Un hombre de 30 años acudió al análisis porque "no tenía ninguna diversión en la vida". No creía realmente estar enfermo, pero —segiin dijo— había oído hablar del psicoanálisis y quizá le aclararía las cosas. Al interrogársele sobre sus síntomas, declaró carecer de ellos. Con posterioridad, descubrimos que su potencia sexual era deficiente. No osaba aproximarse a lavS mujeres, tenía relaciones sexuales con muy poca frecuencia, y entonces sufría de eyaculación precoz y la relación le dejaba insatisfecho. Tenia muy escasa comprensión de su impotencia y había llegado a aceptarla; después de todo, decía, había muchos hombres que "no necesitaban ese tipo de cosas".
Su comportamiento reveló de inmediato un individuo severamente inhibido. Hablaba sin mirar al interlocutor, en voz baja, en forma entrecortada y carraspeando de continuo de manera embarazosa. Al mismo tiempo, había en él un intento evidente de suprimir su intranquilidad y aparecer como persona valiente. No obstante, todo su aspecto daba la impresión de marcados sentimientos de inferioridad. Informado de la regla fundamental, el paciente comenzó a hablar entrecortadamente y en voz baja. Entre sus primeras comunicaciones figuró el recuerdo de dos experiencias "terribles". Una vez había atropellado con su automóvil a una mujer, que minió a consecuencia de las heridas. En otra oportunidad, como enfermero durante la guerra, se había visto obligado a practicar ima traqueotomía. El mero recuerdo de estas dos experiencias le llenaba de horror. En el curso de las primeras sesiones habló luego, en la misma forma monótona, baja y reprimida, sobre su juventud. Siendo el penúltimo de una serie de hijos, quedó relegado a un lugar secundario. El mayor de los hermanos, unos veinte años mayor que él, era el favorito de los padres; este hermano había viajado mucho, "conocía el mundo", se enorgullecía de sus experiencias y cuando regresaba de sus viajes "toda la casa giraba alrededor tie él". Aunque del contenido de este relato surgía con claridad la envidia y el odio,a este hermano, el paciente —en respuesta a una cautelosa pregunta— negó haber .sentido jamás cosa parecida. Luego se refirió a la madre, a lo buena que había sido con él y a su muerte, acaecida cuando el paciente tenía siete años. En ese momento, comenzó a sollozar en forma ahogada; eso le avergonzó y se mantuvo en silencio algún tiempo. Al parecer, la madre había sido la única persona que le brindara algún cariño y atención, y su pérdida había constituido para el paciente un golpe muy severo. Después de su muerte, el paciente pasó cinco años en la casa del hermano mayor. No fué el contenido sino el tono de este relato, el que puso de manifiesto su enorme amargura ante el comportamiento inamistoso, frío y dominador del hermano. Luego relató en pocas frases breves que ahora tenía un amigo que le quería y admiraba mucho. Después de esto, se mantuvo en continuo silencio, pocos días después, contó un sueño: se veía a si mismo en una ciudad extraña, con su amigo; sólo que la cara de éste era diferente. El hecho de que el paciente hubiese abandonado su propia ciudad para someterse al análisis, sugería que el hombre del sueño representaba al analista. Esta identificación del analista con el amigo podría haber sido interpretada como el comienzo de una transferencia positiva. En vista de la situación total, sin embargo, esto hubiese sido poco prudente. El mismo paciente reconoció al analista en el amigo, pero nada pudo agregar a ello. Dado que se mantenía en silencio, o bien expresaba dudas en cuanto a que él pudiese llevar a cabo el análisis, le dije que guardaba algo contra mí, pero carecía de valor para expresarlo. Lo negó en forma categórica, ante lo cual le dije que nunca había tenido el valor de expresar sus impulsos inamistosos hacia el hermano, ni siquiera de pensarlos conscientemente; y eso había establecido al parecer cierto tipo de conexión entre su hermano mayor y yo. Esto era cierto en sí mismo, mas cometí el error de interpretar su resistencia en un nivel demasiado profundo. La interpretación no tuvo éxito alguno; por el contrario, se intensificó la inhibición. De modo que esperé algunos días hasta que estuviera en condiciones de comprender, a base de su conducta, el significado actual, más importante, de su resistencia. En ese momento resultaba claro que existía no sólo una transferencia del odio hacia el hermano, sino también una fuerte defensa contra una actitud femenina (cf. el sueño sobre el amigo) . Pero en ese momento hubiese sido poco aconsejable una interpretación en tal sentido. Por eso continué señalándole que por algún motivo se defendía contra mí y contra el análisis, que todo su ser indicaba un bloqueo contra el análisis. Estuvo de acuerdo, diciendo que en efecto, él era así generalmente en la vida: rígido, inaccesible, continuamente a la defensiva. Mientras le hice ver su defensa en todas las sesiones, en todas las ocasiones posibles, me llamó la atención la expresión monótona con que manifestaba sus quejas. Todas las sesiones comenzaban con la misma frase: "No siento nada, el análisis no tiene influencia alguna", etc. Yo no comprendía qué quería expresar con estas quejas, y sin embargo resultaba claro que allí estaba la clave para comprender su resistencia.'' Tenemos aquí una buena oportunidad para estudiar la diferencia entre la educación carácter-analítica y la educación activo-sugestiva, para el análisis. Yo podría haberle sermoneado de manera amable instándole a decirme algo más sobre esto o aquello; quizá hubiera podido establecer una transferencia positiva artificial; pero la experiencia con otros casos me había mostrado que con esos procedimientos no se llega lejos. Como toda su conducta no dejaba lugar a dudas en el sentido de que el paciente rechazaba el análisis en general y a mí en particular, yo podía limitarme a mantenerme en esta interpretación y esperar ulteriores reacciones. En una ocasión, al volver a referirse al sueño, dijo que la mejor prueba para no rechazarme era que me identificaba con su amigo. Sugerí que quizá hubiera esperado de mí cariño y admiración, tal como se los brindaba su amigo; mi reserva le había decepcionado y ofendido. Debió admitir que había abrigado tales pensamientos, pero sin osar decírmelos. Luego relató cómo siempre exigía amor y en especial reconocimiento, y que adoptaba una actitud muy defensiva hacia los hombres de aspecto particularmente masculino. No se sentía igual a esos hombres, y en la relación con el amigo desempeñaba el papel femenino. Volvía a haber material para interpretar su transferencia femenina, pero la totalidad de su comportamiento prevenía contra ello. La situación era difícil, pues los elementos de su resistencia que yo ya comprendía —la transferencia del odio a su hermano y la actitud narcisista-femenina hacia sus superiores— eran cuidadosamente evitados; en consecuencia, yo debía actuar con sumo tino, pues de no ser así podría
llegar a interrumpir su análisis. Además, continuaba lamentándose en todas las sesiones, en la misma forma, de que el análisis no le llegaba, etc.; yo no podía comprender esto aun después de cuatro semanas de análisis y, sin embargo, lo sentía como una resistencia caracterológica esencial y muy activa. Caí enfermo y debí interrumpir el análisis durante dos semanas. El paciente me envió una botella de brandy como tónico. Al reiniciar el análisis, parecía estar contento. Al mismo tiempo, siguió con sus antiguos lamentos y refirió que le molestaban sobremanera pensamientos de muerte, que temía constantemente que algo hubiese sucedido a algún miembro de su familia, y durante mi enfermedad había pensado todo el tiempo en mi probable muerte. Un día, cuando este pensamiento le molestaba en forma particular, me envió el brandy. En este momento, fué grande la tentación de interpretar sus reprimidos deseos de muerte. El material para hacerlo era abundante, pero sentí que tal interpretación seria infructuosa pues relataría en el muro de sus lamentos de que "nada me llega, el análisis no tiene influencia sobre mí". Entre tanto, se había aclarado el doble significado secreto de su lamento "nada me llega" ("nichl.s dringl in mich etn"): era una expresión de su profundamente reprimido deseo transferencial de relación sexual anal. ¿Pero hubiese sido justificado señalarle su impulso amoroso homosexual —que, es cierto, se manifestaba con suficiente claridad— mientras él, con todo su ser, continuaba protestando contra el análisis? Primero debía aclararse cuál era el significado de sus lamentos acerca de la inutilidad del análisis. Es (cierto, yo podía haberle demostrado que se equivocaba en sus quejas: soñaba sin interrupcion, los pensamientos de muerte se tornaban más intensos y muchas otras cosas se sucedían en su interior. Pero yo sabía por experiencia (jue eso no hubiese contribuido a aclarar la situación. Además, yo percibía claramente la coraza que se interponía entre el material inconsciente y el análisis, y debía suponer que la resistencia existente no permitiría que interpretación alguna penetrara en el inconsciente. Por estos motivos, no hice sino mostrarle en forma consecuente su actitud, interpretándola como la expresión de una violenta defensa y diciéndole que debíamos esperar hasta comprender este comportamiento. El paciente comprendía ya que los pensamientos de muerte en ocasión de mi enfermedad no habían constituido necesariamente la expresión de una cariñosa solicitud. En el transcurso de las semanas siguientes resultó cada vez más claro que su sentimiento de inferioridad, relacionado con su transferencia femenina, desempeñaba un papel considerable en su comportamiento y en sus lamentaciones. Con todo, la situación no parecía todavía madura para la interpretación; el significado de su conducta no era suficientemente claro. Podemos resumir los aspectos esenciales de la solución, tal como se la encontró con posterioridad: a) El paciente deseaba de mí reconocimiento y amor, tal como lo deseaba de todos los hombres que le parecían masculinos. El deseo de cariño y su decepción conmigo, habían sido ya interpretados repetidas veces, sin éxito alguno.
b) Tenia una definida actitud de envidia y odio hacia mí, transferida de su hermano. Esto no podía interpretarse en ese momento, pues hubiese sido desperdiciar la interpretación. c) Se defendía contra su transferencia femenina. Esta defensa no podía ser interpretada sin llegar a tocar la feminidad esquivada. d) Debido a su feminidad, se sentía inferior ante mí. Sus eternos lamentos sólo podían ser la expresión de este sentimiento de inferioridad. Entonces interprete su sentimiento de interioridad ante mí. En lui principio, esto no llevó a ninguna parte, pero después de exponerle su conducta en forma consecuente durante varios días, aportó algunas comunicaciones relativas a su ilimitada envidia, no de mi sino de otros hombres ante quienes también se sentía inferior. Se me ocurrió de pronto que este constante lamentarse sólo podía tener un significado: "El análisis no tiene influencia sobre mí", vale decir, "no es bueno", vale decir, "el analista es inferior, es impotente, nada puede lograr conmigo". Los lamentos eran en parte un triunfo sobre el analista, y, en parte, un reproche dirigido contra él. Le dije lo que pensaba de sus lamentos, con resultado sorprendente. De inmediato aportó una gran cantidad de ejemplos para demostrar que siempre actuaba en esta forma cuando alguien trataba de influir sobre él. No podía tolerar la superioridad de persona alguna, y siempre trataba de disminuir a los demás. Siempre hacía exactamente lo opuesto de lo que cualquier superior le indicaba. Aparecieron abundantes recuerdos de su conducta rencorosa y despreciativa hacia sus maestros.
Aquí estaba, pues, su agresión suprimida, cuya manifestación más extrema había sido hasta ahora sus deseos de muerte. Sin embargo pronto la resistencia reapareció en la misma forma anterior, se produjeron las mismas quejas, la misma reserva, el mismo silencio. Pero ahora yo sabía que mi descubrimiento le había impresionado sobremanera, lo que había aumentado su actitud femenina; esto, por supuesto, resultó en una intensificada defensa contra la feminidad. Al analizar la resistencia, volví' a partir del sentimiento de inferioridad ante mí, pero ahora profundicé la interpretación afirmando que no sólo se .sentía inferior sino que, debido a su inferioridad, se sentía ante mí en un papel femenino que hería su orgullo masculino. Si bien antes el paciente había presentado abundante material vinculado con su actitud femenina hacia los hombres masculinos, y había tenido plena visión de este hecho, ahora lo negaba todo. Esto constituía un nuevo problema. ¿Por qué se negaría ahora a admitir lo que antes él mismo describiera? Le dije que se sentía tan inferior que no quería aceptar de mí explicación alguna, aunque eso implicara retractarse. Comprendió la verdad de esta afirmación y se refirió a la relación con su amigo, extendiéndose sobre ella con cierto pormenor. Desempeñaba realmente el papel femenino y habían tenido a menudo relación sexual entre las piernas. Ahora pude demostrarle que su actitud defensiva en el análisis no era sino la lucha contra el hecho de entregarse al análisis, lo cual, .para su inconsciente, se vinculaba al parecer con la idea de entregarse al analista en ima manera femenina. Eso hería su orgullo y ése era el motivo de su empecinada resistencia a la influencia del análisis. Reaccioné) a esto con un sueño confirmatorio: estaba acostado en un sola con el analista, quien le besaba. Este claro sueño provocó una nueva lase de resistencia bajo la antigua forma de lamentos de que el análisis no le llegaba, de que era frío, etc. Volví a interpretar los lamentos como ui intento de menoscabar el análisis y una defensa contra el hecho de entregarse al tratamiento. Pero al mismo tiempo comencé a explicarle el significado economico de esta defensa: según lo que me había relatado hasta entonces acerca de su infancia y su adolescencia, era evidente que se había encerrado en sí mismo buscando refugio contra todas las decepciones provenientes del mundo exterior y contra el trato brusco y frío del padre, del hermano y de sus maestros; eso parecía haber sido su unica salvación, aunque exigía grandes sacrificios de felicidad.
