martes, 4 de mayo de 2021

 


«El otro día, de pronto, mientras estaba hablando sobre algo completamente diferente, mi compañera Dorothy pronunció algo como “Por otro lado, ¡qué orgullosa habría estado tu madre! ¡qué lastima que no viva todavía! ¡Y tu padre también! ¡Qué orgullosos habrían estado de ti!

― ¿Aún más orgullosos que mi hijo el doctor?, dije- ¿Aún más orgullosos que mi hijo el profesor?
― Aún más orgullosos.
― Si mi madre todavía viviese, continué, ella habría tenido 99 años y medio y, probablemente habría tenido demencia senil. No habría sabido que está pasando a su alrededor.

Pero, claro, yo no capté la idea, Dorothy tenía razón. Mi madre habría estado explotando de orgullo. «Mi hijo el ganador del Premio Nobel». ¿Y por quién, de todas maneras, hacemos las cosas que llevan al Premio Nobel sino por nuestras madres?

― ¡Mami, mami, gané el premio!
― Maravilloso, mi amor, ahora come tus zanahorias antes de que se te enfríen.

¿Por qué nuestras madres deben tener 99 y estar bajo tierra antes que nosotros podamos llegar corriendo a casa con el premio que compensará todos los problemas que les hemos causado?

A Alfred Nobel, 456 años enterrado, y a la Fundación que tan fielmente administra sus deseos y que ha producido esta magnífica noche para nosotros. A mis padres, cuánto siento que no puedan estar aquí».

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