero, porque hace posible aguantar la jornada de tra-
bajo con menos desgaste mental; segundo, porque proporcio-
na una cura para el insomnio; y tercero, porque aumenta la
eficiencia y permite tomar mejores decisiones.
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