Un hombre fue a consultar a su médico por una serie de dolores inespecíficos que tenía.
—Sí, doctor, estoy de lo más fastidiado; me duele todo el cuerpo, si es que todo me va mal en la vida, todo es un desastre.
El médico empezó a intuir que, tal vez, hubiera una cierta relación entre sus dolencias físicas y sus dolencias anímicas, ya que aquel hombre siguió quejándose de lo desastrosa que era su vida y de lo horrible que era todo.
Por eso, y como conocía algunos datos de su vida familiar y personal, le dijo:
—Le entiendo perfectamente, además, no sabe cómo lamento el fallecimiento de su mujer.
El hombre le miró con expresión de perplejidad.
—Pero, doctor, si mi mujer está estupendamente; alguien sin duda le ha debido informar mal.
—No sabe cuánto me alegro de que su mujer esté bien. Entonces el médico escribió en una hoja, mientras lo decía en alto: «Su mujer está viva».
—Por cierto, continuó el médico, siento que uno de sus hijos esté enfermo.
—Pero, doctor, qué raro está usted hoy; mis hijos afortunadamente están todos sanos.
—Sus hijos están sanos —comentó el doctor mientras lo escribía.
—No quisiera ahondar en la herida, pero lamento que haya perdido su trabajo.
—Doctor, no entiendo qué le pasa, pero…
En aquel momento el hombre comprendió lo poco que había valorado todo lo valioso que había en su vida y cómo se había dejado invadir por unos sentimientos que sólo podían tener su origen en una visión muy parcial de las cosas. Entonces se levantó, dio las gracias al médico y se marchó.
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