Corría el año 1993 y un joven periodista de 32 años llamado Kevin Carter se encontraba en Sudáfrica cubriendo el terror de la guerra tras la llegada al poder de los radicales.
La guerra, nunca cabalga sola y junto a ella van la enfermedad, el hambre y la muerte; pero Carter no era un fotógrafo que se amilanara ante la crueldad del ser humano.
Arriesgando la vida y la salud, Carter hizo lo mejor que sabia hacer, informar con sus fotografías y mostrar el horror en el que miles de personas vivían.
En la última parada de su viaje llegó hasta un centro de ayuda humanitaria de la Onu, en aquel lugar realizó sus ultimas fotografías que mostraban la llegada de la tan ansiada ayuda internacional.
A 10 minutos de coger su helicóptero para regresar a casa, una extraña estampa se cruzó en su camino, un niño exhausto dormitaba en el suelo mientras un buitre lo acechaba.
Como buen fotógrafo se sentó a esperar, y cuando la escena fue propicia disparó su cámara y tomó la tan famosa instantánea.
La trágica historia.
La imagen era tremendamente poderosa y cuando el periódico New York Times la publicó, el nombre de Carter entró en los libros de historia.
Nadie podia permanecer impasible ante tal sufrimiento, ante un niño desnutrido y ante tanta miseria. La causa indigno a la opinión pública y por fin la movilizó. Lamentablemente la fotografía se volvió contra Cárter.
La gente no podía comprender como se sentó a esperar, y la sociedad lo juzgó duramente. Acusado de ser «el verdadero buitre de la fotografía» y de haberse aprovechado de aquel niño al que no ayudó.
¿Qué habría sido del niño? ¿Hubiera Carter hecho más por él de haberlo recogido? ¿Y por África?
Tras ganar el Pulitzer en 1994, abandonó lo que más le gustaba hace, dejando su empleo de fotoreportero y comenzando a trabajar como fotógrafo de naturaleza, sin embargo la presión de la crítica continuaba creciendo y entonces sufrió otro gran golpe. Su mejor amigo y compañero Ken Oosterbroek murió mientras cubría un tiroteo en Tokoza, Johannesburgo.
Deprimido por la noticia, desilusionado por su trabajo y agotado de la crítica y el horror de lo que había visto, Carter se suicidó a los 33 años. Su nota de suicidio decía así:
«Estoy deprimido […] sin teléfono […] dinero para el alquiler […] dinero para la manutención de mis hijos […] dinero para las deudas […] ¡¡¡dinero!!! […] Estoy atormentado por los recuerdos vívidos de los asesinatos y los cadáveres y la ira y el dolor […] del morir del hambre o los niños heridos, de los locos del gatillo fácil, a menudo de la policía, de los asesinos verdugos […] He ido a unirme con Ken, si tengo suerte.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario