El 16 de enero de 1913 una carta reveló a un genio de las matemáticas. La misiva procedía de Madrás, una ciudad —ahora conocida como Chennai— situada al sur de la India. El remitente era un joven empleado del puerto de aduanas, de 26 años y un salario de 20 libras anuales, que adjuntaba nueve hojas de fórmulas a primera vista incomprensibles. “Estimado señor: No he recibido educación universitaria, pero he seguido los cursos de la escuela ordinaria. He hecho un estudio detallado de las series divergentes en general y los resultados a los que he llegado son calificados como sorprendentes por los matemáticos locales”, comenzaba el escrito firmado por S. Ramanujan. Un siglo más tarde, el legado de este genio indio sigue influyendo en matemáticas, física o computación.
El reputado matemático británico G. H. Hardy fue el estupefacto destinatario del documento. Contenía 120 fórmulas entre las que identificó una para saber cuántos números primos hay entre 1 y un número determinado, y otras que permitían calcular a gran velocidad los infinitos decimales del número pi. En algunos casos, Ramanujan había llegado sin saberlo a conclusiones ya alcanzadas por matemáticos occidentales, como una de las fórmulas de Bauer para los decimales de pi, pero muchas otras fórmulas eran completamente nuevas. Las fórmulas venían solas, aisladas, sin demostraciones formales ni planteamientos. Esta falta de metodología casi lleva a Hardy a tirar la carta a la basura. “Deben de ser verdaderas porque, de no serlo, nadie habría tenido la imaginación necesaria para inventarlas”, resolvió finalmente.
Esta afirmación dió origen al viaje de Srinivasa Ramanujan (1887-1920) a Cambridge, a donde Hardy le invitó a trasladarse para tratar de desentrañar el secreto de aquel genio autodidacta. Ramanujan llegó al Trinity College esa misma primavera de 1913 en una época en la que el colonialismo todavía se justificaba en base a la existencia de razas inferiores; una certeza que la extraordinaria capacidad del indio convertía en sinsentido. Sin embargo, durante sus casi seis años en Gran Bretaña, Ramanujan tuvo que soportar el racismo y el desprecio de la sociedad inglesa.
A pesar de las peculiaridades en su forma de trabajar, sus resultados y el apoyo que tuvo siempre de Hardy le llevaron a la Royal Society y a ser miembro del claustro del Trinity College. Sin embargo, no pudo disfrutar mucho de esos honores. Ramanujan, que tuvo durante toda su vida una salud muy frágil, contrajo tuberculosis y fue confinado a un sanatorio en 1918. Un año después volvió a su tierra natal, donde murió en los siguientes meses con solo 32 años. Esta muerte temprana le impidió terminar las demostraciones completas de sus anotaciones.
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