sábado, 22 de mayo de 2021

Bertrand Russell

Hay ciertas cosas que son indispensables para 

la felicidad de la mayoría de las personas, pero se trata de 

cosas simples: comida y cobijo, salud, amor, un trabajo satis-

factorio y el respeto de los allegados. Para algunas personas 

también es imprescindible tener hijos. Cuando faltan estas 

cosas, solo las personas excepcionales pueden alcanzar la 

felicidad; pero si se tienen o se pueden obtener mediante un 

esfuerzo bien dirigido, el que sigue siendo desgraciado es 

porque padece algún desajuste psicológico que, si es muy 

grave, puede requerir los servicios de un psiquiatra, pero que 

en los casos normales puede curárselo el propio paciente, con 

tal de que aborde la cuestión de la manera correcta. Cuando 

las circunstancias exteriores no son decididamente adversas, 

la felicidad debería estar al alcance de cualquiera, siempre 

que las pasiones e intereses se dirijan hacia fuera, y no hacia 

dentro. Por tanto, deberíamos proponernos, tanto en la educa-

ción como en nuestros intentos de adaptarnos al mundo, evi-

tar las pasiones egocéntricas y adquirir afectos e intereses que 

impidan que nuestros pensamientos giren perpetuamente en 

torno a nosotros mismos. Casi nadie es capaz de ser feliz en 

una cárcel, y las pasiones que nos encierran en nosotros mis-

mos constituyen uno de los peores tipos de cárcel. Las más 

comunes de estas pasiones son el miedo, la envidia, el senti-

miento de pecado, la autocompasión y la autoadmiración. En 

todas ellas, nuestros deseos se centran en nosotros mismos: 

no existe auténtico interés por el mundo exterior, solo la 

preocupación de que pueda hacernos daño o deje de alimentar 

nuestro ego. El miedo es la principal razón de que la gente se 

resista a admitir los hechos y esté tan dispuesta a envolverse 

en un cálido abrigo de mitos. Pero las espinas desgarran el 

abrigo y por los desgarrones penetran ráfagas de viento frío, y 

el que se había acostumbrado a estar abrigado sufre mucho 

más que el que se ha endurecido habituándose al frío. Ade-

más, los que se engañan a sí mismos suelen saber en el fondo 

que se están engañando, y viven en un estado de aprensión, 

temiendo que algún acontecimiento funesto les obligue a 

aceptar realidades desagradables. 


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