Esta interpretación le pareció altamente plausible y pronto aportó recuerdos de su actitud hacia los maestros. Siempre los sintió fríos y distantes —clara proyección de su propia actitud— y aunque se irritaba cuando le castigaban o regañaban, permanecía indiferente. Relacionado con esto, dijo haber deseado a menudo que hubiesen sido más severos. Este deseo no parecia en ese momento adaptarse a la situación; sólo mucho más tarde se aclaró que con este rencor deseaba presentarme a mí y a mis prototipos, los maestros, bajo un aspecto desagradable. Durante unos días el análisis prosiguio sin asperezas, sin resistencias; ahora recordaba un período de su infancia en el cual había sido salvaje y agresivo. Al mismo tiempo, produjo sueños con una marcada actitud femenina hacia mí. Sólo pude suponer que el recuerdo de su agresión había movilizado el sentimiento de culpa expresado ahora en los sueños pasivo-femeninos. Evité analizar esos sueños, no sólo porque no tenían conexión inmediata con la situación transferencial presente, sino también por(jue me parecía que el paciente no estaba preparado para comprender la relacion entre su agresión y los sueños que expresaban un sentimiento de culpa. Muchos analistas considerarán esto como una selección arbitraria del material. La experiencia demuestra, sin embargo, que cabe esperar el mejor efecto terapéutico cuando ya se ha establecido una conexión inmediata entre la situación transferencial y el material infantil. Sólo aventuré el supuesto de que, a juzgar por sus recuerdos de su comportamiento infantil agresivo, en una época el paciente había sido muy distinto, todo lo contrario de lo que era hoy, y el análisis debería descubrir en qué momento y en qué circunstancias se había producido tal cambio en su carácter. Le dije que su actual feminidad era probablemente un tratar de evitar su masculinidad agresiva. No mostró reacción alguna, salvo recayendo en su antigua resistencia, lamentándose de que no podía lograr resultados, de que el análisis no le llegaba, etc.
Volví a interpretar su sentimiento de inferioridad y su recurrente intento de demostrar la impotencia del análisis, o del analista; pero ahora traté también de trabajar sobre la transferencia a partir del hermano, señalando que segun lo relatado, éste desempeñaba siempre el papel dominante. El paciente se adentró en este tema sólo con gran vacilacié)n, al parecer porque estallamos frente al conflicto central de su infancia; volvió a aludir a la atención que la madre dedicara a ese hermano sin mencionar, sin embargo, ninguna actitud subjetiva al respecto. Como lo demostró un cauteloso acercamiento a la cuestión, la envidia al hermano estaba completamente reprimida. Al parecer, esta envidia se asociaba en forma tan estrecha con un odio intenso que ni siquiera se le permitía llegar a la conciencia. Abordar este problema provocó una resistencia de particular violencia, que duró varios chas y tomó otra vez la forma de sus estereotipados lamentos acerca de su incapacidad. Como la resistencia permanecía incólume, debíamos suponer que había aquí un rechazo particularmente agudo de la persona del analista. Le pedí una vez más que hablara libremente y sin temor del análisis y en particular del analista, y me contara qué impresión le había producido yo en ocasión de nuestro primer encuentro.* Al cabo de grandes vacilaciones, dijo que le había parecido muy masculino y brutal, un hombre absolutamente despiadado con las mujeres. Le pregunté entonces cuál era su actitud hacia los hombres que le daban la impresión de ser potentes.
