¿Y tu alma? ¿Dónde crees que haya ido?
Debe
andar vagando por la tierra como tantas otras; buscando vivos que recen
por ella. Tal vez me odie por el mal trato que le di; pero eso ya no me
preocupa. He descansado del vicio de sus remordimientos. Me amargaba
hasta lo poco que comía, y me hacía insoportables las noches
llenándomelas de pensamientos intranquilos con figuras de condenados y
cosas de ésas. Cuando me senté a morir, ella me rogó que me levantara y
que siguiera arrastrando la vida, como si esperara todavía algún milagro
que me limpiara de culpas. Ni siquiera hice el intento: “Aquí se acaba
el camino —le dije—. Ya no me quedan fuerzas para más.” Y abrí la boca
para que se fuera. Y se fue. Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de
sangre con que estaba amarrada a mi corazón.
Juan Rulfo
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