Una paciente a la que le costaba mucho relacionarse sexualmente, me dijo que había observado un programa de Animal Planet y que había llegado a la conclusión de que para nosotros, la sexualidad era mucho más difícil que para los animales.
Por supuesto que es así, pensé yo. Porque mientras que el animal no duda porque el instinto le confiere un conocimiento natural sobre qué hacer, cuándo, cómo y con quién, para nosotros no hay saber posible acerca de la sexualidad.
Sabemos, eso sí, que allí está la pulsión con su fuerza de empuje, y que cada sujeto tiene la oportunidad de aprovechar ese impulso, esa energía, para llevar adelante el difícil pero maravilloso desafío de construir con ella un entorno de placer y respeto, para él y para los demás.
Claro que la sexualidad animal es mucho más natural, pero eso no quiere decir que sea mejor, porque la carencia del instinto le da al sujeto humano la posibilidad de elegir. Y entre esas elecciones, estar en pareja es una opción más, aunque durante muchísimo tiempo haya sido un mandato tan fuerte que estábamos todos casi condenados a estar en pareja a cualquier costo. Porque si no era así, si alguien llegaba a adulto y permanecía solo, aparecía esa cosa de: ¿Y a éste qué le pasa? ¿Será medio rarito? O, «Pobrecita la tía Marta; se quedó solterona»…
Sospecho que, a la luz de lo que estamos planteando y teniendo en cuenta además los conflictos que las relaciones de pareja suelen generar, alguno podría dudar incluso si no es más inteligente el comportamiento instintivo que lleva a los animales a juntarse sólo para procrear y perpetuar la especie sin involucrar sentimientos que puedan lastimarlos. Y lo cierto es que no hay inteligencia en el saber que da el instinto. Porque inteligencia viene de inteligir, e inteligir es la capacidad de diferenciar y discriminar para después tomar una elección. El animal no elige, sólo responde, por lo cual debo decir que aunque a veces, sobre todo con algunas personas, no se note mucho, disfrutamos y padecemos la inteligencia más que ellos.
El deseo no se detiene jamás
(nadie puede garantizar el amor eterno)
Recién planteamos que la pareja es una elección. ¿Pero decir que es una elección quiere decir que es una decisión voluntaria? ¿Es posible elegir amar para toda la vida a una misma persona? Y si fuera así ¿qué pasa entonces con lo que llamamos la metonimia del deseo?
Para decirlo de un modo simple, hablar de la metonimia del deseo es una manera de decir que el deseo se desplaza siempre de un objeto a otro, que no se detiene nunca y que no hay manera de satisfacerlo de una vez y para siempre. Por más que estemos muy bien en una situación, el deseo siempre se desplazará hacia otra cosa, porque todo deseo es básicamente, un deseo insatisfecho.
Sé que esta formulación no es agradable, que suena fea, que cuando alguien se enamora quiere que su pareja no desee a nadie más que a ella y, de hecho, una de las fantasías que genera el amor es ésa, la de interrumpir la metonimia del deseo.
Para quien se enamora, la fantasía es que el otro no va a desear a nadie más. Pero si ese alguien es sincero y se conoce, se va a dar cuenta de que esto no es posible; que no se deja de desear porque se esté enamorado.
Esta constatación de que el deseo de su pareja sigue circulando pone muy nerviosas a las personas inseguras, los desespera. Pero no hay nada que puedan hacer, ya que el deseo va a seguir su derrotero les guste o no.
Un paciente me dijo que ésa era una excelente excusa para darle a su mujer si lo encontraba con otra: «Mi amor, no es mi culpa, es la metonimia del deseo».
Pero más allá de que el comentario tiene su gracia, no quisiera que mis palabras se entendieran mal. No estoy diciendo que es imposible ser fiel. Porque, dentro de esa capacidad de elección que dijimos tiene el ser humano, cada quien tendrá que hacerse cargo de lo que hace con su deseo. Y ésa es otra de las ventajas de nuestra especie; porque en tanto que el perro no se cuestiona qué hacer ante la presencia de una perra en celo, un hombre en cambio puede decir: «qué hermosa es esta mujer, pero prefiero ir a mi casa con mi familia». Y esto es sólo un ejemplo, no es un consejo de cómo comportarse. No me corresponde ocupar ese lugar y cada quien tomará sus propias decisiones.
Con esto, apenas si quiero decir que el hecho de que el deseo sea algo imposible de inmovilizar, no nos quita la responsabilidad sobre nuestros actos.
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