¿Y para qué sirve la poesía?
Para ser más feliz. Misteriosamente. La poesía imparte conocimiento y consuelo. Es nuestra última casa de misericordia.
¿Cómo es eso?
Uno entra con un problema en un poema… y sale de él menos desgraciado. Entras con algún desorden y sales algo más ordenado. ¿Qué ha pasado ahí dentro? Misterio. ¡Nadie lo sabe, pero la poesía ha operado!
¿Existe algo que la poesía no consuele?
No. El buen poema, por bello que sea, será cruel. La intemperie es dura…, ¡pero más dura es sin poemas!
Está la muerte…
La vida – la poesía-impone orden al desorden que es la muerte. Mientras mi hija Joana agonizaba, yo escribía.
¿Se puede escribir bien sin distancia?
La regla es que no…, pero la infringí. “Si escribo que lloro, no estoy llorando”, enseñó Voltaire. Pero toda regla tiene excepciones.
¿Cuándo supo usted que sería poeta?
Hacia los 18 años tuve la convicción. ¡Puedes equivocarte… y perder la vida! Yo estuve a punto…, hasta que entendí: no escribir en mi lengua materna hacía imposible un buen poema mío. Pero ya tenía publicado un primer libro… que hoy odio.
¿Por qué?
Creía que la poesía era una catedral. Hoy sé que la poesía es la áspera cripta.
¿Qué hace del poema un buen poema?
Buen poema es el que lees infinitas veces sin cansarte, saliendo siempre mejor de lo que entraste. ¿Por qué? ¡Ni puñetera idea! Sales, misteriosamente, más feliz. Yo ya nunca digo feliz sin añadir misteriosamente.
¿Antítesis de felicidad es sufrimiento?
¡No! El sufrimiento puede hacerte un agujero… y puedes seguir avanzando igual de feliz ¡o más!: por un agujero puedes ver cielo. El enemigo de la felicidad es el fango, atascar el pie en el fango de envidias y miedos.
Extracto de una entrevista con Joan Margarit, premio Nacional de Poesía 2008. Publicada en La Vanguardia
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