Fo besa a su mujer y se despide. Decidimos entrar con Rame a su despacho, donde nos cuenta que llegó a ser cargo electo “sin ningún tipo de campaña electoral, ningún cartel con mi foto, ningún acto ni aparición televisiva”. Pero “los primeros meses han sido horribles: la gente va a la suya, votan lo que les dice su jefe de filas: ‘rojo’, ‘verde’… Nadie te escucha, no hay debate… Y nuestro sueldo es escandaloso, muy superior al de los políticos españoles: cada mes yo recibo 15.000 o 16.000 euros…”.
Fo y Rame siempre sonríen, y están dispuestos a la broma y la autocrítica. Sin embargo, entre ellos, hay un tema tabú. Nos lo cuenta Rame en su despacho: “En 1973, fui secuestrada y violada por varios hombres. Se trató de una intimidación política. Ya tenía 41 años, y en esa época me dedicaba a visitar cárceles e intentar liberar a detenidos políticos, a ocupantes de fábricas, a luchadores antifascistas… Lo recuerdo como si fuera ayer. Sentí una pistola o un dedo en la espalda, y me metieron en una furgoneta. Eran cuatro secuestradores. Lo que me hicieron aquellas fábricas de esperma, durante horas, uno tras otro, fue tan horrible que tardé muchísimo tiempo en poderlo explicar. Al volver a casa sólo tuve fuerzas para decirle a Dario y a la policía que me habían pegado. Para poder sacar todo eso afuera, tuve que escribir un monólogo de teatro, ‘La violación’, y hacérselo decir a mi personaje. Cuando la obra se representó en Barcelona, un espectador tuvo un ataque de epilepsia. Dario se enteró de todo años después de que sucediera y ni siquiera ha podido ver esa obra. Lo más grave es que se ha descubierto que mi teléfono estuvo pinchado, y que nadie ha pagado por ello… ni pagará, los hechos han prescrito. Mi secuestro fue ordenado por los “carabinieri”, por la policía, y hay testimonios de que en algunos cuarteles se brindó con champagne por mi violación. No hablo nunca de esto, me cuesta…”.
A pesar de la emoción con que Franca evoca aquel trágico suceso, no hay odio en sus palabras, tampoco en las de Dario cuando, a pocos metros del Senado, en el Teatro Argentina, una joya del siglo XVIII, pide a un nutrido grupo de jóvenes reunidos para escucharle que se comprometan en una defensa radical del medio ambiente y, acto seguido, desgrana una batería de medidas concretas para salvar el ecosistema que no se ponen en práctica por presiones del poder económico. La ecología es hoy uno de los muchos trenes a los que el Nobel italiano anda subido. “¿Ha visto? ¡Un teatro lleno de jóvenes! ¡Y para hablar de política!”, nos comenta feliz, al final de su “función”, que ha mezclado compromiso y risas. “La sátira es el arma más eficaz contra el poder, eso ya lo sabían los bufones y por eso los quemaban. El poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos”. Fo nos abraza y desaparece por una callejuela. Vemos confundirse su abrigo, su bufanda y su gorra con las de la multitud. Morirá, seguro, con las botas puestas. Aplausos.
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