viernes, 14 de mayo de 2021


 Sagan pasó los últimos años de su vida enferma y arruinada, hasta el punto de que se vio obligada a vender su mansión en Normandía y su piso en París y se alojó esporádicamente en casas de sus amigos parisienses, hasta que los nuevos propietarios de su antigua mansión le permitieron volver a vivir en ella.

En la última década del siglo XX, su nombre salió en portada por diferentes asuntos turbios. En varias ocasiones fue condenada por cuestiones de drogas o por fraude fiscal, y pasó dificultades económicas; Sagan había ganado dinero a raudales, pero lo gastaba con la misma rapidez que lo cobraba. Nunca se arrepintió de lo que había vivido, y vivió mucho, disfrutando y a la vez sufriendo el escándalo, las juergas nocturnas, el sexo, la bebida y las drogas. Sin embargo, su aparente felicidad escondía una gran soledad interior. Decía así que sus libros hablaban sobre todo de la soledad y de la manera, si existe, de «desembarazarse de ella».

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