Seguramente escucho las noticias con más atención ahora; tengo mayor conciencia de la historia global y del dolor del mundo que se oculta tras ella. Pero lo que me esfuerzo por escuchar en la voz del locutor, no es propiamente el relato de lo ocurrido; es algo más reflexivo porque como poeta me concentro a fin de captar un signo, para reposar en la estabilidad conferida por la satisfacción de percibir un orden de sonidos. Es como si la onda cuando alcanza su círculo más amplio, deseara ser verificada mediante una reforma de sí misma, contrayéndose y devolviéndose nuevamente a su punto de origen.
Persigo también esto cuando leo poesía. Y lo encuentro, por ejemplo, repitiendo el refrán contenido en el poema de Yeats: Vengan, construyan en la casa vacía del tordo. Con su tono de súplica, sus ejes poderosos en las palabras construyan y casa, y esa conciencia de disolución en la palabra vacía. Lo hallo igualmente en el triángulo de fuerzas mantenidas en equilibrio por la triple rima de: fantasías, enemistades y dulces abejas, y en la totalidad del poema como una forma constitutiva del lenguaje.
La forma poética es, a la vez, el barco y el ancla. Significa lo pleno y lo estable, permitiendo una satisfacción simultánea de todo aquello que es centrífugo y centrípeto en la mente y en el cuerpo. Y por estos medios, la obra de Yeats cumple con lo que la poesía necesaria siempre realiza, desciende al fondo de nuestra compasiva naturaleza, sin desconocer lo despiadado que es el universo al que constantemente ella misma está expuesta. La forma del poema en otras palabras, es crucial, pues sin ella, no se logra el efecto que siempre es y será el mérito de la poesía: persuadir a esa parte vulnerable de nuestra conciencia de su rectitud, a pesar de la evidencia del espacio errático que la rodea; recordarnos que somos cazadores y recolectores de valores; que nuestras soledades y angustias deben ser respetadas, pues también ellas representan una confirmación de nuestra existencia como seres humanos.
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