—Será mejor que vengas, Hank… Fui hasta la puerta, descalzo, en bata. Un tipo joven, rubio, una chica joven, gorda, y una chica de tamaño medio. —Quieren un autógrafo tuyo… —No recibo a gente —les dije. —Sólo queremos un autógrafo —dijo el tipo rubio—, y le prometemos no volver. Luego empezó a echar risitas, sujetándose la cabeza. Las chicas se quedaron mirando. —Pero no habéis traído un bolígrafo, ni un papel siquiera —dije. —Bueno —dijo el chaval rubio, quitándose las manos de la cabeza—, volvemos en otra ocasión con un libro. Quizá en un momento más adecuado… La bata. Los pies descalzos. Puede que el chaval me tomara por un excéntrico. Puede que lo fuera. —No vengáis por la mañana —les dije. Les vi empezar a marcharse y cerré la puerta… Ahora estoy aquí arriba escribiendo sobre ellos. Tienes que ser un poco duro con ellos o te avasallan. He tenido experiencias horribles cerrándoles el paso. Hay muchos que piensan que de alguna manera los invitarás a entrar y te pasarás la noche bebiendo con ellos. Yo prefiero beber solo. Un escritor no se debe más que a su escritura. No le debe nada al lector excepto la disponibilidad de la página impresa. Pero lo peor es que muchos de los que llaman a la puerta ni siquiera son lectores. Simplemente han oído algo. El mejor lector y el mejor humano son los que me recompensa con su ausencia.
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