Esto sucedió hacia el fin del cuarto mes de análisis. Ahora, por primera vez, irrumpió esa actitud reprimida hacia el hermano, que guardaba la más estrecha relación con su actitud transferencial más perturbadora, la envidia de la potencia. Con gran alecto, recordó haber condenado siempre al hermano por estar de continuo persiguiendo mujeres, seduciéndolas y jactándose luego de ello. Yo le había recordado de inmediato al hermano. Le explique que evidentemente veía en mí a su hermano potente y que no podía abrirse ante mí porque me condenaba y porque mi supuesta superioriclad le hería tal como solía herirle la del hermano; además, ahora resultaba claro que la base de su sentimiento de interioridad era un sentimiento de impotencia. Sucedió entonces lo que uno siempre ve en un análisis correcta y consecuentemente llevado a cabo: el elemento central de ¡a resistencia caracterológica ascendió a la superficie. De pronto recordó haber comparado muchas veces su pene pequeño con el de gran tamaño de su hermano, y con qué intensidad le envidiara por ello. Como cabía esperar, se presentó una nueva ola de resistencias; otra vez el lamento: "No puedo hacer nada". Pude ahora ir algo más allá en la interpretación y mostrarle que estaba haciendo un acting out de su impotencia. Su reaccicm fué totalmente inesperada. Refiriéndose a mi interpretación de su desconfianza, dijo por primera vez que nunca había creído a persona alguna, que en nada creía y probablemente tampoco en el psicoanálisis. Esto era, por supuesto, un importante paso adelante, ])ero la conexión entre esa aseveración y la situación analítica no estaba del todo clara. Durante dos horas habló de las numerosas decepciones por él experimentadas y creyó que constituían una explicación racional de su desconfianza. Volvió a aparecer la antigua resistencia; como no resultaba claro cu;il hain'a sido esta ve/, el factor precipitante! aie mantuve a la espera. El antiguo comportamiento continuó varios días. Sólo volví a interpretar aquellos elementos de la resistencia con los cúsales me hallaba bien lamiliari/ado. Luego, de pronto, apareció un nuevo elementíj tic la resistencia: dijo tener miedo al análisis porque podría despojarle de sus ideales. La situación volvía a aclararse. Había transferido su angustia de castración desde el hermano hacia mí. Me temía. Por siqniesto, no aludí a su angustia de castración; volví a partir en cambio de su sentimiento de inferioridad y su impotencia, preguntándole si sus elevados ideales no le lia( ían sentirse stqjcrior y mejor (jue todos los demás. Lo admitif) abiertamente; m;ís aún, dijo ser en verdad mejor que todos (juiencs pasaban su tiempo persiguiendo nnijeres y viviendo sexualmeiue (omo los am'males. Agregó sin embargo (|ue este sentimiento se veía demasiado a menudo ])erturbado por el sentimiento de impotencia y (jue al ])arecer no había llegatlo a reconciliarse del todo con su debilidad sexual. Pude mostrarle entonces la manera neurótica en cjue trataba de superar su sentinn'ento de impotencia: estaba tratando de recuperar ini seruimiento de ])oten<ia en el dominio de los ideales. Le hice ver el mecanismo de compensación y le .señalé su secreto sentimiento de superioridad: no s(')lo se consideraba, en secreto, mejor y más inteligente que los demás;, por este mismo motivo se resistía al análisis. Pues si el tratamiento tenía cíxito, significaría haber recinrido a la ayuda de alguna otra jjersona y haber vencido su neurosis, cuyo secreto placer acababa de ser cleseruerrado. De.sde el pinito de vista de la neurosis, esto sería una derrota c]ue además, ])ara su inc;onsc:iente, significaría convertirse en una nuijer. Kn esta forma, partiendo del yo y sus mecanismos de defensa, preparé el terreno ])ara una iiuerpretación del complejo de castración y de la fijacicHi femenina.
El análisis del carácter había logrado, jjues, penetrar desde su modo de conducta directamente hasta el centro de la nein"osis, su angustia de castración, la envidia hacia el hermano debido al favoritismo de la madre, y la decepción sufrida con ésta. Lo importante no es acjuí cjue estos elementos inconscieiues ascendieran a la superficie; eso ocurre a menudo en forma espontánea. Sí lo es la sucesión lc)g¡ca en que se presentaron y el estrecho contacto con la defensa yoica y la transferencia: además, esto tuvo lugar acompañado de los corres])ondientes afectos. Esto es lo cpie constituye un análisis del carácter consecuente: es una minuciosa elaboración de los conflictos, asimilada por el yo.
A título de contraste, consideremos lo c|ue hubiese sucedido sin un consistente hincapié en las defensas. Al comienzo mismo, existía la posibilidad de interpretar la actitud homosexual pasiva ante el hermano, y los deseos de muerte. A no dudarlo, sueños y asociaciones hubiesen aportado material adicional para la interpretación. Pero sin una previa elaboración sistemática y pormenorizada de su defensa yoica, ninguna interepretación hubiese penetrado en forma efectiva; el resultado habría sido un conocimiento intelectual de sus deseos pasivos, junto con una violenta defensa afectiva contra ellos. Los afectos pertenecientes a la pasividad, así como los impulsos criminales, habrían continuado subsistiendo en la función defensiva. El desenlace final hubiera sido una situación caótica, el típico cuadro de desesperanza de un análisis rico en interpretaciones y pobre en resultados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario