-Deberíamos de plantar un árbol.
-¿Para qué?
-No sé. Dicen que en la vida hay tres cosas universales por hacer y que si no las haces es que has vivido en vano.
-¿Cuáles?
-Plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Aunque lo del hijo lo veo muy lejano. Quién sabe si vaya a tener hijos.
-¿Por qué?
-No sé, no me entiendo con la gente y menos con los hombres. Todo aquél que despierta algo en mí parece querer sólo una cosa y es algo que no puedo darle a cualquiera. O peor aún, quien emociona a mi corazón resulta ser demasiado aburrido. Además, ¿a qué persona no le gustan los libros? Eso es terrible, yo paso.
-Bueno, no todos somos iguales.
-Menos mal. Pero tampoco hay que enamorarse de una portada sin antes haber leído su contenido. A eso me refiero. ¿Y qué hay de ti?
-¿De mí?
-Sí, si piensas tener hijos en un futuro.
-No sé, ni novia tengo.
-Es que eres muy negativo.
-Que no.
Que sí.
-Bueno, ya. ¿Y el árbol?
-¿Qué con él?
-Que si lo plantamos.
-Ah, pues sí.
-Qué loco, ¿no?
-¿Qué cosa?
-Lo fácil que es plantar una semilla y lo difícil que es hacerla crecer. Debe tener la cantidad exacta de sol y de agua. Demasiado te intoxica y muy poco te martiriza. Es muy profundo.
-Ya te pusiste filosófica.
-Yo siempre.
-Así lo veo.
-Tu plantaste una semilla hace mucho en mi corazón.
-¿En tu corazón?
-Sí, la de nuestra amistad.
-¿Y ha crecido?
-Ya es un árbol enorme,
sus raíces abarcan todo mi ser.
-Exagerada.
-Sí, yo también te quiero.
—Conversaciones inolvidables III, Joseph Kapone
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